Revista Cine

Joker

Publicado el 10 octubre 2019 por Pablito

Rara vez se genera tanta expectación mundial ante una película como con Joker (Todd Phillips, 2019), la ganadora del León de Oro en el último Festival de Venecia -galardón insólito para una película de cómics, que en realidad, no lo es en absoluto-. Pero más raro es que vean la luz películas a las que no se les puede sacar ni un defecto. Lo que vienen siendo películas perfectas. Y para quien todavía piense que la perfección no existe solo tiene que ver la nueva obra del director de la trilogía Resacón en Las Vegas, que cambia completamente de registro para ofrecernos la que es, sin ninguna duda, la película del año y una de las más importantes -por muchos y muy variados motivos- que se han rodado en lo que llevamos de siglo. Camuflada bajo la etiqueta de cine de superhéroes -sólo así puede explicarse que, en los estándares del sistema de producción del Hollywood actual, haya podido rodarse una cinta que critica de forma tan inmisericorde el sistema, que se muestre tan poco complaciente con él-, el director y co-guionista construye una obra en torno a un personaje tan enigmático como el Joker, del que se sabe muy poco a pesar de llevar formando parte de la cultura popular durante décadas.

Joker

La película versa en torno a Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) un joven con problemas mentales que sueña con ser cómico pero que, de momento, tiene que conformarse con malvivir trabajando como payaso por las calles de Gotham, ciudad en la que vive con su madre. Rechazado por la sociedad, que le ve como un bicho raro por su risa a destiempo a causa de los traumas que acarrea, llegará un momento en el que el maltratado Arthur pasará a ser el malvado Joker, que no dudará en empezar a tomarse la justicia por su mano. Aún con la interpretación de Jack Nicholson o Heath Ledger resonando en nuestra memoria cinéfila, nace ahora un Joker que, con todo el respeto y admiración hacia los anteriores, juega en otra división. No sólo por el hecho de que lo que hace Joaquin Phoenix aquí es algo que solo pueden hacer muy pocos actores en el mundo, sino porque el Joker que aquí se ofrece es un personaje íntimamente ligado -he aquí la clave- al convulso contexto social en el que estamos inmersos. Esa es su razón de ser.

Phoenix, entregado en cuerpo y el alma al papel de su vida -no sólo por su espectacular transformación física por la que perdió 27 kilos, sino por su amplio abanico de registros-, es el encargado de llevar sobre sus hombros una película en la que aparece en escena el 95% del metraje. Él es el alma del film; nadie como él para transmitir toda la angustia que se siente al ser un marginado por el sistema, un estorbo social, ninguneado y humillado no sólo por los ciudadanos, también por las instituciones. Y si las instituciones fallan, si los órganos cuya función principal es cuidar a la población lo que hacen es apartarla y pisotearla, ¿qué nos queda? Es una de las múltiples preguntas que desfilan por una película que plantea multitud de interrogantes y cuyas respuestas pocos o nadie se atreve a responder. Porque, de hacerlo, se nos caería a todos la cara de vergüenza. En este sentido es bastante significativo el monólogo final del Joker en el plató de televisión, en el que a través de su frase “hemos perdido la capacidad de ponernos en el lugar del otro”, se condensa no sólo la esencia de la película, sino también la esencia de esta sociedad deshumanizada; una sociedad tan podrida que es capaz de convertir a una persona que sueña únicamente con poder hacer reír en el peor de los monstruos.

Joker

Esas escaleras recurrentes por las que continuamente sube el protagonista cada vez con más dificultad para llegar a su casa –siempre con esa música perturbadora de fondo que acompaña de forma magistral a las imágenes y cuya función no es otra que cristalizar y poner sonido al infierno mental que vive el personaje-, no son más que una metáfora de una sociedad empecinada en ponérselo difícil o directamente ignorar a quien no encaja en sus pútridos cánones, en donde no existe el más mínimo grado de empatía hacia el diferente, máxime si lleva grabado el estigma de enfermo mental. El resultado es, más que una película, una experiencia exquisita en forma -esa sublime composición pictórica de los planos, esa sensación de tensión continua sólo posible con un guión con diálogos dignos de análisis- y en fondo -su trasfondo social y moral es infinito-; una experiencia destinada a quedarse a vivir muy dentro de quien se atreva a disfrutarla -o sufrirla- y ante, como parte de este mundo inmundo, no nos queda otra que tomar partido. Se acabó mirar para otro lado. 


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