Revista Cine
Una de las citas inmortales que se le atribuyen a William Shakespeare da inicio con la frase "No temáis la grandeza". A lo largo de la historia de la humanidad, una retahíla de personajes ha destacado en diferentes frentes. Pero habría que realizar una importante distinción: deberían ser genuinamente grandes aquellos que han contribuido al progreso de la humanidad desde su ámbito de influencia o que han conseguido alegrar o entusiasmar a una gran cantidad de personas gracias a su arte. La grandeza debería estar asociada a los genios, no a aquellos que han sido fabricados para alcanzarla o se han beneficiado de un puesto importante en la sociedad para vender una supuesta aura de liderazgo ejemplar. Todo eso no importa, se olvida. Lo importante es aquella obra que mejora la vida de las generaciones subsiguientes o bien aquellos que dejan una huella imborrable en el alma humana y se convierten en referente inspiracional a partir de la expresión de las emociones.
Aquel que nació con el nombre de Farrokh Bulsara (1946-1991) y que, a partir de los 24 años, pasó a llamarse Freddie Mercury es por derecho propio un genio de la música que, a través de su arte, consiguió arrastrar a millones de personas de todo el mundo hacia una vorágine de emociones y sensaciones que enaltecieron el alma y el espíritu. Un auténtico ídolo, cuya grandeza está fuera de toda duda.
No obstante, nada podría haber sido lo mismo para Freddie si no hubiera juntado su talento al de sus compañeros de Queen. Mercury ha sido, sin duda alguna, la mejor voz de la historia del rock al disponer de un registro vocal amplísimo. Su genio creativo a la hora de componer lo convertía en un grandísimo músico. Pero, obviamente, necesitaba contrapesos artísticos para modular su visión. La fórmula triunfadora surgió de la conjunción de Mercury con el persistente bajo de John Deacon, la batería contumaz de Roger Taylor y la maestría imperecedera en la guitarra de un genio llamado Brian May, quien abandonó un futuro en la astrofísica para convertirse en ídolo musical. La suma de energías y voluntades convirtió a la mítica banda en un buque insignia del rock. A lo largo de los años, fueron capaces de experimentar con varios subgéneros manteniendo sus señas de identidad. Nunca tuvieron miedo a explorar diferentes posibilidades y todo ello les dio variabilidad y eclecticismo, creando un sonido amplio y profundo. La obra musical de la banda se mantiene como una de las más potentes de la historia porque siempre lograron mantener un nivel de excelencia compositiva e interpretativa, traducida en un éxito tras otro.
El único bache creativo que se les puede atribuir, en veinte años de carrera, fue su deriva excesivamente disco para el álbum Hot Space (1982). Pero, visto en perspectiva, representa solo una mota dentro de un legado colosal. Y, además, el propio álbum Hot Space incluyó un tema magistral, grabado antes que el resto de piezas, en el que la banda y David Bowie se juntaron en una especie de jam session y de allí surgió "Under Pressure", número 1 en la lista de éxitos de Gran Bretaña aquel año. Cuando hablamos de éxitos debemos recordar, además, que Queen es el único grupo musical en toda la historia donde todos los componentes son autores de un número 1. Otra marca increíble para unos jóvenes inadaptados que empezaron tocando en fiestas universitarias. Se calcula que el número de copias vendidas de sus álbumes rebasa ampliamente los 200 millones. Incluso hay registros que les colocan cerca de los 300 millones.
Llegados a este punto, hablemos de la película que precisamente lleva el nombre del primer gran símbolo musical de la banda: la magna y épica, a la par que experimental, "Bohemian Rhapsody" (1975). Roger Taylor y Brian May llevaban toda una década tratando de llevar al cine un proyecto sobre la banda que continuara homenajeando la figura de Freddie Mercury. Tras varios fracasos y desacuerdos con aquellos que debían materializar el proyecto, finalmente llegaron a una entente con el productor Graham King y con 20th Century Fox. Ellos se reservaron un rol de asesores y custodios de los derechos musicales. Aún así, los problemas persistieron durante el rodaje y precipitaron la marcha del director Bryan Singer debido a constantes ausencias derivadas de las consabidas "diferencias creativas". La película pudo completarse con la entrada de Dexter Fletcher y el amparo en la fuerza de la historia y en el elenco de intérpretes, excepcionalmente encabezado por Rami Malek. El objetivo de la película es, en todo momento, el de convertirse en un homenaje al legado musical de Queen y a la genialidad de Freddie Mercury como motor creativo. No es un biopic académico ni un análisis psicológico. Pretende llegar a la audiencia a través de la música para acabar convirtiéndose en un espectáculo enaltecedor.
El guionista Anthony McCarten se propuso escenificar esa brutal trayectoria centrándose en colocar al público en una época de ebullición que sacudió al mundo de la música y removió sus cánones. Y para ello se centra en la figura de Freddie Mercury, a quien define a través de una expresión dual: por un lado, refleja las ansias de trascender que alberga un inmigrante indio-británico de la etnia parsi, nacido en Zanzíbar, que inicia el film recogiendo maletas en el aeropuerto de Heathrow. Esa voluntad escapista que busca reconocimiento deleitando al público y consiguiendo su implicación, le mueve en su impulso creativo. Por otro lado, el guionista expresa un aura más íntima del personaje al explorar sus dudas iniciales en cuanto a su orientación sexual mientras va surgiendo un sentimiento de soledad que, en ocasiones, se convierte en motor de conflictos. Un genio que disponía de una presencia escénica apabullante, que combinaba la extravagancia, la excentricidad y la provocación mientras obtenía un nivel de conexión con el público pocas veces visto en la historia de la música, podía llegar a sentirse solo en su intimidad cuando su imperecedero amor por Mary Austin se enturbia al ser plenamente consciente de su condición homosexual.
Todo ello se trata con un enorme respeto y elegancia porque esa ha sido siempre la voluntad y la condición imprescindible que Brian May y Roger Taylor han impuesto en las décadas posteriores a la desaparición de Freddie. Ellos han defendido siempre su brillantez artística y su generosidad personal. El ámbito íntimo no será objeto de escarnio mientras ellos mantengan los derechos. Por consiguiente, respeto hacia la vida privada y preservación de una figura mítica. Es todo lo que podemos esperar de personas decentes que nunca mercadearan con nada que sobrepase la estricta carrera profesional.
De este modo, la trama del film debe seguir los codicilios del lenguaje y el ritmo cinematográfico. Eso conlleva licencias y cambios en algunos de los acontecimientos descritos debido a que se necesita una mayor compactación y, sobre todo, una progresión dramática que conduzca al público hacia la conclusión. Son licencias dramáticas lógicas que ocurren en cualquier película que narra acontecimientos biográficos. La realidad casi nunca ofrece crescendos dramáticos, es más bien un toma y daca donde hay subidas y bajadas emocionales. En el cine, se necesita que la progresión ascienda a medida que avanza el metraje para así generar una eclosión de sentimientos entorno a un objetivo. Además, una película de carácter musical que debe incluir los mejores temas de Queen, tiene una dificultad añadida puesto que debe buscar espacio para justificar su presencia y eso significa que haya alteraciones cronológicas, como ocurre en el caso de la creación de "We Will Rock You".
También es obligado resaltar que, aunque la película no tiene visión única de director, sí que incorpora una magnífica puesta en escena con un diseño de producción y vestuario que clava las diferentes épocas y sumerge al espectador en los diferentes ambientes con una rotundidad aplastante. Por otra parte, el montador habitual de Bryan Singer, John Ottman, se mantuvo en la película y realiza también una gran labor al dotar al film de un ritmo persistente y de unos encadenados llenos de brillantez que, además, tienen la capacidad de encandilar a todos los que hemos sido fans de la banda.
En cuanto al reparto, solo puede haber comentarios favorables. Joseph Mazzello consigue reflejar la imagen introvertida, discreta y en ocasiones burbujeante de John Deacon. Ben Hardy, en el papel de Roger Taylor, ofrece una interpretación firme en la que combina temperamento y espíritu fraternal, siempre en connivencia con la fidelidad al grupo. Gran descubrimiento el de Gwilym Lee para el papel de Brian May. Consigue que veamos al auténtico Brian gracias a su parecido físico, pero es también capaz de representar esa aura zen que siempre ha emanado del fenomenal guitarrista. Muy destacable también la intervención de Lucy Boynton en el papel de Mary Austin y excepcionalmente reflejada la relación de amor incondicional, más allá de las consideraciones más epidérmicas, que siempre se mantuvo entre ellos en la vida real. Mary fue siempre la brújula de Freddie, su principal apoyo. Ella fue quien le rescató en los momentos difíciles de su vida.
Y llegamos a la estrella indiscutible de la función. Rami Malek, actor californiano con ancestros egipcios y ganador del Emmy por su interpretación en la serie Mr. Robot, no solo es la mejor elección para interpretar a Freddie Mercury. Sencillamente, en ocasiones, casi consigue transfigurarse en él. Su trabajo es brillantísimo a todos los niveles e incluso se atreve a hacer algunas voces en colaboración con el cantante Marc Martel. En la mayor parte del film la voz que escuchamos es la de Freddie, pero hay momentos concretos, especialmente en los ensayos, donde se combinan aportaciones de Malek y Martel. Rami Malek interpreta a Freddie Mercury desde el corazón y lo hace con gran respeto. La caracterización obviamente ayuda, pero sin el material humano que él aporta nada sería posible. Su actitud en escena y su lenguaje corporal constituyen un acompañamiento constante en la descripción de los momentos de gloria y decepción. Es capaz de reflejar el carisma y la teatralidad de un icono en toda su dimensión. El compromiso que se le entrevé sitúa su interpretación entre las mejores del año, sin duda alguna.
Por si fuera poco, el film concluye con la intervención de la banda en el super-evento Live Aid (13 de julio de 1985). El cantante Bob Geldof decidió organizar un macro-concierto simultáneo en el estadio de Wembley (Londres) y en el JFK Stadium de Philadelphia para recaudar fondos en la lucha contra la pobreza y el hambre en África. Todos los grandes estuvieron en un acontecimiento estelar que llegó, a través de la televisión, a una audiencia estimada de 1.900 millones de espectadores. La actuación de veinticinco minutos de Queen está considerada como una de las mejores interpretaciones en directo de la historia de la música. El éxito brutal ante un Wembley lleno hasta la bandera presentaba una gran dificultad a la hora de reproducirla en el film. Sin embargo, era la mejor de las conclusiones puesto que la idea fue siempre finalizar con el grupo en plena efervescencia. Al año siguiente, Queen realizó una grandísima gira europea presentando su álbum A Kind of Magic, pero ese fue el último tour de la banda con Freddie al frente. El virus VIH empezó a hacer mella en él a partir de 1987 y, desde ese momento hasta su muerte, Queen publicó dos nuevos álbumes de estudio (The Miracle, Innuendo) pero ya no volvió a actuar en los grandes escenarios de conciertos.
Así pues, Live Aid supone una auténtica comunión con el público en las salas. Sabemos que fue lo primero que se rodó. Por consiguiente, podemos atribuir a Bryan Singer la planificación de una set-piece impresionante donde la potencia del cine como medio de expresión comulga con la recreación espectacular del evento. El resultado genera una eclosión emocional que retumba en el alma y fortalece al corazón. Son veinte minutos en los que presenciamos una versión algo más compactada, donde se incluye una recreación casi exacta de la actuación de la banda, interpretando la parte introductoria de "Bohemian Rhapsody" y las versiones completas de "Radio Ga Ga", "Hammer to Fall" y "We Are the Champions". Rami Malek llega a fundirse completamente con la figura de Freddie y hay momentos en los que parece que vuelve a estar ante nosotros. Sensacional cuando reproduce la habitual improvisación vocal para hacer participar al público. Una secuencia absolutamente magistral e inmersiva que pasa a la historia del cine musical por su excelencia.
La película lucha constantemente contra las limitaciones que impone el formato biopic y lo hace obviamente omitiendo acontecimientos y encumbrando otros que benefician más a la trama. Es rotundamente falso que ésta sea una película que elude aspectos negativos de la figura de Freddie Mercury en beneficio de una versión edulcorada. A lo largo del film no se evitan detalles del estilo de vida alternativo que Mercury gustaba de disfrutar. El tema de la sexualidad está presente y queda muy bien reflejado, así como también apuntes sobre las posibles adicciones que pudiera tener. Ahora bien, todo ello se trata desde el respeto hacia una figura mítica. Tal como decía anteriormente, esa era una condición indispensable para la película y no por una cuestión de calificación PG-13. Únicamente se trata de la palabra respeto, repetida todas las veces que queramos. En muchas ocasiones, la expresión descarnada de aspectos íntimos se acaba convirtiendo en un boomerang y abona el camino para que determinados colectivos extremistas puedan juzgar o censurar la conducta de un personaje reverenciado. Este es el punto clave que se ha querido evitar y, a mi juicio, no se ha podido estar más atinado.
Yo me pregunto lo siguiente. ¿Es bueno construir un film que perdure y tenga un fuerte impacto en la audiencia, haciendo disfrutar y aportando diversión sobre la base de un legado musical vibrante? O, por contra, resulta más edificante crear una película con un profundo análisis psicológico que no lleva hacia ninguna parte, mientras ningunea la propia herencia musical de una banda. Esto último es lo que realizó Oliver Stone en The Doors (1991), una auténtica oportunidad perdida para conseguir que el público pudiera penetrar en la historia de otra excelsa banda. Al fin y a la postre... ¿Quién recuerda ahora la película The Doors? ¿Quién la reivindica? Nadie.
Bohemian Rhapsody es un éxito porque está forjada para reivindicar la excelencia musical en unos tiempos de mediocridad en el sector. No es una película redonda ni tampoco lo intenta. Está concebida para que el público conecte y se emocione. El cine siempre debería proponerse ese objetivo en formatos de este tipo.
La cinta recorre la trayectoria de la banda sin dejar nada en el tintero que pueda ser imprescindible. Una miniserie habría permitido reducir las licencias artísticas e incluir muchos más elementos de una historia amplísima y llena de vicisitudes, pero como película cinematográfica logra ofrecer un panorama general capaz de llegar al detalle en no pocas ocasiones. Todo ello no excluye que pueda haber reservas. En mi caso, sentí que no había necesidad de incluir el tema del VIH en el film. Se podría haber mantenido la cadena de acontecimientos reales, dejando fuera de la cinta el diagnóstico. Sin embargo, puedo entender que se quisiera dar visibilidad a la maldita enfermedad que finalmente apagó la voz de una leyenda.