Revista Vino
Digamos que, de forma documentada (con notas que conserve), bebo vinos del Celler Martí Fabra (Masia Carreras, en Sant Climent Sescebes, DO Empordà) desde 2007. Si husmean un poco en la pestaña de "búsqueda" de este blog, verán que algunos de sus vinos son una constante entre mis preferencias: el Flor d'Albera, entre sus blancos; su rosado Lladoner; y el Masia Carreras tanto en su versión blanca como en la tinta. Había conocido a Martí Fabra y a su hijo Joan en un par de presentaciones, habíamos charlado con discreción (como son ellos) pero no sabía realmente cómo eran. No lo sabía porque no había estado en su bodega ni había pisado sus viñas. No había charlado con ellos, no había olido esa bodega ni conocía su historia familiar. No había escuchado su historia en su tierra. Hace bien poco pude remediar ese agujero de mi educación sentimental y, ahora, puedo escribir con fundamento de causa: esta familia, sus tierras, su bodega, sus vinos y, más que ninguna otra cosa, su forma de ser y de estar hoy, en el mundo del vino se me convierten en referencia ineludible.
Joan Martí es muy joven pero ha heredado la paciencia, el temple, la pausa y, a ratos, la retranca y la mirada pícara y burlona de muchos siglos de familia de payés en el Empordà (desde el siglo XIV...). Pasear por las viñas con él (algunas de más de 100 años, otras inmediatamente postfiloxéricas, plantadas en pies híbridos; algunas más jóvenes) y beber después sus vinos es una experiencia grande. No le interesa hacer alarde de nada, las palabras justas, medidas siempre y, al final, una mirada casi de soslayo y como buscando tu aprobación. ¡Pero si soy yo quién tiene que aprender de él! Trabajar la tierra: tal y como lo hacían los abuelos, sólo con algo de azufre y sulfato de cobre. Arar lo imprescindible, pero de forma que cada cepa (algunos auténticos árboles...) reciba su dosis de aireación en las raíces. Después, cuando apriete el calor, el surco entre cepas será tapado y la planta recuperará su equilibrio. La vegetación entre calles se respeta, se desbroza y allí queda. El abono es el del rebaño de ovejas de un vecino. En la bodega, las maderas viejas y los antiguos depósitos de cemento siguen encontrando (tras más de 50 años) su razón de ser. La arquitectura y el aprovechamiento racional y muy meditado de la roca madre convierten a su bodega, semienterrada, en un lugar ideal (temperatura y humedad naturales) para el envejecimiento de algunos de sus vinos.
Joan lo tiene claro: 25 Ha (todas alrededor de Sant Climent) y un máximo de unas 100 mil botellas (subirá la cifra, o bajará, en función de la añada, claro), les permiten llegar a ese punto de equilibrio en que controlan todos los procesos personalmente; sus instalaciones ofrecen espacio y herramientas para trabajar la fruta que les llega de sus viñedos en condiciones óptimas; y tienen lo necesario para vivir bien. ¿Para qué más? ¿Crecer? No, por supuesto. Tienen lo que necesitan. Es el momento de seguir haciendo mejor las cosas, pero no de crecer. Podría hablarles de los vinos que bebí y más me gustaron (su Flor d'Albera 2011, con 70% de moscatel de grano grueso y 30% de Frontignan, zalamero, enérgico, fresco, terpénico y balsámico, como siempre cielo del Empordà en una botella tras la tramontana; o su Masia Carreras blanc 2011, con un cupaje que es el del viñedo, garnachas y cariñenas blancas y tintas, picapoll, que tiene lo mejor de cada una de ellas y la frescura del suelo de arena granítica; o su Masia Carreras tinto 2008, ahora mismo, uno de los grandes del Empordà, con cariñena y merlot; y etc.). Pero no. No sería justo con mis sentimientos ni con las sensaciones de lo que bebí ese día.
Porque ese día bebí por primera vez Els Estanys 2007. Pensaba que conocía ya todas las grandes cariñenas catalanas. Venía de probar,en los últimos meses, Camí de Cormes, Mans de Samsó, 1902, Vall-llach, Ferrer-Bobet vinyes velles selecció especial (todas entre el 2007 y el 2011). Y alguna más, aunque no tan monovarietal. Pero me faltaba la de Joan Fabra...Intensidad feroz, finura exuberante, frescura cítrica, buqué garni, arena granítica, mineralidad tan bien perfilada, ligera rusticidad...tan profunda y, al mismo tiempo, tan accesible...Bebía esa copa y volvía al viñedo ("estanys", dos pequeñas lagunas al norte y al sur del viñedo que, junto con el viento, la tierra y la exposición sin paliativos al sol, informan y educan a esas cepas viejísimas). Soplaba una suave tramontana, susurraban las hojas, mis pies se hundían en la arena junto a las cepas. Cerraba los ojos y me sentía hijo de esa tierra. Mis pies se confundían con sus raíces. Vino y sensibilidad. Amor y terruño. Fruta y autenticidad. Cuando salgan esas 700 botellas, corran ustedes. Corran.