Revista Vino
Antonio Vílchez tiene una bodega que se llama Naranjuez y que es expresión, como poquísimas de las que yo conozco, de la personalidad combinada de la tierra y de la persona con las que convive. Naranjuez es la materialización de las "badlands" de Marchal (Granada), las "malas tierras" fruto de la erosión que junto al río mudan en fertilidad. Naranjuez es la mejor expresión de que un clima desértico, con temperaturas extremas entre el día y la noche a lo largo de todo el año, puede acabar en fragante y concentrada uva. Naranjuez es símbolo de la capacidad de una persona por crecer y aprender de cuanto hace y a cada paso que da.
Antonio Vílchez es un hombre esencial en todo, en delgadez y en palabras. Odia la retórica supérflua y la palabra de más. Quiere vivir tranquilo con sus pocas hectáreas, y sin prisas. Es hombre de palabras sentidas, es decir, de palabras que recuperan, cuando las dice, un sentido antiguo. "La prisa mata" podría ser su divisa, en efecto, además del nombre de uno de sus vinos (para mí) emblemáticos. Años de contemplación de la vida desde su mismísimo corazón han dejado huella. Como la ha dejado el tiempo en que ha visto todo desde lo alto de una torre de vigilancia. Sus vinos están hechos de toda esa experiencia y saber de vida. Sus vinos, sin conocer a Antonio, se pueden disfrutar pero no se entienden. Diréis, puede que con razón: ¿y qué más da, si lo que conviene es beberlos sin más?
Y yo os contestaré que sí, que da más porque estos vinos, como Antonio, están hechos de la materia de sus silencios y de la aprehensión de las sensaciones que, en cada momento, la viña da. De una persona que cuenta su tiempo no por años o meses o días, sino por estaciones, hay que escuchar y atender todo. No solo sus vinos. Si te quedas con eso, te quedas a medio camino de todo y con la nada en el zurrón. Antonio ama y cita de memoria al poeta persa Omar Khayyam, que además de epicúreo post litteram, era filósofo, matemático y astrónomo. Miraba al cielo para comprender las cosas de la tierra. Antonio, además de hacer eso, se mira a sí mismo y a su alrededor, para comprender con una lucidez que transmite, cada vendimia mejor, a sus vinos.
Como Omar Khayyam, Antonio sabe que estamos hechos de instantes y de fugacidad, que no hay que ilusionarse con la riqueza y la belleza: "puedes perderlas: aquélla en una noche; ésta, en una fiebre". Como Omar, Antonio ha sabido detener su marcha para tratar "de ser feliz. ¿Por qué te afliges, pequeña mía? Dame vino; la noche se acerca". Como Omar, en fin, Antonio sabe que la prudencia consiste en gozar el momento que pasa. Porque "lo futuro, ¿qué encerrará?" Antonio Vílchez, sus vinos, sus momentos, sus palabras: nos hacen mejores porque nos hacen disfrutar tanto como reflexionar sobre cómo somos y por qué hacemos las cosas como las hacemos. Antonio, como Omar Khayyam, es hombre de palabras fundamentales y de vinos con alma. Cada día más.