A los que ya daban este blog paralelo por abandonado, supongo que este post supondrá una buena noticia, y es que aunque no negaré que de vez en cuando nos hemos salido del presupuesto, lo cierto me faltan las horas para dedicar tiempo en esta plataforma minoritaria.
Casualmente el motivo fue la celebración- entre mi señora y yo, claro- del tercer cumpleaños del blog principal, y como el tema nos pilló en Asturias, nos pusimos el arnés para subir a Casa Marcial.
Vaya por delante que, simplemente por disfrutar de ese paisaje, el esfuerzo vale la pena, pero claro, si luego van a darse un homenaje a la casa de Nacho Manzano, ni les cuento.
Con sus peculiaridades y más allá del precioso marco, el restaurante no es muy diferente en su concepción, a otros del ya visitados en Asturias (Casa Gerardo, El Corral del Indianu...). Es decir, comedor pequeño y minimalista, predominio de los blancos, servicio impecable y silencioso y, en conjunto, un entorno muy apto para poner en marcha los jugos gástricos.
Con esa premisa nos lanzamos por el menú gastronómico (85 euros + IVA) que comenzaba con unos divertidos aperitivos servidos sobre un enorme canto rodado que debe ser la adoración del personal de la casa, pero que realmente resulta muy vistoso para las viandas servidas, entre las que encontrábamos un tomate con cobertura de aceituna, un brioche de anchoa, una rodaja de morcilla cristalizada y una tosta con una deliciosa mantequilla aromatizada. Todos divertidos y francamente sabrosos.
La oferta de aperitivos continuó con dos míticos de la casa, el revuelto sobre torta de maíz y la croqueta, exquisitos ambos, oda a la finura esta última.A partir de aquí la batería de la cámara se acabó y con ella el modo análisis, pasando en un 100% al modo emoción. Una excelente sucesión de platos intensos divertidos, ocurrentes en cierta medida, pero sin barroquismos innecesarios y con un respecto fundamental por el producto que se servía.Un inteligentísimo trabajo sobre el pepino, sabrosísimas setas que no han perdido por la cocción un ápice de su esencia, pescado de primera y en su punto, una liebre de poesía y, lo más destacable, unos fondos tremendos muy trabajados, que revelan una cocina lenta, pausada, directa.Los postres inteligentemente definidos por la frescura, que ha de presidir los últimos platos en este tipo de menús tan prolongados, vienen a redondear una fórmula casi perfecta.Compartió la mesa hasta su muerte un buen ejemplar del básico de Hermann Donnhoff 2009 que supo estar a la altura del menú en todo momento. No así la copa de tinto que pedí para acompañar la liebre y que llegó en forma de tablonazo de Ribera del Duero.
El moscatel que servían para el postre, era un detalle que agradecer, pero corrientillo, alcohólico y muy flojo. Para nada a la altura de los exquisitos dulces que acompañó.
Sin embargo, creo que en conjunto es el estrellado que más he disfrutado en Asturias. No me atrevo a decir que mejor ni peor, porque todos están a un gran nivel, pero no cabe duda que aquí el equilibrio entre producto, trabajo (¡qué fondos!, insisto), ambiente, ritmos, producto y emoción, es muy dificil de igualar.