En mi cabeza, un tanto perturbada, siempre he separado la historia del cine en tres grandes etapas:1) Lo nuevo, que lo enmarco entre mediados-finales de los 90 y la actualidad. 2) Lo moderno, que llegaría hasta lo nuevo y empezaría a finales de los 60, con la aparición de esas películas que marcarían un antes y un después en la historia del cine, una manera de hacer diferente ('El graduado', 'Easy Rider', '2001: Una odisea del espacio'...) y 3) El cine clásico, que engloba desde los obreros saliendo de la fábrica hasta lo moderno.
Desconozco el motivo exacto, pero sin duda me quedo con este último apartado. ¡Ni mucho menos desprecio los otros! Mi peli favorita es 'El Padrino', flipé con 'Star Wars', no hay reposición en la tv de Indiana Jones que no me atrape por vigésimo cuarta vez, me agarró a la butaca el biopic 'Bohemian Rapsody' y me hipnotizó la belleza de 'Melancholia', de Von Trier.
Pero aunque disfrute mucho de Hoffman, de Pitt, de Hathaway, de Johansson, de Redford o de Streep, me quedo sin duda con los otros, los anteriores: el bueno de James Stewart, el rollete que se llevaba Cary Grant, la elegancia en el baile de Gene Kelly y Ann Miller, la preciosa serenidad de Grace Kelly, el poder actoral de las dos Hepburn: Katherine y Audrey. Y me quedo con Wilder, Wyler, Truffaut, Hitchcock, Capra, Ford, Huston, Fellini...
Prefiero el cine clásico porque me sugiere más autenticidad. Como si las conversaciones de Bogart y Bacall fueran las primigenias y nadie las hubiera tenido antes. La originalidad de lo primerizo acaba siendo priorizado a la perfección de la que se ha conseguido desarrollar más y, no lo niego, mejor en épocas posteriores.
Prefiero el cine clásico porque sólo los Monty Python o Friends me han hecho reír tanto como Chaplin o Laurel & Hardy.
Lo prefiero porque personajes como Hedy Lamarr, Joan Crawford, Bela Lugosi o la familia de los musicales de la Metro, ahora son imposibles y las grandes estrellas de hoy en día son caricaturas de sí mismos.
Por eso, desde esta columna tengo la desafiante tarea de atraer a mi mundo a todos aquellos desaventurados que osáis adentraros en él. Intentaré convencer de las maravillas del blanco y negro a todos los que consideráis que 'El Club de la Lucha' es ya una "película antigua" (¡odio esta expresión!).
De ahí el título de esta columna, Atrapado por su pasado, no sólo como homenaje a otro genio como de Palma, sino para ir descubriendo juntos la belleza del origen, de aquello que ocurrió por primera vez (desde un movimiento de cámara a un género cinematográfico entero), de aquellos actores y actrices que inventaron los métodos, las maneras y los estilos. De los directores que inventaron el cine que hoy en día conocemos y que disfrutamos no solo en las salas, sino en todo tipo de pantallas.
¡Pasad y disfrutad!