Los recientes éxitos de Alicia en el país de las maravillas (Tim Burton, 2010) y Maléfica (Robert Stromberg, 2014) -unido a la aguda crisis creativa de Hollywood- han reavivado la fiebre por las adaptaciones a imagen real de grandes clásicos de la factoría Disney. El último ejemplo es Cenicienta (Kenneth Branagh, 2015), probablemente uno de los títulos de dibujos animados más difíciles de convertir en carne y hueso. La jugada, no obstante, le ha salido redonda al director de Mucho ruido y pocas nueces (1993) o Frankenstein de Mary Shelley (1994), que logra una adaptación con entidad propia sin nada que envidiar a su referente animado. El principal enemigo que sortea la película es la previsiblidad: todos nos sabemos el cuento de memoria y, por tanto, nos anticipamos a lo que va a ocurrir antes de que ocurra. Punto por punto. Y sin embargo, lejos de ser este un problema, se convierte en una virtud al ver cómo Branagh tira de ingenio para transformar en acción real momentos especialmente complicados, como la cómplice relación que la protagonista entabla con sus amigos los ratones o el emblemático momento de las 12 campanadas.
Basada en la historia original que Charles Perrault publicó en sus Cuentos de Mamá Ganso a finales del siglo XVII, la película pivota en torno de Ela (Lily James), una joven que, tras la muerte de su madre y el nuevo matrimonio de su padre, se ve obligada a vivir con su madrasta (Cate Blanchett) y sus dos hijas en su hogar familiar. Sin embargo, tras el fallecimiento de su padre, Cenicienta pasará a ser tratada con desprecio e insultos por parte de su impuesta familia. La joven sacará fuerzas de flaqueza para sobrevivir gracias a las palabras que le dijo su madre antes de morir: “sé generosa y ten valor”. La vida de Cenicienta, no obstante, dará un vuelco cuando se anuncie un baile en palacio en el que el príncipe Kit (Richard Madden) escogerá a su esposa y al que su madrasta le prohíbe asistir. Sería inútil negar que la película está trabajada. ¿Que es cursi, almibarada, excesivamente fastuosa y un tanto machista? Sí, pero no más que las versiones previas del cuento. Especialmente notable es su gran trabajo de producción, destacando su magnífico diseño de vestuario a cargo de la ganadora de 3 Oscar Sandy Powell, y su intachable diseño de interiores. Salones de baile, castillos de ensueño, hermosos jardines… las impresionantes localizaciones y recreación de escenarios quedan reforzadas, para más inri, por unos efectos visuales de primera. Además, la experiencia del director a la hora de llevar a la gran pantalla novelas de Shakespeare le confiere a la obra un aroma de época, a narración casi histórica, que casa perfectamente con el espíritu original del cuento.
También merece la pena señalar la agudeza de su guión, que distribuye muy bien sus generosas raciones de azúcar para que el resultado final nunca se haga indigesto. Asimismo, el guionista Chris Weitz consigue hacer el relato atractivo a gente de todas las edades, escapando de lo que podría haber sido una mera película para niños. Dos de los grandes aciertos del libreto respecto a la adaptación animada es el mayor protagonismo del que goza el príncipe, un personaje clave en la historia del que sabíamos muy poco hasta ahora, y que se tome más tiempo en la presentación de su personaje central y en la estrecha relación que la unía a su madre. Pero sin duda el punto fuerte del film es un cásting en el que brilla con especial intensidad esa madrastra encarnada por la inconmensurable Cate Blanchett, que engrandece la película con cada una de sus apariciones. La ganadora del Oscar por Blue Jasmine (Woody Allen, 2013), que encaja en su papel como anillo al dedo, pasa a engrosar de forma automática la lista de las mejores villanas Disney de la historia.
Proyectada en cines junto a uno corto animado de Frozen dirigido por los mismos responsables que la película, Cenicienta es, en definitiva, una obra que cumple lo que promete: satisfacer a los amantes del cuento original y, al mismo tiempo, introducir un punto de modernidad a la historia. Y todo contado en medio de un alarde visual continuo, con toda la palestra de colores puesta al servicio de la historia, lo que la convierte en un regalo para la vista y los sentidos -sus primeros fotogramas, por ejemplo, parecen auténticas postales firmadas por el impresionista Renoir-. ¿Qué aporta esta película al cine? Algunos dicen que nada. Sin embargo, y tal como reza su última línea de guión, esta Cenicienta de carne y hueso hace que creamos en la magia.