Revista Cine

Carol

Publicado el 15 febrero 2016 por Pablito

Hay dos tipos de clasicismo en el cine: el que resulta falso, impostado y grotesco y el que es auténtico, natural y conmovedor. No intenten encajar Carol (Todd Haynes, 2015) en el primer grupo, reservado para películas con un atrofiado sentido del clasicismo como La chica danesa (Tom Hooper, 2015) o El mayordomo (Lee Daniels, 2013), y métanla en el segundo grupo sin dudarlo. Porque Carol es una maravilla. De principio a fin. En unos tiempos en lo que cada vez más se está imponiendo un cine en el todo sucede a la velocidad de la luz, en detrimento del desarrollo de la historia y los personajes y en el que apenas hay tiempo ni espacio para el gesto y el detalle, se agradece una película que apuesta por el silencio, por el ritmo pausado (que no lento) y la sensibilidad, características que hacen de la última criatura del director de Lejos del cielo (2002) un espectáculo sensorial imperdible. Como en aquella obra, Hayne nos traslada a la Norteamérica de los años 50, esta vez para narrarnos el amor prohibido entre dos mujeres completamente diferentes: Therese (Rooney Maya), una joven que trabaja en unos grandes almacenes que sueña con dedicarse a la fotografía, y Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer madura de buena posición social.

Carol-película-lésbica

Traslación a la gran pantalla de la novela homónima de Patricia Highsmith -famosa escritora de intriga que con esta historia autobiográfica alumbró el primer libro de temática abiertamente lésbica con final feliz-, Carol es una obra en la que Haynes vuelve a poner de manifiesto su proverbial capacidad para contar historias en las que impera una máxima indiscutible: aglutinar la mayor delicadeza posible. Con un estudio milimétrico de cada plano, una puesta en escena digna de estudio y una ambientación que directamente hace que estemos hablando de una de las producciones de época más logradas de los últimos tiempos, Carol es una obra maestra que invita a la revisión constante. Son tantos los pequeños detalles y los gestos aparentemente insignificantes pero repletos de significado -como ese cruce de miradas final, en el que las protagonistas se lo dicen todo sin articular palabra- con los que están construidos todos y cada uno de los planos, que la película no hace más que crecer con cada nuevo visionado. Fílmicamente intachable, me llama la atención en Carol ese clasicismo a prueba de bombas que cada vez cuesta más encontrar en el cine actual y que evoca al mejor cine clásico de Hollywood de mediados del siglo pasado. 

Lo peor es que alguien confunda su constante regocijo en los pequeños detalles con lentitud. A este crítico de cine se le hace imposible encontrar el menor síntoma de lentitud en una historia trufada de celos, traición, sexo, amor, pasión, delito, deseo. Y lo más importante: contada con un buen gusto exquisito, sin el menor rastro de morbo ni sensacionalismo en el que fácilmente podría haber concurrido una historia de este tipo. De hecho, el primer contacto físico e íntimo de las protagonistas no tiene lugar hasta el minuto 70 de metraje, bien pasado el ecuador del film, lo que evidencia que, por encima del ámbito sexual, lo que de verdad le interesa al director es cómo se desarrolla el proceso de enamoramiento. Claro que nada de ello hubiera sido posible de no estar protagonizada por dos bestias interpretativas como Rooney Mara y, muy especialmente, una Cate Blanchett que una vez más demuestra que puede con todo lo que le echen. Da igual que sea encarnando a una malvada madrasta –Cenicienta (Kenneth Branagh, 2015)-, una profesora chantajeada –Diario de un escándalo (Richard Eyre, 2006)- o una víctima de la crisis económica –Blue Jasmine (Woody Allen, 2013)-: Blanchett cambia de piel como los camaleones y se adapta a cualquier rol con una autenticidad aplastante. Solo por ver trabajar a la actriz dando vida a un rol que le ha valido su séptima nominación a los Oscar, merece la pena ver la película. 

Carol

Merecedora de la gran ovación que cosechó en el Festival de Cannes, este cronista no encuentra en Carol el más mínimo traspié. Soy incapaz de dilucidar el más insignificante defecto a esta historia de pasión prohibida sobre dos mujeres que tuvieron que luchar por su amor en unos tiempos en los que la homosexualidad era prácticamente un delito, con el agravante añadido de una sociedad machista. Una historia trepidante -sí, trepidante- que nos obliga a tomar conciencia de cuántas historias de amor reprimidas hay en pleno S.XXI en el mundo. Y cuando vemos que la sociedad, en el fondo, no ha cambiado tanto de la que conocieron Therese y Carol Aird, a uno le dan ganas de echarse a llorar. 


Carol


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