Revista Cine

Call Me by Your Name

Publicado el 16 febrero 2018 por Pablito

Hay películas que sólo se pueden disfrutar -y entender- si se dispone de la sensibilidad y la inteligencia necesarias para ello. Call Me by Your Name (2017), el último trabajo de Luca Guadagnino, uno de los directores claves del cine europeo contemporáneo, es una buena muestra de ello. Auténtica catedral de sensaciones e inabarcable templo de emociones, los 130 minutos que conforman este trabajo que desde el mismo momento de su estreno se convirtió en un título de culto son pura poesía visual y verbal. Estamos ante una de esas rarezas que de cuando en cuando llegan a la cartelera; entiéndase el término rareza como una de esas películas tan perfectas a todos los niveles que cuestan creer que sean de verdad. Que existan. Es bastante complicado, por no decir imposible, encontrar el más mínimo defecto a esta película que habla como muy pocas han hablado antes del paso del tiempo, de la fugacidad del primer amor, del deseo, la pasión o del dolor, la impotencia y la frustración que acarrea la pérdida. Temas lo suficientemente universales, todos ellos, para que algunos se limiten a calificar esta película como “una película de temática gay”, sin más. Y, aunque es cierto que estamos ante una de las historias de amor homosexuales más lúcidas que se han visto en pantalla grande en mucho tiempo, reducir todo su potencial a una “historia gay” es, además de simplista, injusto.

Call Me by Your Name

El protagonista de esta historia ambientada en el verano de 1983 en el norte de Italia es Elio Perlman (Timothée Chalamet), un joven de 17 amante de la literatura y la música clásica que durante su estancia en la casa de campo de sus padres comenzará a sentirse atraído por Olivar, un estudiante americano que trabaja para su padre. Basada en la novela homónima de André Aciman, Call me by your name se estrenó de forma mundial en el pasado Festival de Sundance y, desde entonces, los elogios a la película han sido constantes; elogios merecidos para un trabajo que, bajo su apariencia ligera y elegante estética, no es otra cosa que pura dinamita. Pasan los minutos y parece que no está pasando nada cuando en realidad se está fraguando aquello que enriquece y, en muchos casos, da sentido a nuestras vidas: una relación de amor. Cocinada a fuego lento y desarrollada con un buen gusto exquisito, sin estridencias ni golpes abruptos, el romance que va surgiendo entre ambos protagonistas es de un realismo tal que no te queda otra que creértelo de verdad. Los gestos, las miradas y los silencios que se intercambian los protagonistas, así como todo lo que se dicen a través de un guión rico en simbología y dobles significados, son vitales para entender el alcance y la magnitud de una relación que poco a poco se va haciendo más poderosa, más férrea y certera. 

Coproducción entre Italia, Francia, Estados Unidos y Brasil, este trabajo nominado a 4 Oscar -mejor película incluido-, más centrado siempre en complacer al espectador humanista que aún confía en las historias que se recrean en los detalles que al gran público, es especialmente recomendado a todas aquellas personas que están enamoradas o se han enamorado alguna vez a lo largo de su vida. Sólo así comprenderán el insondable alcance de escenas como la que cierra la película, con ese primer plano de un joven -que, de golpe y porrazo, ha dejado de serlo- totalmente abstraído de todo. Su reveladora mirada fija al fuego, y cada una de esas lágrimas que expresan el dolor, la rabia y la impotencia del momento -y del futuro- así cómo su incapacidad de entender las absurdas e ilógicas reglas del mundo adulto al cual acaba de adscribirse de forma involuntaria, conforman la mejor escena de la película -la cual no hubiera sido posible sin el magistral trabajo de Chalamet, que justifica en cada una de sus apariciones su nominación al Oscar- junto con la conversación que éste mismo personaje mantiene con su padre; un diálogo absolutamente devastador, arsenal de frases lapidarias –“hacerte el duro para no sentir nada es un desperdicio”– y lecciones vitales cuya fuerza devastadora desarma y conmueve. No son sólo las 2 mejores escenas de la película, son 2 de las mejores escenas que nos ha regalado el cine en los últimos tiempos. 

Call Me by Your Name

Por último, y aunque en su ADN no está el erigirse como un adalid de la reflexión social -al fin y al cabo la película está exenta del conflicto social típico en películas de temática LGTBI, abogando por un desarrollo normal de los acontecimientos-, es indudable que, más allá en su indagación del dolor, la exploración de la pérdida o el despertar valores como el de la solidaridad con aquel que acaba de perderlo todo, la película alberga otros fines didácticos inherentes a su trama como la tolerancia, el respeto y la capacidad de vivir la vida en libertad. No es baladí para un trabajo de desbordante lirismo y minucioso realismo que durante sus más de 2 horas te mantiene con el corazón en un puño. y cuando acaba, empieza lo bueno. Porque Call Me by your name posee la cualidad que sólo esas verdaderas joyas que ningún cinéfilo debería perderse poseen: crecerse en el recuerdo. 


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