Un paso más en este recorrido por la carrera de notables cineastas, en este caso la figura del tristemente ya desaparecido Sidney Lumet, cineasta que se curtió en la televisión (y anteriormente también en el teatro), resultando tal vez el mayor representante, y también el más respetado (debido a su longeva contribución a las artes cinematográficas), de la llamada generación de la televisión (surgida en los años 50), a la que también pertenecen realizadores como Stanley Kramer, realizador de Vencedores o vencidos (Judgment at Nuremberg, 1961), El mundo está loco, loco, loco (It’s a mad, mad, mad, mad world, 1963) o Adivina quién viene esta noche (Guess who’s coming to dinner, 1967,); Arthur Penn, prestigioso firmante de Bonnie & Clyde (1967) o La jauría humana (The human chase, 1966); John Frankenheimer, veterano y olvidado aunque notable director, que legó al mundo obras de la calidad de Domingo negro (Black Sunday, 1977) y Plan diabólico (Seconds, 1966); Robert Altman, otro que tal, como Frankenheimer, aunque más centrado en el drama, y director de reputadas obras en los 70 como El largo adiós (The long goodbye, 1973) y Nashville (1975), entre otras muchas; Martin Ritt, artesano realizador de El largo y cálido verano (The long, hot summer, 1958); Franklin J. Schaffner, director de El planeta de los simios (The planet of the apes, 1968); o Robert Mulligan, recordado por firmar la obra maestra Matar a un ruiseñor (To kill a mockinbird,1962), film icónico sobre el problema racial en la Norteamérica de los 60. Esta generación se caracterizó por su carácter político (liberales y progresistas) y tomó el relevo de los grandes directores americanos de la era de los estudios- aunque la mayoría siguieron haciendo cine- como John Ford, Howard Hawks, William Wyler, John Huston, Elia Kazan o Joseph L. Mankiewicz.
Recogiendo, en 2005, pocos años antes de morir, el Oscar honorífico a toda una carrera dedicada al cine, de manos de Al Pacino, con quién hizo equipo para despachar algunos de sus mejores títulos
Fallecido en 2011 y nacido en Philadelphia (1924), pese a que hizo de la Gran Manzana el escenario del grueso de su obra, ya se ha mencionado que pasa por ser, al menos, el más recordado de todos estos realizadores surgidos de la pequeña pantalla debido a su prolífica carrera, que incluyó seis décadas, desde su primer largo 12 hombres sin piedad (1957), obra que Henry Fonda, por entonces uno de los actores más populares de Hollywood, le confió su realización y que destacó por su mítica dirección actoral (uno de los puntos fuertes de su director, que puliría a lo largo de su carrera, sacando lo mejor de muchos actores como Sean Connery, Paul Newman o Al Pacino) y tono teatral, hasta su trabajo póstumo y magnífico, Antes de que el diablo sepa que has muerto (2007). Fue un cineasta comprometido con la dimensión social del cine, rechazando en sus últimos días el caliz digital y 3D que el cine había adoptado.Filmando Dog day afternoon, con un joven Al Pacino de fondo
Sus dos principales vértices expresivos podrían ser, por una parte, las crónicas judiciales, con multitud de ejemplos, como veremos más abajo y, por otra parte, las policiales, seguramente la forma de expresión que mayor reputación le ha proporcionado entre aficionados y colegas de profesión. Ambos focos temáticos son proclives a la corrupción en contraposición con la honestidad, dos conceptos que quizás hayan sido los que más han fascinado al director y que ha denunciado continuamente (de ahí el marcado carácter “de denuncia” de su obra) . Menos recordadas aunque igualmente recuperables y en general notables (aunque con irregular suerte) resultan sus incursiones en la literatura (teatro y novela) y el melodrama, con adaptaciones de clásicos de Eugene O’Neill (Larga jornada hacia la noche); Agatha Christie (Asesinato en el Orient express); John Le Carré (Llamada para un muerto); Arthur Miller (Panorama desde el puente); o Anton Chejov (La gaviota). Aunque también dirigió mediocres y muy olvidables películas, de nefasto crédito artístico, que todo cabe en una carrera tan larga, pero muchos de sus mejores filmes resultan hoy en día olvidados por culpa de una mala distribución en su día o en formato doméstico actualmente.
Dirigiendo a Andy García en Night falls on Manhattan
Autor, qué duda cabe, de una madurez narrativa insoslayable, concibió un carácter profético al medio en el que se forjó (la televisión y en lo que se acabaría convirtiendo) con uno de sus films más populares, comerciales y resaltables como es Un mundo implacable (1975) y que, antes de morir y junto con su último e inmejorable trabajo tras las cámaras, legó un libro (Making movies-Así se hacen las películas en castellano) de obligada lectura. Nunca consiguió un Oscar aunque fue reconocido con el honorífico poco antes de su muerte. Sumerjámonos en la carrera de uno de los grandes cineastas americanos de siempre.- 12 hombres sin piedad (12 angry men, 1957): un ciertamente radical (y algo tramposo, como todo el cine de denuncia social) debut en la gran pantalla para Lumet, con este drama teatral (parte de un texto para las tablas) y judicial de denuncia (al sistema de justicia norteamericano), sobre un jurado que tiene que decidir sobre la inocencia o culpabilidad de un joven (puertorriqueño: denuncia racial además de la del propio sistema judicial) acusado del homicidio de su padre. Con un Henry Fonda sin nombre que ejemplifica la máxima del derecho del “más allá de la duda razonable”, expresión usada en dicho campo para declarar a una persona culpable de un crimen, y que será declarada lo contrario ante la mínima evidencia de duda. Con todo su metraje transcurriendo en la sala del jurado en la que el personaje (sin nombre) de un notable Henry Fonda intenta convencer a todos los demás miembros del jurado (entre los que se encuentran intérpretes del peso de Jack Warden, Martin Balsam y Lee. J. Cobb) de la no culpabilidad del chaval al haber dudas y preguntas sin respuesta que han surgido durante el proceso judicial (pese a que el resto de los miembros tienen claro el veredicto), resulta un film muy estimable, no siendo ni de lejos el mejor de quién lo firma pero sí uno de los más recordados, además de insólito dada su premisa argumental y su realización, gracias a una puesta en escena verdaderamente admirable, dado lo limitado de su(s) escenario(s). Oso de Oro en el reputado Festival de Berlín.
- Sed de triunfo (Stage struck, 1958): decepcionante continuación, de nuevo con Fonda al mando del casting, a la carrera de Lumet, el cual deslumbraría con su anterior propuesta pero se estrellaría aquí con un film jamás estrenado comercialmente en España. Hasta lo que he leído (no la he visto) no merece una mayor atención salvo destacar que fue la segunda adaptación al cine (la primera fue la reconocida Gloria de un día) de otra obra originalmente escrita para el teatro, medio que le valió a Lumet gran reputación tras su debut el año anterior, y que esta primera aproximación, reconocida por otra parte, a la obra teatral en el medio cinematográfico le valió un Oscar a Katherine Hepburn en 1933. Parece ser que irregular y mediocre hasta decir basta, merece ser desdeñada.
- Esa clase de mujer (That kind of woman, 1959): otro de los títulos menos conocidos de su realizador, pese a contar con Sophia Loren y George Sanders entre su elenco. Melodrama sensible aunque de escasa valoración, pese a que presenta interesantes elementos (una joven socialité de monumental belleza como Sofía Loren, mantenida por un ricachón, se enamorará de un apuesto militar, hasta el punto de cuestionar su cómodo modo de vida y largarse con el joven soldado). Destaca su poderosa fotografía y su dirección artística, éste último uno de los puntos más fuertes dentro del cine de su director. Aparte de eso, no ha sido ni espera ser rescatada dentro de una filmografía que todavía no estaba dando sus frutos más dulces.
- Piel de serpiente (The fugitive kind, 1960): Lumet siguió adaptando prestigiosos escritos, tocándole el turno ahora a Tennessee Williams, uno de los más prolíficos y reputados dramaturgos del teatro norteamericano del siglo XX, consiguiendo otra vez un poco más que un efectista trabajo de la mano de un buen Marlon Brando, que ofrece aquí una loable interpretación en los años dorados de su carrera pese a que cualitativamente estaba alejado del que entregaría años antes para Elia Kazan en Un tranvía llamado deseo (A streetcar named Desire, 1951), curiosamente el pináculo de la obra de Williams. Y, más allá del nombre de Brando en el reparto, acaba por olvidarse dentro de su medianía.
- Panorama desde el puente (A view from the bridge, 1962): ahora le tocaba el turno a Arthur Miller, reputado firmante de Death of a salesman, otra cumbre de las tablas norteamericanas contemporáneas, y que dejó que Lumet adaptara su inicialmente fallida View from the bridge. Melodrama trágico y aceptablemente realizado, con una cuidada producción, fue la primera vez que la homosexualidad se trató de forma natural en el cine americano, con dos actores masculinos besándose en pantalla. Pese a esta curiosidad, queda como otro de los muchos films injustamente rechazados de su realizador, el cual necesita urgentemente ser rescatado.
- Larga jornada hacia la noche (Long day’s journey into night, 1962): punto de inflexión en su trayectoria, que realizó aquí probablemente una de las más brillantes películas de toda su carrera. Adaptación de la magnífica obra de Eugene O’Neill, tercero en discordia en este trío de grandes dramaturgos americanos contemporáneos junto a Miller y Williams, supone un notable drama de tensión psicológica, apoyado en el oficio de intérpretes de la talla de Katherine Hepburn (impresionante), Jason Robards, Dean Stockwell o Ralph Richardson. Un matrimonio destrozado personal y profesionalmente, y sus dos hijos, vivirán un día de reproches y tensiones. Esa era la premisa argumental de la obra de Williams genialmente retratada por Lumet. Sus elementos teatrales (la acción transcurre en un solo día y en prácticamente un único decorado) están hábilmente dispuestos por el director y añaden prestigio y empaque a la película. Hoy en día tiene un marcado carácter de culto, apoyado por su abierto desenlace y la ya de por sí sólida reputación de su importante referente literario.
- Punto límite (Fail safe, 1964): film a remolque de las tensiones USA-URSS de la época y de una de los sátiras más legendarias jamás realizadas, la estupenda Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú- Dr Strangelove, or how I learned to stop worrying and love the bomb, Stanley Kubrick, 1961), aunque el film que aquí nos ocupa era un thriller y no una suerte de comedia que era aquél film del autor de Eyes wide shut. Entretenida, Lumet volvió a contar con Henry Fonda para realizar un competente y esforzado film de intriga política el cual hoy en día está en un olvido que debería abordarse y rescatarse con urgencia, pues resulta una película altamente competente. Film de su época, hoy en día resultaría totalmente inverosímil.
- El prestamista (The pawnbroker, 1964): otro de los films más inspirados del Lumet de sus primeros años, adaptación de una importante novela de la época, y algo controvertido, aunque decididamente novedoso, por diversas razones, como la de ser el primer film que trató el holocausto desde el punto de vista de un superviviente o una de los primeros películas en mostrar la desnudez integral. Además, supuso el debut en el cine de Morgan Freeman y un gran trabajo interpretativo de Rod Steiger. Cuenta la dramática historia de un inmigrante con muy pocas ganas de vivir tras las desgracias sufridas en la Segunda Guerra Mundial por su categoría de judío, el cual actualmente regenta una tienda de empeños (pawn shop, de ahí su título) en un suburbio neoyorkino que en realidad es usada por la mafia para lavar dinero. Resulta un notable drama sobre la soledad. Pese a la abundancia de elementos interesantes y convincentes de su ambiciosa producción (incluyendo una espléndida fotografía), está también incomprensiblemente olvidada por el gran público, pese a que se halla presente en la Biblioteca del Congreso Norteamericano dentro del Registro Nacional de Cine, lo que significa que está cuidada y tratada como una joya capital del cine norteamericano.
- La colina (The hill, 1965): rodada en España (Almería) como apunte curioso, aunque pertenece a la época britishde su responsable, es una de esas suertes de drama antimilitarista con los que uno simpatiza cuando los ve ve y que conforma, junto con Senderos de gloria (Paths of glory, Stanley Kubrick, 1957) la biblia del antimilitarismo, en contra del ejército, sus cadenas de mando, la guerra y todas las consecuencias que todo ello acarrea, en forma de violencia non-sense. Con un Sean Connery en el pináculo de su celebridad gracias a 007, cuenta la odisea por sobrevivir de un grupo de prisioneros en Libia durante la Segunda Guerra Mundial. Poderosa desde el inicio, cierta tendencia a exagerar le restan plausibilidad y cierta permanencia en el recuerdo; no obstante, resulta un buen film. Recomendable.
- El grupo (The group, 1966): ya curtido (en algunos casos extremadamente para bien) Lumet volvió a adaptar un prestigioso literario, en este caso una celebrada y seguramente biográfica best-selling novel sobre ocho señoritangas de clase alta (la autora de la novela resultó ser una socialité a lo Paris Hilton pero en los años 30, por eso presupongo que la novela tiene algo de autobiografía) que mantienen la amistad gracias mediante la epístola formato durante los años previos al inicio de la Segunda Gran Guerra. Film olvidado, cómo no, por culpa de su distribución, resulta una grata sorpresa, estando meticulosamente planificado y elegantemente presentado, pese a su excesiva duración. Se paseó por prestigiosos festivales como el de Berlín, lo cual le da caché.
- Llamada para un muerto (The deadly affair, 1967): otra adaptación literaria, para dar cierta reputación a una carrera que no acababa de dar el despegue definitivo, esta vez del conocido John LeCarré, autor de populares trabajos ya llevados al cine con mayor o menor acierto como El espía que vino del frío, El topo, El sastre de Panamá, El jardinero fiel o esta Llamada para un muerto, debut en la novela del autor. Lumet realiza otra obra con capital británico (luego llegarían La gaviota y La ofensa) y ofrece al espectador, como en la última de las dos mencionadas en el paréntesis, una atmósfera turbia y amenazadora. El único porqué de la parcela británica de un director tan marcadamente norteamericano en su cine puede hallarse en la libertad creativa que puede dar rodar un guión prácticamente propio, sin imposiciones de ninguna major hollywoodiense, y con este ejemplo de cine de espías con toques de melodrama el realizador consigue unos resultados que, sin llegar a sobresalientes, sí que resultan sobradamente eficaces y solventes.
- Adiós, Braverman (Bye bye Braverman, 1967): propuesta con un tono de cierta y divertida comedia melodramática. Otro de los muchos films apartados de la memoria del público, que se centra en cuatro amigos (profesionales de la escritura todos ellos, cada uno en un campo distinto) que asisten al funeral del quinto en discordia. Divertido y hasta cierto punto entrañable (resulta un trabajo sobre la nostalgia, la frustración y las aspiraciones fallidas), lástima que se halle en el más completo de los olvidos pese a su estimable valía.
- La gaviota (The sea gull, 1968): indiferente adaptación de un texto teatral de impecable calidad como fue el homónimo del ruso Antón Chejov compuesto a finales del siglo XIX. Lumet no se esfuerza en absoluto en añadir postín y valía a una vacía plasmación en imágenes de un texto bastante importante de la literatura contemporánea universal, despachando el producto con un aura de simple satisfacción por plasmar tal prestigioso escrito, sin profundizar en nada ni darle un mínimo de personalidad. Olvidable, y una pena pues lo que tenía entre manos daba para bastante más.
- Supergolpe en Manhattan (The Anderson tapes, 1971): Lumet inauguró “su” década de los 70 (período donde florecerían varias de sus más memorables obras) con un buen thriller, con una apreciable construcción de la intriga y el suspense y bastante propio de la época (posee ciertos ecos de grandes y posteriores títulos de aquellos años como A quemarropa, La conversación o incluso El último testigo), otra colaboración con Sean Connery, y con una apreciable construcción del suspense y la intriga. Cuenta la historia de un criminal recién salido de prisión que planea dar un nuevo golpe, planeando todo desde el apartamento de su novia…y hasta ahí puedo y debo contar. Resulta un título mucho más fascinante que lo que su portada o su título (en castellano) puede sugerir. Una buena película hija de su tiempo.
- Perversión en las aulas (Child’s play, 1972): relato de misterio y horror demoníaco compuesto y despachado con oficio por Lumet antes de acometer varias de las mayores y mejores empresas de su trayectoria profesional, protagonizado por James Mason en el papel de un profe que ve que las cosas no funcionan como deberían funcionar en su nuevo colegio (para más intriga, resulta ser un internado masculino). Lumet vuelve, una vez más, a hacer buen uso de su labor como director artístico dirigiendo a un gran Mason aunque el film no termina de calar como debería debido a su, en buena parte, descuidada producción. Además, está olvidado en favor de la saga de Muñeco diabólico, con la cual comparte título original, lo que puede llevar a cierta confusión para el no entendido.
- La ofensa (The offence, 1973): claustrofóbico y oscuro thriller psicológico producido en Gran Bretaña con un notable Sean Connery cuya pésima distribución y calidad de su estreno y posteriores visionados en televisión no la han ayudado en absoluto, resultando a día de hoy otro trabajo extremadamente olvidado a pesar de ciertas cualidades plausibles, como su aura de producción europea y de pieza de cámara, debido esto último a sus características espacio-temporales (transcurre en su mayor parte en el interior de una comisaría durante una noche, donde un policía-Connery- interroga a un sospechoso), amén de ser la primera obra de Lumet donde se radiografían ciertos y moralmente discutibles comportamientos policiales, tan característicos y alabados posteriormente en algunas de sus mejores propuestas. Incómoda de ver, puede resultar aburrida y únicamente apreciada por ciertos aficionados, pese a sus indudables logros.
- Serpico (1973): una de esas películas que, sin ser en absoluto desdeñable, se sostienen por la labor de su intérprete, en este caso un gran Al Pacino (aunque no el mejor) que compone un personaje icónico y atemporal, el (real) agente de policía Frank Serpico, el cual luchará contra la corrupción dentro de su propio lugar de trabajo (el NYPD). Lumet rubricó el primero de sus considerados grandes dramas policiales (sin lugar a dudas el tema estelar de su dilatada carrera junto a su parcela de cine de juicios), destacando la reputada labor de director de actores que también ha sido en multitud de ocasiones celebrada, ya que sacó de Pacino una interpretación impactante, objeto de veneración por generaciones posteriores (hay referencias en obras posteriores del calibre de Seven o Boogie nights, por ejemplo) y que sigue ofreciendo el suficiente tirón e interés al visionado de este film. Además, la gran Atrapado por su pasado bebe de su estructura (circular empezando por el final) y Al Pacino luce el mismo look barbudo.
- Asesinato en el Orient express (Murder on the Orient express, 1974): opulenta adaptación de una conocida obra de una venerada y prestigiosa escritora como Agatha Christie, a la cual Lumet rindió homenaje aunando un diseño de producción memorable y un reparto a gran altura incluyendo a Ingrid Bergman, Albert Finney o Lauren Bacall, entre otros, y en el cual reside, por qué no admitirlo, gran parte de su éxito. Su enrevesadísimo puzzle detectivesco (protagonizado por Hércules Poirot, personaje icónico de las novelas de Christie, y con toda la acción presente en un mismo escenario: un tren) tan característico de la literatura christiescaestá resuelto con admirable precisión por su autor, quién inauguraría con esta película un período de gran esplendor, popularidad y prestigio para con la crítica y la Academia.
- Lovin’ Molly (1974): incursión en el melodrama romántico-crepuscular-intergeneracional de un Lumet desafinado con una historia de rivalidad de dos chicos (entre ellos Anthony Perkins, celebérrimo prota de Psicosis) por una misma mujer (una, eso sí, estupenda Blythe Danner) que se extiende casi 40 años. Casi enteramente olvidada a día de hoy. No es para menos…es un rollazo.
- Tarde de perros (Dog day afternoon, 1975): título mayor de Lumet, hoy pasa por ser uno de los títulos de mayor prestigio de su trayectoria, con un inspiradísimo Al Pacino recién salido de su odisea corleoniana, además de con un no menos acertado John Cazale, genial actor que tuvo una carrera extremadamente corta debido a la enfermedad que acabó con su vida a finales de los 70. Aquí compone un relato basado en un artículo periodístico (real) sobre dos hombres que atracaron un banco neoyorquino en el verano de 1972 para financiar el cambio de sexo de la pareja de uno de ellos. Lumet hace uso, con unos indudables talento e inteligencia, de sus conocimientos teatrales (la mayor parte del metraje transcurre en el interior del banco tomado por los dos atracadores). Una dirección y unas interpretaciones de primera para una película grande de verdad.
- Network (1976): Lumet siguió engraciado con la crítica y con la Academia (pese a su eterna ausencia de premios) con este alegato contra el poder mediático (en su faceta sensacionalista) de la televisión y donde sacó la interpretación de su vida a un Peter Finch que ganó el Oscar post-mortem. Además, presentaba un reparto de auténticas leyendas como William Holden, Robert Duvall o una Faye Dunaway bellísima en los mejores años de su carrera, más un guión de hierro, el cual es su mayor baza. Algo sobrevalorado a día de hoy, todavía resulta abiertamente plausible debido a su impactante y hábil construcción (planificada sobre un suicidio en directo, clave de la trama).
- Equus (1977): inusual drama psicológico (por su premisa argumental y posteriores revelaciones) con retazos de intriga y suspense, con un fenomenal Richard Burton en el papel de un psiquiatra que trata de descubrir qué conduce a un adolescente Peter Firth a mutilar (dejar ciegos) a unos caballos. Film de una cierta veneración por el cinéfilo europeo debido a su producción británica, absorbe e implica al espectador a medida que avanza sobre la sobria dirección de un Lumet maduro y respetuoso con el material literario que adapta. Junto con Asesinato en el Orient express pasa por ser lo más recomendable de Lumet dentro de la parcela britishde su obra.
- El mago (The wiz, 1978): extraña aportación/ incursión de Lumet al blaxploitation con un género tan poco cinematográfico como el musical (siempre lo he considerado un género más para el teatro) con una adaptación negra de El mago de Oz, que además de ser un truño, presenta como elementos más interesantes la inclusión de Michael Jackson en su reparto. Sin interés alguno más allá de la obra que adapta y quién sale en su reparto.
- Dime lo que quieres (Just tell me what you want, 1980): mediocre comedia romántica protagonizada por una Ali McGraw en el esplendor de su popularidad y que interpreta a la amante de su jefe, la cual quiere más que relaciones ocasionales. Típica de guerra de sexos, su discurso feminista no cala. No merece la pena.
- El príncipe de la ciudad (Prince of the city, 1981): esta cinta debería estar presente en cualquier antología del mejor cine americano de los años 80 ya que resulta una historia policíaca de admirable vigor y energía que posiblemente pase por ser el relato de mayor categoría y envergadura de su autor. Su monumental duración (casi 3 horas) y apasionante trama (la corrupción policial vista desde un magnífico estudio psicológico de su personaje central, un joven agente de narcóticos del NYPD forzado a delatar a compañeros que han obtenido lucro de la droga), cimentada sobre un trabajadísimo guión. Compleja (en el sentido de sofisticada), apasionante y absorbente desde el principio hasta la escena final, la cual rezuma un pesimismo abrumador. El propio Lumet repetiría fórmula, aunque no méritos (siendo igualmente un film de más que aceptable inspiración) con La noche cae sobre Manhattan tres lustros más tarde. Hoy en día, gracias a Dios, ya se puede encontrar fácilmente, al menos en su V.O.S., pero hasta hace poquísimos años estaba en el más completo de los olvidos.
- La trampa de la muerte (Deathtrap, 1982): adaptación de una obra teatral de Ira Levin, responsable de La semilla del diablo, magníficamente llevada al cine por Roman Polanski en 1968. Atractiva desde el punto de vista de su argumento, acaba por transitar por un banalismo que termina abrazando la convencionalidad más indiferente. No en vano, posee cierto interés, resumido en su pareja masculina protagonista (Caine & Reeve) y en su ligero aunque indudable aroma a La huella (Sleuth, Joseph L. Mankiewicz, 1971).
- Veredicto final (The verdict, 1982): un abogado en busca de redención por una mediocre carrera dentro de las leyes es la base de este courtroom melodrama, regreso de Lumet al cine de juicios per se desde la muy lejana Doce hombres sin piedad. El filme ofrece una interpretación fabulosa de Paul Newman pero adolece de la pasión que Lumet pondría en sus mejores trabajos, pese a que está inteligentemente escrito por una pluma de calidad como la de David Mamet. Una realización incomprensiblemente débil (con una fotografía oscurisísima) restan muchos méritos. Obtuvo muchas nominaciones a los Oscar, sin duda por la poca calidad del cine americano de la época y por el rechazo al fantástico en particular, con obras como E.T., La cosa o Blade runner, las cuales fueron estrenadas ese mismo año. Una película de un prestigio que no merece.
- Buscando a Greta (Garbo talks, 1983): el Lumet más anodino y estrictamente alimenticio volvió en este film que, juntando todo el Lumet de los 80, no llega ni a la mitad de lo que El príncipe de la ciudad, cinta que rodó a principios de dicha década, consiguió. Cuenta la odisea de un hijo para que su madre (Anne Bancroft) conozca, antes de morir debido a una enfermedad terminal, a la actriz que admiró toda su vida, que no es otra que Greta Garbo. Resulta, no obstante, un melocomedramarescatable por el tema que toca (la pérdida), enfocado de un modo optimista, y por tratarlo desde el punto de vista del personaje y no de la historia, algo que Lumet siempre ha hecho bien.
- Power (1986): Richard Gere, Gene Hackman y Denzel Washington protagonizaron este drama que ni en su día ni a día de hoy ha sido apreciado con justicia. Olvidada pese a contar con esos tres populares rostros, es un buen film sobre los entresijos de la política.
- A la mañana siguiente (The morning after, 1986): abiertamente insuficiente, casi televisivo y denostado film de intriga sostenido sobre la esforzada interpretación de Jane Fonda. Con algo de moralista por los peligros del alcohol, enfoque que no pasa de superficial. Nunca ha sido un título a considerar dentro de la obra de Lumet, y yo no voy a ser menos. La verdad es que es aburrida y sin entidad alguna, resultando un artesanal encargo, entendido éste desde el sentido más mediocre y banal del término. Como curiosidad, resaltar que fue el primer film hollywoodiense de Lumet, pues hasta ahora se había mantenido fiel a su querida Nueva York.
- Un lugar en ninguna parte (Running on empty, 1988): notable título de finales de los 80, cuyo uno de sus mayores atractivos era contar con River Phoenix, hermano de Joaquín prematura y tristemente desaparecido. Con una estimulante trama (dos jóvenes reaccionarios de los años 60 que intentan llevar una vida normal cuando toda la época hippie y sexualmente liberada termina). Lumet imprime la fuerza y el vigor de algunos de sus mejores films, convirtiéndola sin duda en un ejemplo de lo más rescatable de una filmografía muy irregular en esos años 80 que terminaban.
- Negocios de familia (Family business, 1989): otro elenco espectacular (Sean Connery, Dustin Hoffman y Matthew Broderick) para un film ciertamente interesante, contando la historia de tres generaciones de una familia en la que el abuelo (Connery) quiere implicar al nieto (Broderick) en el negocio criminal-familiar (siempre ha sido un ladrón), pese a la reticencia del padre (Hoffman). Una buena idea y un desarrollo algo por encima de los convencionalismos que caracterizarían a su autor durante buena parte de esta década, además de sus interpretaciones (sobre todo la de Connery) la hacen merecer su visionado.
- Distrito 34: corrupción total (Q & A, 1990): Lumet inauguró los 90 con este policíaco encuadrado en el género del thriller (sus otras aproximaciones al género han sido más cercanas al drama) sobre corrupción en el cuerpo. Sin ser un mal film, está a años luz de sus otras incursiones en dicho universo, destacando una notable interpretación de Nick Nolte y Armand Assante.
- Una extraña entre nosotros (A stranger among us, 1992): tanto esta como su posterior El abogado del diablo resultan de los films más impersonales realizados por Lumet no sólo en los 90, sino en todo el grueso de su carrera. Resulta éste una suerte de intriga con un prometedor arranque, en el cual una mujer policía (Melanie Griffith) debe convivir con una comunidad de judíos para descubrir a un asesino, pero acaba abrazando la más mediocre de las medianías sin vigor ni valor alguno.
- El abogado del diablo (Guilty as sin): Don Johnson (serie Corrupción en Miami) y Rebecca de Mornay (la mala de La mano que mece la cuna) protagonizaron este entretenido thriller erótico/judicial. Como he dicho, entretenido y nada más, con estética de telefilme y malos actores (Johnson y deMornay están horribles).
- La noche cae sobre Manhattan (Night falls on Manhattan, 1997): Lumet volvió a su estilo más reconocible y a territorios ya explorados con anterioridad y extrema brillantez con esta historia de lealtad familiar protagonizada por Andy García y unos estupendos Ian Holm, James Gandolfini y Richard Dreyfuss. Dos abogados, frente a frente (García vs Dreyfuss) en un juicio contra un traficante de droga y con la corrupción policial como telón de fondo, del cual ningún personaje podrá escapar. Quedándose simplemente en la mera superficie de lo que supuso su anterior Prince of the city, Lumet ejecuta un muy interesante drama policial neoyorquino (apoyado en una muy elegante banda sonora) que criticará el sistema judicial norteamericano de una manera incisiva. Su final pesimista y moralmente discutible la convierten en, personalmente, otra obra capital de su realizador.
- Declaradme culpable (Find me guilty, 2006): inteligente ¿comedia?, ¿drama? judicial protagonizado por un mastodóntico Vin Diesel con un atípico aspecto interpretando a un mafioso que decide representarse a él mismo en el juicio contra él y su familia criminal. Basada en hechos reales, está basada en el (real) juicio a la familia Lucchese, una de las más grandes de la historia del crimen en Norteamérica, capítulo estelar de la Ley RICO, creada en 1970 para perseguir las actividades delictivas de la Mafia ítaloamericana. Sobria y sólida a la par que divertida. Un Lumet muy valioso, al que aún le quedaba otra bocanada de aire fresco antes de morir (su inmediatamente posterior Antes de que el diablo sepa que has muerto) y que consiguió con ésta Find me guilty una de las películas más interesantes del año en el cual se estrenó, pese a que hoy en día esta lección de cine ya se encuentra injustamente olvidada.
- Antes de que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil knows you are dead, 2007): legado mayor y póstumo de un Lumet que moriría cuatro años más tarde de la realización de esta esplendorosa obra, una comedia negra con la que Lumet rubricó, ya ampliamente octogenario, uno de los mejores trabajos de su medio siglo de carrera audiovisual. Con un extraordinario trabajo de edición y un ritmo insuperable, la convierten en uno de los mejores títulos de la década. Dos hermanos se verán obligados a atracar la joyería familiar para hacer frente a sus deudas. Ése es el frenético (hay que verla) punto de partida del puzzle que es la trama. Una rotunda obra maestra.