Yo tengo en mi mano un cetro.
Mi cetro dice, habla, canta
con su punta luminosa:
en medio del papel planta
una luminosa rosa.
El hábito no hace al monje, ciertamente; y la herramienta con la que escribimos no nos convierte en grandes escritores, pero el uso de bolígrafos en la actualidad ha superado, con creces, a la pluma estilográfica por lo que bien merecen unas merecidas palabras.
Obviando al popularizado "BiC naranja escribe fino, BiC cristal escribe normal" de Marcel Bich y Edouard Buffard, infatigable compañero desde finalizada la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, son muchas las marcas por todos conocidas que con solo nombrarlas a todo el mundo le viene a la mente la expresión "bolígrafos con clase"
Marcas como Waterman, Faber Castell, Parker, Montegrappa, Visconti... son sinónimos de bolígrafos elegantes que se hacen imprescindibles para regalar y regalarse.
- A finales de los años 60 Waterman ya había incorporado a sus colecciones bolígrafos elegantes de alta gama.
- En 1993 se comercializa el Parker Sonnet
- En la actualidad muchas empresas originariamente dedicadas al mundo de la joya, los relojes de lujo y "otras exquisiteces", amplían sus catálogos con bolígrafos que son verdaderas obras de arte, eso sí, fuera del alcance de los bolsillos de la mayoría de los mortales.
Un poco de historia
El placer de escribir
De laca, chapados en oro y plata, de madera, de resinas y nobles materiales, cuando nuestras manos sostienen estos bolígrafos, la escritura se convierte, independientemente de los motivos, en un auténtico placer que acomoda nuestros sentidos al entorno. La gracia y suavidad de los trazos, el casi imperceptible sonido de las líneas, todo es un conjunto de sensaciones que nos hace sentirnos como un escultor de las palabras. A veces la hermosura de ese objeto, prolongación de nuestra mano, nos impide concentrar nuestras fuerzas en el poema o el personaje y, ensimismados, quedamos mirando sus colores, sus delicadas formas con la misma perplejidad que nos asalta la contemplación de un Tiziano. Otras, con testaruda mudez, nos impulsa al logro de esa rima tan necesaria o a los generosos diálogos con una inspiración desbordada e irrefrenable.
En una de las cafeterías más famosas de Edimburgo, La casa del elefante, Joanne Rowling escribe con un bolígrafo de tinta azul los primeros borradores de Harry Potter. En un destartalado videoclub de los Ángeles, Quentin Jerome Tarantino retoca el guion de Reservoir Dogs con uno de sus bolígrafos de tinta negra. En la Universidad de Columbia, durante las clases de literatura francesa, el joven Auster se distrae tomando notas para El libro de las ilusiones con un bolígrafo cargado de ficciones.
En el madrileño paseo de Recoletos, un estudiante sin libros forja versos en una servilleta sobre la marmolea mesa del Café Gijón con un Parker regalo de su primera comunión; al mismo tiempo, de entre los vahos de café y churros, parece vislumbrarse la figura de "don Cristobalía" que, ayudado por "madame Pimentón", se dispone a subirse a una mesa regentada por turistas alemanes con la loable intención de vender sus rimbombantes versos.
Si, regalen bolígrafos con clase; biromes elegantes, esferos delicados o puntabolas glamurosos. Sobran ocasiones para fomentar la escritura.