El profesor de la argentina Universidad Nacional de Tucumán, David Lagmanovich, dice sobre los microrrelatos que la noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, sigue diciendo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar, se pregunta, una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden.
Continúo hoy la serie Cápsulas literarias con el cuento titulado El dinosaurio, de Augusto Monterroso (1921-2003), quizá el microrrelato más famoso de la historia de la literatura. Augusto Monterroso fue un escritor guatemalteco, de origen hondureño, conocido por sus relatos breves. El medio y la época en que se formó, la Guatemala de los últimos treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y de la Segunda Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a su pensamiento. Al estallar en 1944 las revueltas contra el dictador, desempeñó un activo papel que le llevó a la cárcel, pero logró escapar y pedir asilo en la embajada de México. Tras la revolución de octubre de ese año encabezada por Jacobo Arbenz, Monterroso fue designado para un cargo en el consulado de Guatemala en México, donde permaneció hasta 1953. Tras la caída de Arbenz se exilió en Chile, donde trabajó como secretario de Pablo Neruda, para retornar a México en 1956, país en el que se estableció definitivamente hasta su muerte. Narrador y ensayista, empezó a publicar sus textos a partir de 1959, año en que se publicó la primera edición de Obras completas y otros cuentos, conjunto de incisivas narraciones donde comienzan a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa: una prosa concisa, breve, aparentemente sencilla que sin embargo está llena de referencias cultas, así como un magistral manejo de la parodia, la caricatura, y el humor negro. Es considerado como uno de los maestros de la mini-ficción, en la que aborda temáticas complejas y fascinantes, con una provocadora visión del mundo y una narrativa que deleita a los lectores más exigentes. El año 2000 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
El relato de Monterroso tiene siete palabras, y dice así:
EL DINOSAURIO
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Augusto MonterrosoEntrada núm. 2548[email protected]La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)