Bernard Herrmann nació un 29 de junio de 1911 en Nueva York. Aquel día, poco podía imaginar su madre que estaba dando a luz a uno de los grandes genios (si no el mayor genio) de la música contemporánea. En primera Fila dedica una serie de programas especiales a su obra.
Bernard Herrmann fue, como suelen ser los genios, una personalidad difícil y casi enfermiza. No debe ser casual que su trayectoria esté unida a dos de los grandes directores de la historia del cine: Orson Welles (con el que en realidad trabajó en solo dos ocasiones, pero pariendo dos de las mejores bandas sonoras de todos los tiempos, al margen de su intensa colaboración en las emisiones radiofónicas del Mercury Theatre en la CBS) y Alfred Hitchcock. Tampoco estos realizadores tienen fama de ser muy equilibrados desde el punto de vista psicológico, y quizás por eso consiguieron mantener un difícil status profesional que evitó que se cruzaran sus personalidades.
La esencia de Herrmann está en su capacidad para imbricar la tradición de la música clásica norteamericana con el romanticismo tardío de compositores como Rachmaninoff y con la innovación que unos, aún primitivos, instrumentos electrónicos aportaban en su época. Bandas sonoras como Ultimátum a la Tierra (1951) provocan todavía admiración por la sabia utilización de sonoridades diferentes, novedosas, que difícilmente han podido ser imitadas en interpretaciones más actuales.
Ni qué decir tiene que esta búsqueda constante de nuevas formas de transmitir la psicología de los personajes o la atmósfera de las escenas cinematográficas (hoy en día sólo encontramos esta inquietud en el compositor Marco Beltrami) tiene su punto álgido en la banda sonora de Psicosis. Se trata de uno de esos trabajos que construyen en buena medida la esencia de una película, e incluso el propio Bernard Herrmann afirmaba que su música aportaba un buen porcentaje a la efectividad de la historia. Desde luego, no podemos negarlo.
Otra de las características más destacadas de Bernard Herrmann es que muchas de sus bandas sonoras son difícilmente reproducibles con la sonoridad con la que fueron grabadas originalmente. Su empeño en crear orquestaciones especiales que se salían del propio ámbito de las formaciones orquestales hizo que buena parte de los músicos fueran contratados exclusivamente para las sesiones de grabación. Usó 10 harpas en Duelo en el fondo del mar (1953), 12 flautas en Cortina rasgada (1966) o el serpentón, un instrumento de viento pocas veces utilizado en la música contemporánea, en La hechicera blanca (1953). Sus composicones aportan así esos sonidos característicos indisociables a las propias películas, que son casi imposibles de reproducir.
Bernard Herrmann ha influido en buena parte de la música de cine actual. Músicos como Danny Elfman, Christopher Young, Graeme Revell o Brian Tyler han recogido las pautas sonoras de Herrmann, y las han adaptado a sus particulares estilos, con mayor o menor fortuna.
Después de cien años desde su nacimiento, tras setenta años de su primer trabajo para el cine, Ciudadano Kane (1941), Bernard Herrmann sigue siendo una de las figuras más importantes del universo musical cinematográfico. En primera Fila queremos dedicarle el homenaje que se merece con cuatro programas que hacen un repaso, no tan exhaustivo como quisiéramos, a su filmografía. Esta es la programación de la próxima semana:
Miércoles 29 de junio / Sábado 2 de julio:
Ciudadano Kane El hombre que vendió su alma El cuarto mandamiento Alma rebelde (Jane Eyre) Concierto macabro Ana y el rey de Siam El fantasma y la Sra. Muir Ultimátum a la Tierra La casa en la sombra
Viernes 1 de julio / Domingo 3 de julio:
Las nieves del Kilimanjaro
Duelo en el fondo del mar
El capitán King
El jardín del diablo
El príncipe de los actores
Sinuhé, el egipcio
Pero... ¿quién mató a Harry?
El hombre que sabía demasiado
Falso culpable
El hombre de Kentucky
Williamsburg: The story of a patriot