Repasando el currículo de Fernando Molero, nuestro artista de la semana, encontramos que sus obras, aparte de exponerse en territorio español, han gozado de una siempre interesante difusión en territorio neoyorkino, ya sea en colectivas y eventos vinculados a las grandes ferias estadounidenses como muestras individuales en galerías de reconocido prestigio.
Nacido en Granada, Fernando ha sabido integrar en las corrientes contemporáneas una producción de base clásica y discurso surrealista de fondo en el que la figura y el paisaje recorren caminos paralelos pero a la suficiente distancia como para desarrollar diferentes líneas discursivas.
Sus personajes, ciudadanos de la cotidianeidad, se mueven sin moverse por escenarios que dictan la composición y en los que abundan los elementos geométricos. Aficionado a los horizontes lejanos y las superficies despobladas, sus pinturas nos trasladas a un futuro incierto en el que la civilización vive ajena a sus obras, resistiendo sin esfuerzo a las fuerzas primaras (cinéticas, gravitatorias) que les envuelven.
Y en estos contrastes es donde se encuentra la magia de sus cuadros, el choque cromático entre una paleta apagada y terrosa y los elementos luminosos que interactúan con sus personajes, algunos explícitos, textuales, y la mayoría simbólicos, diferenciadores e incluso beatíficos.