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Apuntes críticos sobre poesía

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Apuntes críticos sobre poesía

La poesía no solo es un género literario, sino también un tipo de manifestación lingüística que siempre ha interesado a filólogos y demás estudiosos de la lengua.

En este artículo presentamos algunos apuntes con el objetivo de contribuir a la discusión que el tema suscita.

Es tan difícil definir lo poético como dar una idea precisa de lo que entendemos por poesía. No solo porque, hechos vivos, poesía y poema se deforman con la definición, sino también porque cualquier descripción del hecho poético se enfrenta a la vaguedad del término mismo. Aceptamos entonces, provisoriamente, que lo poético es poesía en estado amorfo y, por lo tanto, solo pasible de adoptar forma concreta en el poema.

Ahora bien, la poesía moderna elige un camino libre y personal que evita cualquier convencionalismo. Esta libertad implica que la poesía no vive más en un orden cerrado de significaciones, sino que, como expresión subjetiva, tiende a la ambigüedad, ambigüedad que puede ser riqueza cuando el poema es en cierto modo recreado por el lector, constituido este como colaborador del poeta.

La poesía moderna, en definitiva, concibe al poema como obra abierta. Cada lector -y el crítico es otro lector- ve en los mundos del poema tanto el mundo que el poema ofrece como el mundo que cada quien tiene en el alma. El poema, uno y el mismo, es también diverso. De ahí que el poema enriquezca nuestra manera de ver la realidad, el paisaje o la naturaleza; de ahí también que cada lectura atenta quiera contribuir -añadiendo mundos al mundo- con un nuevo vislumbre del poema.

Apuntes críticos sobre poesía

En todo poema, el poeta opera una desrealización de los datos entregados por la experiencia. Las cosas pierden la realidad sustancial, práctica y tangible que les confiere, al nombrarlas, el sentido común, para pasar a ser formas de la conciencia. Este proceso se da de distintas maneras. En algunos autores, la configuración de constelaciones poéticas sigue teniendo sustancia real; en otros, lo real desaparece debido a la completa autorreferencialidad del texto, a la proliferación metafórica y simbólica.

Muchas de estas ideas caracterizan a la poesía de vanguardia y se engarzan, a su vez, en una tradición que nace con el romanticismo; digamos que son consecuencia de la crisis de los valores universales -o tenidos por universales- que se inicia a partir de Feuerbach, Marx y . Así, los surrealistas reclaman para sí a Rimbaud y, al igual que Mallarmé, tratan de que la poesía sea a la vez crítica y absoluta. Desde luego, esa tentativa está condenada desde un primer momento al fracaso, ya que la supremacía ontológica del objeto natural por sobre la evanescencia del verbo es ineludible. Admitamos, entonces, que, si bien la palabra poética es, por definición, creación pura, es una creación que sufre la nostalgia del objeto, la imposibilidad de ser palabra y cosa.

2. La imagen y el ritmo como principios constructivos del poema

Entender la poesía como discurso es entenderla como lenguaje, y el concepto de lenguaje es ya parte de las redes de poder que intentamos vulnerar. El lenguaje es comunicación y no puede ser otra cosa porque comunicar o, si prefieren, "informar" es su función. Cuando el lenguaje no se ocupa de informar, su función por excelencia, algo raro ocurre. Por esa razón, a la hora de hablar de poesía, esencia misma de toda buena literatura, tenemos que tener en cuenta dos factores: el factor goce y el factor discurso. La poesía, en definitiva, es un discurso no utilitario.

La poesía nos proporciona un goce estético y quizá ese sea su objetivo principal, toda otra función será extraliteraria y por lo tanto discutible. El discurso poético es, en sí mismo, un discurso que transmite de sujeto a sujeto, no meras informaciones, sino, en mayor medida, una visión de mundo supeditada a patrones estéticos: nos alejamos del dominio de las transacciones intelectuales para aproximarnos al de la evocación o invocación, en donde el lenguaje es ritual, arquetípico. El lenguaje poético es el signo devenido en forma, y su expresión, la imagen y el ritmo.

Llegamos así a lo que llamaremos, según la nomenclatura formalista, principios constructivos del poema, es decir, la imagen y el ritmo. Pierre Reverdy decía: "La imagen es una creación pura del espíritu. No puede nacer de una comparación, sino de la proximidad de dos realidades más o menos alejadas"[1]. Y añade: "Cuanto más lejanas y justas sean las relaciones de las dos realidades aproximadas, la imagen será más fuerte y poseerá más potencia emotiva y más realidad poética"[2].

Por otra parte, Roman Jakobson, quien supo agregar a las tres funciones del lenguaje presentadas por Bühler, tres más, dentro de las cuales aparece la función poética, nos dice, precisamente a la hora de profundizar acerca de esta última, que existen dos principios reguladores en el momento en el que en el lenguaje predomina la función poética.[3] Estos son: el principio de equivalencia (de desarrollo metafórico) y el principio de contigüidad (de desarrollo metonímico). Vale decir que tanto en la metáfora como en la metonimia (tropos o figuras de sentido ambas) hay imagen. No hay duda alguna de que la imagen elegirá siempre la vía del tropismo.

Apuntes críticos sobre poesía

Pero ¿qué es una imagen? Bien, la preceptiva la define como una figura del discurso que provoca en el receptor una determinada representación mental. Esa representación puede estar referida a sentimientos, en cuyo caso se trataría de imágenes afectivas. En otras ocasiones se trata de representaciones de objetos, en cuyo caso se trataría de imágenes sensoriales. La imagen tiene un referente preciso que suele ser un dato de los sentidos. Si imagino el mar, el acto imaginativo me remite a una experiencia sensible previa. Naturalmente, el mismo referente puede variar según los individuos al asociarse a la vida psíquica de quien lo haya percibido. Dentro de esta lógica poética prima el principio de equivalencia ya mencionado.

¿Y qué es el ritmo? La palabra ritmo proviene del griego y significa movimiento regular y medido. Es el principio que permite diferenciar al verso de la prosa y se logra mediante la repetición de ciertos recursos a determinados intervalos.

La imagen y el ritmo son los elementos constitutivos del poema; pero también el poema, un particular tipo de discurso. Este discurso poético jamás alcanza su factura definitiva; se transmuta indefinidamente anclado al fenómeno de connotación, abundando así en ambigüedades y sugerencias innumerables, percibidas apenas en sus combinaciones fonéticas que esconden y diversifican su sentido. Esto último sí es importante: el lenguaje poético, por más oscuro que parezca, no carece de sentido, solo que su sentido no está supeditado a las variables comunicativas del lenguaje referencial que espera univocidad y denotación en todo enunciado. El lenguaje poético, por sus características, posee, en todo caso, un excedente de sentido. Asimismo, es fundamental entender que el poema no es una arbitraria composición producto de la sensibilidad, sino un objeto estético y, como tal, de aparencial e imaginario.

La poética iberoamericana ha sabido fusionar, de manera decisiva, polaridades aparentes como folclore y vanguardia, tradición religiosa y libertad recreadora, rito y cotidianidad. Podríamos, además, destacar la existencia de un impulso barroco-romántico-vanguardista, impulso que, en cada momento de su derrotero histórico, logró asimilar los núcleos idiosincrásicos del vasto territorio de la Mancha. Un recorrido crítico por la obra de los más representativos poetas de habla hispana del siglo XX, por poner un ejemplo, podrá ayudarnos a ejemplificar lo expresado y a visualizar los fundamentos éticos y estéticos del imaginario iberoamericano.

A modo de conclusión, agregaría que la historia literaria es el producto indefinido de una serie de tergiversaciones provocadas por la lectura. Los poetas tergiversan a otros poetas anteriores, tal como los críticos tergiversan y glosan a poetas y otros críticos. Esa es, a mi modesto entender, la maldición que impuso la tradición canónica a través de su infinita red intertextual. Reencontrarse, entonces, con "el placer del texto" del que hablaba Roland Barthes, no ya desde el punto de vista hedonista, sino desde el punto de vista experiencial,[4] es el ejercicio que tiene que realizar cualquier lector decente. Conjeturo que, si este modelo de lector no abunda, es por razones que nada tienen que ver con la poesía y sí, tal vez, con el pensamiento dominante.

[1] Pierre Reverdy. Revista Nord-Sud, marzo de 1918.

[3] Véase Roman Jakobson. Lingüística y poética, Madrid, Cátedra, 1981.

[4] Es decir, desde un punto de vista en el cual el concepto de placer (goce estético) no esté disociado de la ética.

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