Llegamos con Marina Cruces desde Lisboa donde habíamos estado en la celebración , del Festival Europeu do Terroir. El fin de semana había sido intenso, agotador.
Luego de una última noche de botellas que se abrían para que el tiempo compartido no acabara nunca, despertamos y recogimos nuestros huesos para partir en dirección Dão, 3 horas norte, donde nos esperaba la familia de Casa de Mouraz, Antonio, Sara, Antonio Jr y Jorge. Habíamos discutido con mi compañera de ruta si venir o no. En Lisboa dejábamos atrás un plan tentador, una visita única organizada por Os Goliardos, a la zona de Collares y la cata de sus vinos más preciados. La cosa se zanjó con la decisión de partir. ¡Y estuvo fantástica!
Nunca sabes qué va a pasar en este tipo de encuentro. La energía puede fluir o no. Y en este caso fluyó de manera serena, los movimientos eran lentos por el calor, por la cantidad de información a compartir y por la fuerza tranquila que, se ve caracteriza a Antonio Lopes Ribeiro. Bajo techo, al fresco de la pequeña y provisoria bodega, abrió las botellas de cada región donde hacen vino, Alentejo, Douro, Dâo y Vinho Verde, mientras contaban sus características específicas y la tipicidad de cada casta. Antonio lo tiene muy claro, de cada región vinos que la representen. Para eso se han de dominar variedades, tipo de suelo, clima, comprender el territorio.
Nació en Mouraz, en la primera planta de la casa de sus padres. Abajo estaba la bodega, así que no es exagerado decir que fue parido por gravedad en una cuba. Desde los 16 años tiene claro que su vida la iba a dedicar al vino, pero estudió Derecho en Lisboa, algo convencional que no tuviera que explicar. En ese tiempo, fundó con otros colegas la revista Ópio arte e cultura, donde escribía sobre danza, y así fue como se conocieron con Sara, socióloga especializada en el mundo de la cultura y el baile. Pero el vino tiraba más. Así que dejaron aquel proyecto en buenas y se vinieron a Dão, a Mouraz, freguesía de Tondela, para hacer lo que Antonio siempre quiso.
Aquí nadie sacrificó nada. Sara no es la mujer que lo deja todo para seguir a su marido. Es una pieza clave en esta empresa de dos adultos y dos pequeños, que ya experimentan en la mesa, mezclando culitos de vinos catados, con agua mineral, con los caramelos que vienen con el café. En fin, no es que sea para patentarlo pero si para anotar una tendencia, una actividad incorporada desde la cuna, la intuición de un proceso creativo del que quieren ser parte y ya lo son.
Dominan 20 hectáreas de las cuales las de Dão son en propiedad y las otras las alquilan o compran la uva a viticultores que conocen y controlan la manera de criar la fruta. Fueron los primeros de la región en trabajar orgánico y son de la primera generación de productores portugueses del norte que participaron de la formación en Biodinámica con Daniel Noël allá por el año 2000. Son tipos cultos, con una capacidad de análisis sobre lo que pasa con la actividad agrícola, de las amenazas que comportan los modelos extensivos por un lado y especulativos por otro. E intentan ser un cortafuego ante el peligro. Van comprando, alquilando, salvando como pueden (no son ricos), sobre todo los viñedos acechados por la plantación de eucaliptos. Árbol lindo de ver, que regala aromas proustianos, pero aniquila la tierra donde crece, dejándola estéril, alterando para siempre su ph. Los eucaliptos se plantan para obtener pasta de papel del que Portugal es el primer productor europeo.
Casa de Mouraz es parte de este nuevo paradigma del vino portugués del que habla otro activista, João Roseira de Quinta do Infantado en Douro. Gente de una generación de los años 60 y 70 del siglo pasado, educada, sensible, con capacidad de tomar distancia de su propia circunstancia para ver el conjunto. Y desde el punto de vista creativo, buscan y logran hacer vinos de beber, provocadores, expresivos, con una conversación que no es de vinazos sino de vinos. Los que hacen Antonio y Sara, expresan modernidad y conocimiento, y además ¡están buenísimos! Porque podrían tener todo el componente atractivo resistente y ser imbebibles, o dejarte indiferente. Pero no, son vinos que hay que tener y beber. En casa, en tiendas, en restaurantes, a copas. Porque transmiten cultura del vino portugués, historia, presente y futuro de manera deliciosa. Y si además, quieres darte un paseo y vas a visitarlos, vuelves mejorado.
Me tocaron especialmente el que hacen en Vinho Verde, Air, de Loureiro que es la que manda, con toques de Albarinho y Arinto, en versión vertical 2010, 2011, 2012, 2103. Son vinos fresquísimos, en equilibrio exacto, limpios, cítricos con más o menos toques florales, de una acidez que asegura tiempo y habla por una tierra que es parte obligada de la civilización del vino. Son notables y complementarios de una posible conversación con los que hace o profesor Fernando Paiva como Mica o los de Quinta de Palmirinha, y los de Vasco Croft en Aphros.
Casa de Mouraz, que son sus vinos de Dão, tiene sus blancos y tintos de base, con el coupage desde la planta, con una mezcla importante de variedades, que tradicionalmente se plantaban todas juntas por una cuestión de supervivencia; las que tiraran para adelante, harían el vino del año. Tienen una entrada buena, de beber sin más.
Pero quiero declarar mi especial atención por dos vinos, el encruzado de Casa de Mouraz, contenido, aparece al rato, expresión delicada tanto en nariz como en boca, leve, aéreo. Y el Elfa, tinto, mezcla de 30 variedades, no todas con papeles, hecho con un amor impresionante, en tina de inox, sin paso por maderas. No fatiga la boca, entra, explota y cierra, con una calidad de malabarista del Cirque du Soleil.
Cierto que podríamos habernos quedado en Lisboa, pero a la luz de la emoción por el descubrimiento, podría decir también que aquel domingo 13 de Julio de 2014, estaba predestinado a conocer Casa de Mouraz. ¡Obrigada gente!
Fuente: Observatorio de vino
Casa de Mouraz, ¡uma surpresa muito engraçada!