Recuerdos de un instante es mucho más que un libro sobre Nick Drake, es la resolución implacable de un misterio que envuelve la ausencia temprana de este chansonnier inglés. El fascinante “libro gordo” de Nick Drake editado por Malpaso y distribuido en Argentina por Océano –casi 500 páginas, fotos inéditas, letras traducidas al español, fragmentos de sus diarios, la correspondencia que mantuvo con sus padres, testimonios de familiares y antiguos amigos, exquisitos análisis de su música, etc.– condensa muchas de las respuestas que los fanánticos y entusiastas del hacedor de delicadas canciones como River Man se hicieron a partir de su deceso el 25 de noviembre de 1974. Tenía sólo 26 años.
En estos días, un filme como Mi obra maestra –escrito por Andrés Duprat y dirigido por Gastón Duprat– cavila sobre el poder de la muerte como herramienta de marketing. La desaparición del artista que interpreta Luis Brandoni hace crecer exponencialmente la cotización de su legado. En la película, más allá de exponer los mecanismos que acercan el arte más al fraude que a una bella materia, la muerte resucita también el valor de una figura hasta los años previos anodina o que pasó desapercibida por los vientos del mercado.
¿Y si Nick Drake, quien al día de su muerte contaba con tres discos con una discreta aceptación, estuviese vivito y coleando en estos tiempos como el personaje que interpreta Brandoni –uy, ay, un spoiler por ahí–, abstraído en una felicidad campestre, alejado del poder –de atracción– de las cuerdas de su guitarra y sumergido en los deberes monacales de una cotidianeidad austera?
En el capítulo “Finja su propia muerte”, del descebrado programa de humor español Muchachada nui, un alucinado Robert Smith es invitado a participar de una comunidad de héroes rockeros muertos que estarían en realidad vivos –desde Elvis Presley a Jim Morrison–. En su paseo por ese pequeño paraíso, el líder de The Cure observa cómo varios de sus ídolos disfrutan una apacible vida eterna lejos de los reflectores y embuida en aromas pastorales y bucólicos.
Pero Nick Drake está muerto. El apabullante y sorprendente Recuerdos de un instante descuartiza una y otra vez el cadáver exquisito en que se convirtió este héroe de culto, músico maldito y estrella luego de su muerte. Gabrielle Drake –hermana del cantautor– y Cally Callomon –albacea de la obra de Nick– han acopiado una monumental e inédita suma de material para moldear la vida y la obra del hacedor de un álbum único como Pink Moon (1972). Un poco más de quince años atrás, el documental A Skin Too Few: The Days of Nick Drake (2002), dirigido por el holandés Jeroen Berkvens y que contaba con el aporte de los cimientos de este libro –su hermana Gabrielle, su madre Molly, su padre Rodney y su productor Joe Boyd, entre otros–, escarbaba en muchos de los aspectos que este frondoso texto ahonda. En este punto, Recuerdos de un insante bordea las múltiples teorías de cómo alguien que lo tenía todo a su favor, en menos de que cante un gallo se transformó en un ícono (muerto).
Y también rodea ciertas incongruencias. La ambición de la fama, y la imposibilidad de aceptar las reglas de la fama –muy arisco a tocar en vivo, en el libro se catalogan los 27 conciertos que dio–, o la incapacidad de asumir su falta de éxito. El pasaje de ser un joven inquieto pero un poco reservado, al joven resignado y abúlico de sus últimos días de vida. En general, los suicidas no dejan notas. En el caso de Nick Drake, no sólo eso, sino que nos legó canciones colmadas de belleza. Una belleza agridulce si la medimos con el paso del tiempo y la circunstancia letal que impone su muerte. ¿Cuáles son los síntomas que nos brinda esa incomprensión hacia las bondades de la vida? Porque más allá de algunas letras puntuales, esas canciones están esculpidas en preciosas e injuriosas melodías, casi arrebatadas de una melancolía espectral.
¿Por qué nos seduce escuchar canciones condenadas por su halo de muerte, cuando en verdad sostenemos una airada lucha por vivir a cualquier precio? El cantautor Gastón Massenzio (1983, La Plata) lanzó hace muy poco Niebla, un disco con nueve canciones deudoras de ese embeleso melancólico que portan las composiciones de Nick Drake. Le pido una reflexión sobre esa tensión entre belleza y dolor en la obra de Nick. ¿Qué tipo de tristeza ampara esa pesadumbre que trasluce el incordio ante la vida, pero que busca resaltar el costado protector de la naturaleza, el contacto con la libertad más visible?
Y Massenzio dice: “Con su música creo que lo desolador puede ser bello y a veces necesario para entenderlo. Como que todo lo que se puede decir es inmenso y a la vez irreductible. La voz de su poesía y la de su mensaje a veces siento que ilumina y a veces marca lo profundo de la soledad en la búsqueda de entender qué estamos haciendo acá. Él, Elliott Smith podía agregar, o esas personas irrepetibles, nos hacen entender que el camino del arte, el de la construcción personal, tienen rumbos particulares, propios, y que un poco, el resto no importa”.
Seis años atrás, dos periodistas del extinto diario de rock platense De Garage se tomó el trabajo de alistar a músicos de la ciudad de las diagonales para rememorar las canciones de Nick. Uno de los promotores, Facundo Arroyo, reconstruye qué los llevó a tomar semejante desafío: “Junto con Juan Barberis teníamos ganas de armar un homenaje de bandas platenses a algún músico de culto. Homenaje sí, tributo no. Es importante la diferencia, me gusta mucho la idea musical de que la interpretación puede ser una nueva forma de composición. Así salió el nombre de Nick Drake”.
Sin embargo, el dueto Barberis-Arroyo se encontró con algunas sorpresas para el armado del álbum Detrás de sol: “Cuando empezamos a distribuir digitalmente las invitaciones y las consultas, nos encontramos con que la mayoría de los músicos no lo conocían. Eso impulsó doblemente sus ganas al descubrir un artista que les volaba la cabeza. De acuerdo a cierta estética de sentir la música desde La Plata, también se fortalecía ese nuevo vínculo. No tuvimos que desechar casi ninguna versión porque todos la resolvían de buena manera. Hubo puntos altísimos y otros amables, pero el disco se fue armando casi solo. Otro dato no menor: la hermana, Gabrielle, nos tiró mucho onda con el homenaje. Lo puso por un tiempo en la página oficial de Nick”.
El poeta peruano César Vallejo escribió casi un siglo atrás: “Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe”. ¿Cuáles serán los Nick Drake de la actualidad, esos que se creen merecedores de una aceptación otra y son ninguneados por el altar del éxito? Si los únicos lazos de Nick estaban regulados por la intangibilidad de las canciones y su soberanía residual –la esperanza depositada en el suceso comercial–, ¿a qué ilusiones poderosas se aferró para medir su compromiso con la vida frente a esa respuesta pobre que comenzó a jaquear la confianza sedimentada en el arte de la canción, tal vez su única atadura al continuum de la existencia?
Su lápida contiene como epitafio una frase de la letra de “From The Morning” (“Now we rise / And we are everywhere”), la última canción de su último álbum. La última letra del último disco, Pink Moon. Un último deseo ante el último escollo: “Ahora nos elevamos / Y estamos en todas partes”. La magia siniestra de los detectives no florecerá en esta aproximación al magma del misterio Nick Drake. Que fluya el deseo de dejarlo partir, como ese panadero que se eleva por los campos sin otro destino que regalarnos su dicha fugaz.