Revista Cultura y Ocio

Canto árbol

Publicado el 25 agosto 2019 por Zeuxis
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Canto árbol

Luis Felipe González
Bogotá, Colección los Conjurados. Común presencia editores, 2011.
La Colección los Conjurados de Común presencia Editores ha sido una de esas confabulaciones de alquimia que trasmutaron los registros de poetas escondidos, secretos, en reliquias de insomnio. Sin esta empresa, autores tan apasionados con la palabra hubiesen seguido su juego de sombras hasta perderse en esa niebla que desvanece el cuerpo y deja todo sin alma.
El libro de Luis Felipe González pareciera que fuera escrito por un ser atormentado y decidido a gritar su enervada resistencia o resentimiento de cosa desorientada y desamparada. El poemario Canto árbol, está divido en dos partes:  Diálogo de ramasDe aceras para adentro, pero ambas están ancladas a un simbolismo de ese ser del lenguaje que muta aquí y allá en tiempos verbales como si en esa desintegración estuviera el signo mismo para dar con una voz universal.
Uno de los recursos inherentes a este canto son los desplazamientos, el libro completo es una colección de confesiones, promesas, ceremonias, precisiones, premoniciones y transiciones de una soledad hacia un mundo solo, un mundo aturdido por la cotidianidad y la fuerza de la interpretación buscada por las manos, los labios, las distancias, los cuerpos y su metáfora vegetal.
Cada poema es un golpe de conciencia, una anagnórisis, en cada verso el personaje poético se revela a sí  mismo sus más acertados milagros; por eso los poemas discurren casi siempre desde una voz omnisciente que salta de la segunda persona a la primera y del tiempo presente imperativo al subjuntivo hasta llegar en ocasiones a sumergirse en pasados y futuros devastadores para la transformación misma del reconocimiento como existencia en el adentro y en el afuera.
Quizás por eso uno de sus versos confiesa que el poeta o el ser que busca hablar desde su propio infinito es, a sabiendas,  sólo  un juego triste, marchito del tiempo, "el bálsamo de un dios aquejado en repetir la misma nota".
Los poemas salen arrastrados por una suerte de tratamiento o de juegos de palabras que nos recuerdan el recurso de la anástrofe; este diferir de la lengua, de barajarla y hacerla decir de nuevo, es el resultado poético de aquel que ha realizado un viaje hacia sí mismo y que viene convertido en un Orfeo errante que huye y canta las profecías que atrapó de esa Catábasis.
El libro está encadenado a un furor constante por recuperar cosas que son al parecer esenciales. El Priamel que circula en este libro no es el canto, no es la conciencia de la voz en sí misma, es el la metamorfosis sensible, el sentirse habitado por una presencia adornada en escombros.
Un poemario que ajusta cuentas o las confirma y que está escrito con la disciplina esencial, con el rigor y las palabras exactas. Ese olvido entre los dientes, es el agotamiento tardío que deja el poeta tras lograr este maravilloso canto.
Podemos decir que al terminar Canto árbol, se sospecha a aquel hombre que se quedó sin tinta en los ojos, podemos sentir que al cerrar el silencio aparece el viento.

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