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Ausencia

Publicado el 29 agosto 2017 por Claudia_paperblog

Me quedo sola en la cama y ya no puedo conciliar el sueño. Busco su olor en la almohada y lo encuentro al momento, intenso, indescriptible, me deja con ganas de más. Ese olor que le gusta a todo el mundo, que siempre permanece liviano en mi ropa y en mis manos, en mi cabello y mi nuca, en mi olfato. Inventé un cuento solo para él, lo improvisé para que se durmiera, como él hace conmigo de vez en cuando. Hablaba de su olor y de ese imán que tiene para la gente.

Me vienen tantas imágenes a la cabeza… Primero antiguas. Ayer por la mañana, nos veía en Nîmes, con aquellas mochilas que se habían hecho cada vez más pesadas, caminando por ese paseo en obras, en dirección a un parque con un templo dedicado a Diana. Por la noche, justo antes de dormir, nos vi en una plaza un poco fea de Bruselas, pasadas las doce, con alguna cerveza encima, en busca de una discoteca diferente y esta mañana me aparece la imagen de Medellín, nosotros explorando la ciudad y, sin saberlo, metiéndonos en un barrio un tanto peligroso.

Luego me vienen imágenes más recientes e incluso de futuro. Me veo explicándole a mis amigos el viaje, enamorada de la vida, echando de menos una casa, una tierra y unos paisajes que se hicieron casi míos. Otra familia. Me da la mano y nos tiramos juntos al río, desde una altura que a él le parece poca cosa, pero que a mí me impresiona al principio. Ese gesto me da la certeza de que siempre estará a mi lado, siempre será un apoyo para mí y yo para él. Ahora estamos en la hamaca donde cabrían hasta tres personas, en la finca de su abuelo, al que tanto quería y que no pude conocer. Dicen que yo le habría gustado a su abuelo. Vemos cómo atardece y luego aparecen las estrellas en la oscuridad de la noche mientras la hamaca nos mece y siento que empiezo a entender la mentalidad de esta gente, la calma, la paz, dejar las prisas a un lado.

Ausencia

Ahora estoy en una moto conducida por un hombre que no conozco, él va en otra moto y se va girando para verme la cara de miedo y reírse de mí, pero a la vez tranquilizarme. Subimos esos montes, rodeados de plantas y selva, de humedad, con la piel empapada en sudor y cuando llegamos al río, no hay palabras que describan esa sensación. Esa frescura, esas ganas de estar a solas, de abrazarnos, de seguir viviendo aventuras juntos. Cambiamos completamente de escenario y estamos cocinando una cena española el último día para toda la familia y nos compenetramos muy bien, aunque yo podría hacer más de dos cosas a la vez. Nos reímos cuando viene su prima y nos pregunta si no discutimos nunca porque siempre se nos ve muy bien y yo siempre tengo una sonrisa en la boca.

Estamos en el lujoso hotel de Cartagena, con una terraza increíble y una habitación gigante con baño para nosotros. Hacía días que no teníamos intimidad. Por la noche, él se desnuda para ponerse el pijama, al otro lado de la cama y me dice: “Ven”. Me hago la inocente preguntando qué quiere, pero lo sé de sobras. Me pone rápidamente boca abajo, me tapa la boca y me quita las bragas.

El taxista se ríe con nosotros, a las 3 de madrugada, de camino al aeropuerto, porque vamos borrachos y no paramos de decir estupideces. Luego me enfado sin saber por qué y él me pregunta que qué me pasa, pero le digo que no sé el motivo de mi enfado y que si me deja un rato a solas, se me pasará enseguida. Y así es.

Escucho Lágrimas de sangre y así parece que esté a mi lado porque esa música me recuerda a nuestros viajes. Y le veo conduciendo, con seguridad, un poco de agresividad a veces, pero eso me encanta, aprendiéndonos todas las canciones de reggaetón que sonaban en la radio y sonriéndonos, dándonos la mano en los semáforos en rojo, con nuestras gafas de sol puestas, disfrutando del paisaje de la carretera y en unas constantes vacaciones. Se echa de menos eso.

De madrugada, nos despertamos a la vez, o quizá llevamos ambos un rato en vela, pero nos giramos el uno hacia el otro y nos abrazamos con fuerza, reímos porque el jet lag no nos deja dormir y bromeamos, aunque sabemos que no deberíamos porque nos toca madrugar. Solo han pasado unas horas y ya se me hace dura su ausencia.

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