Nadie podía imaginar, ni siquiera sus propios creadores, que con el estreno de Expediente Warren: The Conjuring (James Wan, 2013) se estaba dando el pistoletazo de salida a una de las sagas más potentes -y rentables- de toda la historia del cine de terror. Annabelle vuelve a casa (Gary Dauberman, 2019) viene para seguir engrosando una lista de películas que, a pesar de su calidad variable, se encuentran enlazadas por el reconocible e infinito universo de los Warren, ya sea a través de secuelas, precuelas, spin-offs y todo lo que nos podamos imaginar. Esta tercera parte de la saga de la muñeca diabólica, y continuación directa de la primera entrega, viene para demostrar que la franquicia tiene todavía mucho recorrido. Muy superior a Annabelle (2014) -lo cual no es mucho decir porque la primera entrega de la muñeca poseída era un completo desastre-, y ligeramente más entretenida que Annabelle: Creation (2017), Annabelle vuelve a casa en la mejor entrega de las tres que se han estrenado hasta ahora. La razón es muy sencilla: es la que consigue dar más miedo.
Producida por James Wan y dirigida y escrita por el novato Gary Dauberman, hasta ahora guionista de la saga, esta nueva pieza del puzzle The Conjuring tiene como uno de los principales alicientes el hecho de recuperar a Patrick Wilson y Vera Farmiga como el matrimonio Warren. Y aunque no llevan sobre sus hombros el peso del film, la presencia de los dos personajes más importantes de la franquicia siempre suma. Son ellos los que han encerrado a Annabelle en una vitrina sagrada en su propio domicilio después de doblegarla con el fin de que no cause más estragos, pero una noche la muñeca escapa. La hija pequeña de los Warren, su niñera y una amiga de ésta serán sus próximos objetivos. El terror comienza a producirse cuando Annabelle despierta a todos los espíritus de la habitación donde está encerrada; una habitación, y aquí reside otro de los puntos fuertes de la película, que funciona como un personaje más del film. La casa donde se desarrolla la acción, de hecho, es una protagonista más -casi el 100% de las escenas transcurren en esa casa y a lo largo de una única noche-.
A pesar de que la película necesita una primera media hora inicial para poner todas las fichas sobre el tablero, lo cierto es que la cinta no da respiro al espectador. Una vez hechas las presentaciones de los personajes, el director comienza a desplegar un carrusel de sustos que entusiasmarán a los fans del género. Estos sustos no inventan nada nuevo -la película en sí no inventa nada nuevo-, pero están tan bien logrados, dosificados y rodados que consiguen dar miedo de verdad. Buena parte de culpa de ello la tiene la atmósfera opresiva, por momentos asfixiante, que consigue crear el director. Y es gracias a este ambiente malsano que se respira en todo momento por lo que la película se distancia de sus predecesoras: en esta nueva entrega el espectador sabe que en cualquier momento puede ocurrir algo malo, que cuando menos se lo espere estallará el siguiente susto. Lo mejor es que son muy pocas las ocasiones en las que estos sustos no llegan a producirse, como pasa en muchas películas de terror. Este cronista pudo contar más de 15 sustos a lo largo de los 100 minutos largos de película, lo cual no está nada mal. Y es que como mejor se puede definir el film es como una película de sustos que abraza sin ningún tipo de pudor el más puro y mero efectismo. Del guión, simple y absurdo, mejor ni hablar.
Dedicada a la verdadera Lorraine Warren fallecida el mismo año del estreno, el séptimo largometraje de The Conjuring es tan potente en su capacidad de inquietar y perturbar que poco nos termina importando que sea demasiado oscura -en ocasiones cuesta ver lo que está sucediendo en pantalla-, algunos detalles del guión ridículos -el hecho de que las llaves del sótano maldito no estén mejor escondidas-, los comportamientos inexplicables de sus dos protagonistas adultas o un final abrupto que, entre otras cosas, nos priva de ver la reacción de los padres a la tragedia que se ha desatado en su ausencia -algo imperdonable-. Terror a la vieja usanza, con el aroma del cine clásico, Annabelle vuelve a casa no pasará a la historia como una cinta de terror con novedades conceptuales, artísticas o narrativas, pero sí como una de las películas del género que más honestas son con su público. Y la honestidad es algo que los amantes del cine de terror valoramos por encima de todo.