El motivo de esta nueva escaramuza es que no tengo a donde ir. No puedo acudir a los sospechosos habituales porque están hartos de mi auto-compadecimiento y mi displicencia. No puedo acudir a los mios porque no se lo merecen. No puedo volver sobre mis pasos porque he olvidado de donde venía. Y, dado que solo se hacer bien una cosa, lo suyo es que escriba sobre mi alma en el único lugar donde he podido hablar de ella desde la verdad, mi verdad, esta autodestructiva y complaciente verdad.
Cuando empecé a escribir sobre vino lo hice desde el más puro y profundo desconocimiento. La ignorancia que exhibía fue legendaria. No sabía nada sobre vino, al menos nada real, nada auténticamente cierto y sometido al más mínimo escrutinio. Escribía sin saber pero, sobre todo, escribía sin deber. Lo hacía usando las herramientas que tenía a mi alcance; la comparativa, el contraste, la investigación. Herramientas que usé como periodista pero que, por alguna razón, no me devolvían nada positivo cuando tenía que hablar de vino. Instalados en el tópico y la frase vacía, los escritores de vino y gastronomía usaban una lista claramente definida de adjetivos para todos sus textos, hablasen de lo que hablase. Lugares comunes, frases vacías; "cocina asequible", "menú de excepción", "cocina llena de color", "elegante", "sobrio", "distinguido"... leyese lo que leyese, escribiera lo que escribiera, todo me llevaba a un soporífero territorio de lo negro, de lo conocido y de lo aburrido. Y si se trataba de hablar de vino...

"mito", "gloria", "el vino...está mas vivo que nunca", "historia de triunfos"... ni una mala palabra, ni un gesto de simple rendición al hecho mismo del interés comercial del proyecto, de la naturaleza humana de los que lo elaboran, de porqué lo hacen, de como lo hacen y a santo de que... nada.
Una enorme extensión de absurda nada recorría y recorre el mundo de la crítica de vinos y de la gastronómica hasta la aparición de los blogs, los foros y de toda aquella exultante región de personajes que durante un lustro más o menos campó a sus anchas por la red: Espeto, Ligasalsas, Diletante and friends, Mileurismo.... los hubo más mediáticos, pero nunca más verdaderos. Se bebían, se comían lo que decían y hablaban de ello. Sin más, sin menos. Pero todo acaba y, al acabar, termina.

Porque esta suerte de "realismo mágico" en que el que me moví para definir a donde me llevó el vino en aquel momento surge de un lugar bastante recóndito en mi interior. De las grietas en mi mente por las que escapa esa suerte de demencia que me acompleja y me hunde. Grietas que se sumergen en un lugar muy profundo y que, como raíces, anidan en mi psique y me destruyen.
Se que escribo bien. Que carajo, escribo muy bien. Soy la ostia escribiendo. No hablo de sintaxis ni ortografía, donde soy un absoluto desastre. Hablo de sembrar semillas. Hablo de describir lugares donde yo he estado pero que pueden ser desconocidos para otros. De definir Albamar 2011 como una suerte de orilla a donde regresar. De definir a un tinto rías baixas como la consecuencia de un espíritu y de ir más allá de los "vinos atlánticos" para decir que la merenzao es la sangre roja del Xil, de la Dena o de la Ribadumia infantil de Rodri, de Loncho o de Xurxo. Usar las palabras como saetas, como lanzas y estiletes con los que ensartar, pinchar y doblegar la comodidad y la falta de espíritu de una generación de escritores que nunca debieron describir un vino, más allá del Siglo Saco. No escribir para hacer amigos sino para adorar a genios, a diosas de la elaboración.

Ahora que transito por estos lodos de desesperación y dolor constante recuerdo porqué me apunté a esta guerra. Quería decir, quería contar e ir "más allá" de la crítica vacía y acomodaticia de Peñín y compañía. Ir más allá de "Descubrimos el mejor blanco de España: es un txacolí" o de "Los 10 mejores vinos que encontraras en un Aldí te sorprenderán"... nos ha jodido, te sorprenderán y te servirán para limpiar el parqué de las habitaciones.
Describir un rioja como "un showroom de IKEA" o definir como a "Batman" a un cierto presidente de una DO por llevar capa negra quizá fue excesivo. Pero, en la era del "troleo" en televisión en prime time, en los tiempos del twitter del odio y el resentimiento más profundos me pregunto si no fui incluso blando con quien mereció alguna crítica por mi parte. No me arrepiento, lo repito, por algunas cosas y sigo creyendo que otras merecerían condena penal, pero, a riesgo de parecer converso, me callaré.

Escribo para no morir en mi propio olvido. Es triste, pero es certero decir que no me reconozco por las mañanas cuando, tras un enorme esfuerzo, consigo ponerme en pie. No lo hago por mí, vive Dios, pero lo hago. Y en mis ojos tristes y oscuros solo veo los recuerdos de un tiempo en que mi alma subió a una altura inmerecida y me dejó atrás para no volver. Solo y agotado, a un paso del precipicio en que me lanzo cada noche mientras lloro en la oscuridad y recuerdo que una vez fui grande y mi sombra me obliga y se ríe de mi suerte. Porque hubo un tiempo en que fui quien de probar vinos que me superaron y que son ya algo más que meros transmisores de emoción. Vinos de suerte, de vida y de historia. Vinos que son partes del cuerpo, pies, manos, lenguas y ojos. Vinos puros, dóciles, enérgicos, viriles o femeninos, que viajan a años luz de distancia de este mundo ruin y distraído.
En esos vinos estuve y quizá ya nunca volveré a estar. Porque no soy nada más que un despojo. Porque no merezco la vida que he vivido. Porque me muero sin morir. Porque me canso sin trabajar, sin luchar, sin caminar. Porque me duele sin querer. Porque soy solo una llaga abierta que lucha por cerrarse y avanzar. Porque soy bipolar. Porque me falta creer en que hay algo más allá de este día, de esta hora, de este clic.
Y sin embargo, creo. Aún creo.