Revista Cine
Cayo Largo (Key Largo, John Huston, 1948)
Un clásico noir...o no tan clásico
Apabullante y muy inteligente ejercicio de tensión criminal por parte de John Huston, cuyo mayor esplendor creativo se sucedió entre los años 40 y 50, legando algunas de las mejores películas del género negro más clásico, como El halcón maltés (The Maltese falcon, 1941), El tesoro de Sierra Madre (The treasure of Sierra Madre, 1948) y La jungla de asfalto (The asphalt jungle, 1950), para más tarde adaptar dos de las más célebres piezas literarias norteamericanas de todos los tiempos como son Medalla roja al valor (The red badge of courage, 1951) y sobre todo la monumental (tanto la novela como su adaptación) Moby Dick (1956). Finalmente se retiraría y moriría legando al mundo El honor de los Prizzi (Prizzi's honor, 1985) sosa comedia gangsteril con Jack Nicholson, y la superior, ésta sí, adaptación de James Joyce Dublineses (Dubliners, 1987)
La que aquí nos ocupa es sin duda uno de los trabajos de Huston mejor acabados, con una claustrofóbica y creciente tensión bajo los cánones y convenciones del mejor noir, que culminará en lo inevitable en estas películas, sí, pero es el cómo llega a eso lo que la convierte en un sobresaliente trabajo, adaptación, por otra parte de una obra de teatro estrenada en Broadway 10 años antes, en la cual un militar (Humphrey Bogart) que combatió en la Segunda Guerra Mundial llega a un hotel en Key Largo (Miami) para simplemente comunicar a un padre y a una novia la muerte de su hijo y amado en la contienda. Pero unos gángsteres- liderados por Edward G. Robinson, el rostro de la etapa clásica del crime film (Scarface, Hampa dorada), impagable su primera aparición en el filme, en la bañera y, por cierto, inspirado en el mismo Al Capone, el cual tuvo un retiro dorado en la misma Miami antes de morir- no le dejarán hacer lo que tiene que hacer, encerrándose con los protagonistas en el hotel, y, además, el hecho de que Bogart sienta algo más que simples condolencias por la hija del regente del hotel (Lauren Bacall), tan sólo empeorará las cosas.
Como ya se ha apuntado, éste Cayo Largo resulta de lo más fascinante filmado por Huston (cineasta, por otra parte, que tuvo sus años de bonanza, pero el cual hoy en día nadie coloca entre los más grandes del cine) pese a que siempre ha estado ensombrecido por, sobre todo, El halcón maltés(por compararla con un universo similar en su temática), pero lo cierto es que este noir de Huston cuenta con un guión de hierro (moldeado a partir de, cómo no, su influencia teatral, y se nota. Además, le pese a quién le pese, exégetas de los efectos especiales, el esqueleto de cualquier buena película es su guión) y el carisma habitual de Humphrey Bogart (en, personalmente, su más prestigiosa colaboración con Bacall), razones suficientes para degustar este relato bien narrado y mejor realizado.
Los dos protagonistas (y antagonistas al mismo tiempo) están perfectamente definidos, no hay fisuras en su creación. Ambos, Bogart y Robinson, han tenido siempre una voz y unas muecas reconocibles, interpretando al mismo personaje una y otra vez (dicho esto sin el menor ápice de crítica, en contraposición de lo que en su día se hizo con, por ejemplo, los action men de los 80) de modo que ya sabemos de qué van desde el primer instante en el cual les vemos en pantalla. El irónico y carismático Bogart frente al despiadado Robinson. Y en 1948, Bogart estaba en el pináculo de su éxito, mientras Robinson ya estaba de clara capa caída, aunque siempre se le dará el prestigio de haber participado en un film tan de serie A como éste, ya que los gangster films mencionados más arriba podrían considerarse más como serie B, sin estrellas de relumbrón en su cartel.
Quizás no de las más populares pero superior en todo caso a gran parte del noir que pululó por la industria en su etapa más clásica, la cual podríamos encuadrar (simple y llanamente por establecer períodos, como se hace con la historia e historia de las artes, aunque en ningún caso resultan definitivos) entre 1940 y 1960, Cayo Largo rezuma cine negro por todos sus poros, y demostró que no hacía falta una ciudad entera, con sus calles, su noche y sus persecuciones para contar una buena historia.