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Bullet park (john cheever)

Publicado el 10 febrero 2013 por Ceci

En un momento dado de Bullet Park, John Cheever hace que uno de sus protagonistas, Eliot Nailles, proteste contra la supuesta hipocresía de los suburbs y desarme una de las premisas en las que se apoya. ¿Por qué es el mal sorprendente, cuando procede del propietario de una casa con jardín? ¿Quién le ha presupuesto a este mayor altura moral que al pandillero desharrapado? Y tiene toda la razón del mundo. No deja de ser, pues, paradójico, que con el tiempo, al cabo de un par de décadas, Bullet Park se convirtiera en precursora de todo un subgénero de ficción, no sólo literaria, sino también cinematográfica y televisiva, el que pone al descubierto la bajeza y sordidez que se oculta al ras de los céspedes bien segados de las urbanizaciones del extrarradio. El siempre certero Rodrigo Fresán señala en el epílogo de la edición de Emecé unos cuantos ejemplos de narrativa que bebe, más o menos directamente, de esta peculiar novela: Anne Beattie, Don DeLillo, Jonathan Lethem, Rick Moody... o la American Beauty de Sam Mendes, entre otros.Sea como fuere y lo tomara como lo tomara John Cheever, si hubiera vivido para verlo, el caso es que Bullet Park es una novela peculiar en su fondo y en su forma. Presenta una estructura sencilla, dividida como está en tres partes: una por cada uno de los dos protagonistas y una tercera dedicada a la interrelación entre ambos. Su prosa es, asimismo, directa, depurada de todo artificio al margen de poderosas imágenes muy del gusto del autor. Sin embargo, el carácter parlante de los nombres de los protagonistas (Nailles /nails/ ‘clavos’ // Hammer, ‘martillo’), convenientemente subrayado por la traductora Claudia Conde, prefigura el simbolismo de toda la pieza y nos hace sospechar desde un principio que la sencillez es solo aparente. No sólo porque Hammer se revele como verdugo de Nailles, sino porque Bullet Park es una novela incómoda. La placidez del entorno pronto se descubre campo abierto a la enfermedad, la aflicción, la desidia vital, la locura, la maldad y la amenaza de la extinción y la lectura resulta desasosegante. Mucho. Como, no obstante, no deberíamos limitarnos a aquellas lecturas que subrayan nuestra visión del mundo, sino dedicarnos también a aquellas que golpean nuestras convicciones, Vds. lean, lean... lean a Cheever.

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