Revista Cultura y Ocio

Autores juveniles en Estados Unidos

Por Eltiramilla

Autores juveniles en Estados UnidosVete a la sección para jóvenes de una librería cualquiera y tira una piedra al azar: lo más probable es que le des a una obra escrita por un autor estadounidense. Hay tanta saturación de obras norteamericanas en la literatura juvenil actual que muchos lectores preferirían seguir el consejo de aquel productor que aparecía en la película Barton Fink: “por favor, tírenla con fuerza”. La piedra, no la literatura juvenil.

Sólo en el modesto catálogo de fichas de El Tiramilla ya hay treinta y cinco autores de ese país, y el hecho de que la gran mayoría de títulos sea de corte comercial no es que ayude precisamente. Sin embargo, pretender meter a todos los autores de uno de los países más grandes y variopintos del mundo en el mismo saco de “literatura fácil y comercial” viene a ser como decir que Karlos Arguiñano es un guipuchi que cuenta chistes malos en la tele: por fortuna, la cosa va mucho más allá.

Si no conoces a Stephenie Meyer y a Suzanne Collins, entonces

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probablemente no existes. Son las autoras de, respectivamente, Crepúsculo y Los Juegos del Hambre, obras que han marcado para bien o para mal el modelo actual de literatura juvenil mainstream (diseñada para apelar a tantas personas como sea posible) con su modo de narrar, de conducir la trama y, concretamente, de presentar y desarrollar a sus protagonistas, como muy bien explicaba Lorenzo Ramis en este artículo. Poco se ha dicho de ellas que no se haya dicho ya. Como decía aquel tipo del chiste de Eugenio: “vale, pero, ¿hay alguien más?”

Claro que sí. Estados Unidos es un país inmenso y prolífico en el que caben autores de cualquier edad, tamaño, color y procedencia. Podemos hablar primero del joven Christopher Paolini (1984), autor del ciclo El legado, quien a pesar de su sangre italiana es nativo de California, para luego pasarnos a la veterana Margaret Weis (1948), coautora de la famosísima saga Dragonlance. Podemos pasar fácilmente del clasicismo que destila el Percy Jackson de Rick Riordan a la moderna velocidad de K. A. Applegate y sus Animorphs. La vejez y la modernidad, la tradición y la mezcla de influencias, la narración contenida y el nervio vigoroso de la prosa más adictiva; todas estas cosas y muchas más se pueden encontrar dentro de las fronteras de la primera potencia mundial,

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donde los opuestos se acercan hasta convertirse en compañeros de viaje.

Llaman la atención los muchos autores que o bien compaginan la escritura con otros trabajos más mundanos o bien acabaron dedicándose a juntar letras después de haber tenido éxito en otras carreras que pueden estar relacionadas con la literatura o pueden no estarlo. Casos como el del ya mencionado Christopher Paolini, que desde los quince años se ha dedicado a escribir y a nada más que escribir, o el de Verónica Roth, que publicó su Divergente a una edad muy temprana, son raros. Es mucho más común el perfil de la autora de Ghostgirl, Tonya Hurley, que tuvo éxito como publicista de grupos musicales y productora de cine

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antes de pasarse a los libros. Ben Sherwood empezó siendo periodista; James Dashner, autor de El corredor del laberinto, es economista metido a escritor; y Elizabeth Eulberg fue publicista de Stephenie Meyer antes de animarse a escribir El club de los corazones solitarios.

Por supuesto, también hay espacio para el escritor tradicional. El neoyorquino Gregory Maguire, autor de la aclamada Wicked, dedicó y dedica mucho tiempo a analizar, explicar y promocionar la literatura infantil y juvenil; por algo fundó la institución Children’s Literature of New England. Del estilo también son Kami Garcia y Margaret Stohl, autoras de Hermosas criaturas, que siguen rigurosamente el prototipo de “autora formada en carrera de letras”.

Hemos mencionado ya a muchos nombres actuales, pero ¿qué hay de los clásicos? ¿Es que los Estados Unidos no tienen a nadie que pueda levantarse de la silla ante europeos míticos como Charles Dickens o Michael Ende? El autor de El mago de Oz, L. Frank Baum (1856), quizá tenga algo que decir al respecto. Baum es el más obvio de todos debido a su antigüedad y a la gran fama que acabó adquiriendo su obra, es cierto, pero es que hay más. Resulta sorprendente la cantidad de personas, muchas de ellas supuestos profesionales de la literatura, que sacuden la cabeza confundidos al escuchar el nombre de William Goldman (1931). El gran William Goldman. Olvidémonos por un momento de que

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estamos hablando del guionista de Dos hombres y un destino: este hombre es el autor de nada más y nada menos que de La princesa prometida. Más aún, es también el autor del guión de la legendaria película de Rob Reiner. Eso es, no os equivocáis, Goldman es el que escribió las palabras: “Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”. ¿Hace falta decir algo más?

Y otra grande, Nelle Harper Lee. La escritora de nada más y nada menos que Matar a un ruiseñor, una de las más importantes novelas del siglo XX y que le valió a su autora la inmortalidad y de paso el Premio Pulitzer. Coetánea de Salinger y amiga íntima de Truman Capote, la introvertida Harper Lee (1926) es probablemente el peso más pesado de toda la lista en lo que a valor literario puro se refiere.

Y ahora es cuando tú, tiramillote, te llevas las manos a la cabeza y protestas, por fin, en voz alta: “¿cuánto tiempo más piensa pasarse este redactor de pacotilla sin mencionar a Anne Rice?” Cierto, mea culpa. No se entiende la literatura juvenil actual sin mencionar a la autora de Entrevista con el vampiro. Después del evidente Bram Stoker, Rice es el modelo a seguir para

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todo novelista que pretenda hablar de vampiros; sus Crónicas vampíricas dan buena fe de ello.

No podemos terminar este reportaje sin hablar de las rarezas literarias. Estados Unidos es un país acostumbrado a apostar y a arriesgarse con propuestas novedosas, y la literatura no es una excepción. Los que siguen el avance reciente de las novelas transmedia tienen muy presente a Patrick Carman, cuyas serie Skeleton Creek combina hábilmente la narración tradicional con los vídeos colgados en Internet. Y no debemos olvidarnos de Charles Benoit, que se atrevió a escribir  en la normalmente vetada segunda persona.

Nos dejamos a mucha gente en el tintero: Richelle Mead (Vampire Academy), Daniel Waters (Generation Dead), Neal Shusterman (Everlost), Rachel Cohn y David Levithan (Cuaderno para dos), Jacqueline West (Otrolugar)… Muchos escritores notables que se quedan para el final no por su falta de valía, sino porque forman parte de un país que ya hemos definido bastante bien a lo largo de todo este reportaje: un país que aúna mundos radicalmente diferentes entre sí y que desafía toda clasificación. Definimos Estados Unidos como un país indefinible y a sus autores como miembros ejemplares y de vital importancia en la literatura juvenil pasada, presente y futura.

Puede que algunos cínicos quieran coger la piedra y lanzarla con fuerza. Por nuestra parte, sin embargo, el asombro no cesa.


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