Miss Muerte
Director: Jesús Franco
1965
España/Francia
86 min.
Fotografía: Alejandro Ulloa
Música: Daniel White
Guión: Jesús Franco & Jean-Claude Carrière
Reparto: Mabel Karr, Fernando Montes, Estella Blain, Guy Mairesse, Howard Vernon, Ana Castor, Antonio Jiménez Escribano, Jesús Franco
Film quintaesencial en el que, mágicamente, cristalizan todas (incluso su impulso sadiano está aquí enmascarado de forma sutil) las obsesiones estéticas, formales y conceptuales de Jesús Franco, libres de cualquier rastro de ese personalismo mala entendido, de esa suicidad vocación automarginal y de la progresiva zafiedad técnico-visual que esclerotiza la mayor parte de la filmografía de quien pudo ser y no fue.
Retoma el argumentario (e incluso elementos literales como el sirviente/asesino reconvertido, un estupendo Guy Mairesse aquí) y deja oír el eco de su fundacional Gritos en la noche con una historia/idea que ya había prolongado espiritualmente en la previa El secreto del doctor Orloff de 1964 -en esta Miss Muerte, Orloff es citado como precursor de las investigaciones del científico al que interpreta brevemente con el genial detalle de sus gafas negras integrales Antonio Jiménez Escribano y además en un irónico detalle el gran Howard Vernon se encarga de uno de los médicos que provocaron la caída en desgracia de este y por lo tanto futura víctima de las mortales uñas de la señorita Muerte- reincidiendo, cada vez de un modo más abstracto y estilizado, en esa subyugante mixtura de folletín melodramático y horror,
enriquecido con un grato componente de sci-fi pulp (el magnífico diseño del laboratorio con esa camilla robótica inclinada que le permite a Franco una serie de impactantes posiciones de cámara) y un desembozado erotismo en clave fetichista.Una última característica personalizada en el inolvidable personaje de la propia Miss Muerte, performer y bailarina exótica devenida en asesina mentalmente manipulada por la pérfida mad-doctress vengativa a la que da vida la argentina Mabel Karr (genial el guiño que supone que, ella misma, se recomponga la piel quemada tras el accidente en el que finge su muerte, ya que cabe recordar que el Orloff original buscaba, infructuosamente, insertos de piel para curar a su hija) y que esta encarnada por una irresistible cantante francesa Estella Blain con la ayuda decisiva de un diseño de vestuario imposible repleto de motivos arácnidos.
La presentación del personaje (en uno de los highlights del film), resuelta en un imponente plano cenital en el que la actriz se arrastra sobre un suelo negro y blanco que simula una telaraña hasta dejar seco a un maniquí masculino, será el primero de muchos números de perversa (y análoga) concepción erótica. Amalgama muerte y sexo, dominio y sumisión, motivos
obsesivamente revisitados en la filmografía franquiana, ya llevándolos a un nivel superior de abstracción que los convierte en motivo central de sus ficciones (Necronomicon y Venus in furs repiten similar iconografía dentro de unas historias que no dejan de ser variantes sensoriales o convocaciones oníricas de la historia central de esta realización) ya utilizándolas como mero espectáculo morboso (la simpatica tontada El diablo que vino de Akasawa o incluso en Las Vampiras con su masturbatorio número especular, por ejemplo, ambas de 1970 e incendiadas por belleza inconsciente de Soledad Miranda), imagen recurrente en cualquier caso, experiencia mesmérica en origen, parodia rijosa luego.Miss muerte termina por ser, quizás, la mejor película nunca dirigida por Franco, tanto por su riqueza tonal y temática (desde el thriller psicopático a la paranoia pasando por sus habituales requiebros humorísticos en este caso protagonizados por él mismo como bien peculiar inspector de policía y padre primerizo) como por su suntuosa plasmación fílmica. Soberbiamente fotografiada por un descomunal Alejandro Ulloa con un manejo de la luz, la sombra y la atmósfera que recuerda tanto al expresionismo como a los trabajos de bajo presupuesto de Edgar G. Ulmer, Joseph H. Lewis o Jacques Tourneur, punteada por un score estupendo de Daniel White y apoyada en un guión más denso y complejo, aunque no por ello menos delirante, sobre el
que trabajó nada menos que Jean-Claude Carrière, junto al productor Serge Silberman la sorprendente conexión buñueliana de este film.Narrada con arreglo a una lógica más cercana al lenguaje del tebeo que al del cine y rodada con una catarata de nervio, inteligencia y sofisticación (la trepidante secuencia precréditos que ilustra la fuga carcelaria de Mairesse, la larga pelea de este con el héroe por pasillos y escaleras, el secuestro en la sala de cine,…) que se sirve por igual de los recurrente picados y contrapicados de Orson Welles (de manera incluso excesivamente obvia, más intensa incluso que en la un año anterior Rififi en la ciudad , en el acoso callejero a Marcelo Arroita-Jauregui –nuevo chiste, actor este que interpretó al sucesor de Orloff, Fisherman, en la ya mencionada El secreto del Dr. Orloff- que parece directamente extraído de la antológica y maldita pieza de 1955, Mr. Arkadin) y las atmósferas amenazantes de Fritz Lang que de las grafías de Guido Crepax o las hazañas malignas de los anti-héroes del fumetto nero.
Una larga entrevista en dos partes en la etupenda página Paisajes Eléctricos: parte I, parte II
Otra en el imprescindible Francomicón
Y una más, también doble, publicada originalmente en la web Francomania en 2002 y rescatada por la ya clásica Abadía de Berzano: parte I, parte II