Revista Vino
En la mansio que centra la fotografía superior vivió y trabajó como masovero el abuelo de Toni Carbó, en la que fue una de las mayores fincas vitícolas del Penedès. El abuelo fue comprando algunos viñedos, sin duda los que los amos consideraban más duros de trabajar y de peor calidad (pendientes con buenas correntías de aguas, tierras menos fértiles en arcillocalcáreo...). Con los años, el padre de Toni hizo lo mismo y con unos pocos años más, Toni puede vivir ahora la tremenda paradoja que hubiera dejado a los amos boquiabiertos y con un cierto sentido del ridículo hecho: esos viñedos, que siempre fueron tratados de la forma más natural posible (sin herbicidas ni fungicidas), con la labranza justa y con una edad que roza el medio siglo, esos viñedos que viven con la cubierta vegetal intacta desde hace unos años (la mejor manera de que la temida correntía de tierras y aguas hacia su camino natural no se produzca...), esos viñedos que están en suaves pendientes y alimentan sus uvas en suelos pobres de solemnidad, esos viñedos se han convertido en algunos de los mejores del Penedès.
L'Ermot, macabeo (en la foto) junto a la antigua masía donde vivían los Carbó; les Parellades, xarel.lo junto a la actual casa de Toni, Anna, Júlia y Roc, se convierten en el epicentro de una nueva bodega, Celler La Salada, que es ya, para mi, un síntoma. En el Penedès vienen sucediendo cosas interesantes desde hace años pero los grandes bosques suelen ocultar la visión que merecen "pequeños claros" como el que Toni y Anna están forjando desde hace cuatro años. No tienen más freno que su imaginación y su libertad. No tienen otra voluntad que dejar que la tierra y las cepas que le son más propias se expresen de la forma más clara y limpia en la copa. L'Ermot es el símbolo de lo que el padre de Toni tenía que constatar: ese camino de dureza y de trabajo diario, ese camino de sufrimiento y de pensar que se compraba sólo lo que se podía, ha llegado a su fin. Sus tierras, las de su padre y que ahora su hijo ha ampliado, son buenas. Sus uvas son mejores.
Toni, de una forma por completo espontánea (colabora también en otros proyectos en los que no trabaja de la misma forma; vende también excelente uva a grandes empresas de la zona), ha llegado a sus conclusiones. Anna y Toni han tenido la suerte de encontrarse. Y cuando dos personas con esa sensibilidad, sencillez y capacidad de atención y de aprendizaje están en el campo y en la bodega, las cosas acaban saliendo. Los vinos de La Salada son vinos que hubieran recordado al padre y al abuelo de Toni aquello que ellos mismos bebían de jóvenes: vinos que nacen de un solo viñedo, vinos que se hacen con una parte del raspón o con el raspón entero (pronto...), vinos que viven de las levaduras del campo y de la bodega, que está (ya en parte...al tiempo) junto a los viñedos, vinos que no se filtran ni estabilizan ni clarifican. Vinos que, a pesar de lo que más de un incrédulo pueda imaginar, son limpios, fragantes, sinceros, frescos en tierra casi árida. Un xarel.lo brisado (La Bufarrella) que habla como pocos de la versatilidad y profundidad de esta uva: aires todavía de panadería en la madrugada fresca, matices de pera limonera, flor de jazmín, hinojo salvaje, sapidez e intensidad. Un vino de ensamblaje en el viñedo (Boig Roig) que nace de la fermentación conjunta de mandó, sumoll, trobat (torbat en el Penedès), mònica, xarel.lo, carinyena, parellada... Una belleza de aromas rojos, una locura de colores, un mar de suaves texturas. Sin más: el más atractivo "vin de soif" catalán que he bebido (hay versión en ancestral, también). La emoción, la finura, la sencillez, la fragancia, las almendras verdes, el campo en primavera, la tierra sabia están en L'Ermot de macabeo. Y el amigo que llegó con el azar, Vinya Maçaners, sumoll del Bages, recoge y amplía en 2013 aquello que la primera añada de 2012 ya hacía pensar: con él, podría pasar varios meses de duro invierno y de caza en una cabaña de la taiga rusa.
Son vinos que hubieran hecho esbozar una sonrisa al padre y al abuelo de Toni, gente que siempre tuvo una buena historia y una sonrisa en los labios. Quizá la primera sonrisa se hubiera movido entre la incredulidad y la observación preocupada ("¡¿qué hace este chico...!?"). Pero no tengo la menor duda de que la segunda sonrisa hubiera sido de aprobación y de satisfacción. Toni y Anna van a su aire y con el ritmo que conviene, el de la maduración que sólo unas cuantas estaciones vividas juntos les pueden dar. Pero van haciendo camino. Sin apresurarse, pero van. Conocer su historia, aquello que está en las raíces de La Salada, es bonito. No hay improvisación, no hay novedad: hay evolución, hay simbiosis con la tierra y conocimiento adquirido con lentitud, alegría y serenidad. Beber sus vinos es emocionante: generaciones en una botella, una manera de sentir la tierra en la copa.