La dinámica alrededor de las buenas personas es compleja. No vale con ser, no vale con parecer, hay que sentir como tal. Conozco personas responsables, que no son buenas personas. Gente honesta y trabajadora que tampoco. Y conozco a auténticos santos y santas, que soportan dramas humanos inmensos que no quiero ver delante ni en pintura. Y a otras personas cabales, certeras, de análisis rápido y fiel, que merecen monumentos al estoicismo y el respeto que faltan por algo. Y luego están los vértices de genialidad que me rodean desde una óptica totalmente anómala. Es lo que yo llamo "la certeza".
Estar seguro es un mito. Uno está seguro de casi todo en la infancia y luego crece y empiezan las comparaciones. Uno va en coche con su padre desde la absoluta certeza de viajar con el mejor conductor del mundo y luego, a los 16, descubre que su padre es un loco peligroso, que va dando voces a los demás conductores y conduce sin respetar señales ni peatones. Uno tiene la certeza de que el trabajo genera ingresos y luego se pasa meses trabajando en algo y no gana un duro (pero paga impuestos). Uno cree que la S de PSOE es por socialista y luego.... bueno, vosotros me entendéis.
Así que ceñir la certeza a algo es como poco aventurado. Tengo la certeza de que Appel hace grandes productos porque es parte de su ADN pero, sobre todo, porque lleva décadas haciéndolos, más caros que nadie y los vende por millones...por algo será. La primera vez que probé Vega Sicilia (un Único del 98) supe que no era "mi marca de té" aunque fuese un vinazo. De la misma manera, como tengo dicho, que cuando probé un El Carro de 2011 supe que algo había cambiado en el vino tal y como lo conocía y que me encantaba. Y tuve la certeza de que Rafa decía la verdad. Algo similar me sucede con A Curva (Portonovo) como también tengo comentado o con Xurxo Alba y sus vinos y las razones de esa certeza ni son perennes ni valen para todo el mundo. Solo sirven para mi.
En mi última visita al gran Besada nos bebimos eso de la foto superior y algo más. No todo, claro. Compartir es bueno. Así que este Lacima de aquí arriba también cayó y he de decir que con el cayó parte de un mito alrededor de hacer vinos de la Borgoña en Bibei y encerrar en una botello Mencía, Brancellao y Mouratón para lograr la esencia de un terruño. Porque esto no es lo que era, aunque siga siendo un gran vino. Hay algo intangible, insustancial y muy frágil que marca la linea entre evocar la tierra, la viña y el precipicio y no hacerlo. A lo mejor es falta de frescura en un proyecto que nació desde la diferencia o tal vez que yo ya no tengo 30 años y que este es otro vino que hay que vender a casi 40 pavos. No se que es lo diferente, pero mi recuerdo de un Lacima de 2004 pleno de energía, de peso y acidez regulada y sensata desapareció y dio paso a esa sensación.... distante. La de que algo se quedó en el camino de la certeza.
Se, por ejemplo, que esto de aquí no es vino. Ni lo quiere ser. Tengo la absoluta certeza de que un vino aromático "Cannawine" no es vino y lleva cáñamo (lo pone en la etiqueta). Y pienso en como una botella de esto viene a parar a las manos de alguien como Miguel Besada. Da para unas risas, por supuesto, pero también para pensar que, a lo mejor, la única distancia real entre este producto, que afirma llevar únicamente "vino y cáñamo" y una botella de Salneval es el cáñamo. Seguro que no, por supuesto, seguro que exagero, no lo dudo. Pero siendo fieles al lenguaje, este producto elaborado en Cataluña explica tanto sobre su composición y origen como el citado subproducto del Salnes. Vino y cáñamo, 100%...
La certeza de que algo no funciona en mi vida lleva tiempo instalada en mi. Hago bien algunas cosas, según un cierto número de personas, pero mi incapacidad para sustentar un proyecto viable a pesar de la puesta en marcha de proyecto tras proyecto deja bien a las claras mi incapacidad para decidir, para elegir y para desarrollar determinadas ideas, por muy interesantes que parezcan a priori. Eso, unido a mi debilidad moral endémica, me hace ir de fracaso en fracaso, pagando duros peajes emocionales, aislado y triste, aunque no me resigne. Pero es que no resignarse no tiene premio. Así que continúo hacia adelante, aunque no sepa ya muy bien ni para que ni hacia donde.
Es en este devenir en el que veo destellos. Veo la luz en mesas como esta, llenas de alegría en la abundancia, en la belleza y en la emoción del producto, de la familia y de los/as amigos/as. Esta mesa es un reflejo del amor que siento a diario por Jose, por su inagotable capacidad de asombro, por mi adorada Mari y por ser capaz de figurar en la nómina esas de personas capaces de comprender que hay algo más allá de la pura ingesta de alimentos. Hay clase, hay sentido y hay algo más que no todo el mundo ve o tiene. Esta mesa es, desde su simplicidad, un unicornio. El lugar, el entorno, la comida, el vino, la gente y Miguel, oficiando desde el corazón, un lugar al que casi nadie va cuando se trata de trabajar.
Una de las cosas que me sucede en ocasiones es lo que llamo "la fijación". Me gusta cocinar y, en esa tesitura, a veces experimento. Lo hice para este bocata Cubano, al estilo de la Película "Chef" y el resultado me dejó pensativo. Es una de esas cosas que cae de cajón por simple. Haciendo esto alguien, en unas ciertas condiciones personales, podría ganarse la vida sin necesidad de nada más. Es el principio para los "food truck", ahorro en alquileres, costes de personal y medios y una relación mínima de elaboraciones (uno o dos bocatas o sandwich, unas patatas o nachos, cerveza, refrescos y andando). Y si, cada vez que lo pienso, que lo hago, creo en que debí dedicarme a la cocina. Debí haber tomado una decisión realista allá por mis 20 años que ahora es imposible y trabajar con la comida, con el vino, con aquello que me llena desde fuera. Al menos tendría una profesión "real".
Digo "real" porque esta de contar cosas está hoy tan machacada que es imposible subsistir en ella. Puedo empeñarme en decir que soy periodista y ejercer desde el ostracismo, pero mis opiniones seguirán yendo contracorriente y viajando al margen de lo establecido. Puedo apostar y hacer pulsos a ver quien tiene más credibilidad, pero todo el mundo seguirá comprando como lo hace y en los medios tradicionales seguirán escribiendo los que escriben porque, en realidad, ¿a quien le importa?. Nada de lo dicho o hecho sirve si no viene avalado por la masa, la impenitente e inmisericorde masa, que todo lo tiene y todo lo decide. La masa quiere rosado, venga rosado, la masa quiere burbujas, ala, a hacer burbujas aunque no tengamos ni la más remota idea. Y por cientos de miles de botellas. La moda casa mal con la filosofía, con repensar y administrar lealtades. Con hacer vino, en definitiva.
La moda dicta que una buena conserva no debe basarse en productos de calidad al máximo nivel sino en envoltorios "top", al estilo Mr Wonderfull. Lo que hay dentro puede ser genial pero, sin lo otro, las señales para el común de los mortales, se diluyen. No conozco mucho a Jon Knor, pero veo sus ojos cuando me habla de sus cosas, de Chanquete, de su tienda, de la que tuvo que cerrar y de la que regenta ahora. Veo sus ojos cuando habla de sus conservas, de las Pochas y los Chanquetes, de los pimientos y del paté. De como se envuelven uno a uno, de como se embalan a mano, de como se envasa y en base a que producto. Y no se como sabrán (las tengo en el debe), pero me temo que estarán de miedo y que de nuevo, engordaré. Engordaré, pero comer me hace muy feliz cuando lo hago como es debido. Cuando puedo.
La relación entre la certeza de un cambio y la conservación del momento es efímera. Una vez más habrá un tiempo para la risa en Tui, para beber y probar sin consuelo, seguros de la absoluta incapacidad de los allí congregados para lograr un cambio real en la manera en que se hace lo que bebemos. Seguros del absoluto desprecio que cosechamos en el establishment, de la nula capacidad para la evolución (ya no digo para la revolución) de cuantos están implicados en el mundo del vino y sus aledaños. Es dramático todo esto. Por el esfuerzo baldío, por las promesas incumplidas, por la ilusión desperdiciada. Pero es real y dramático. Y me afecta, a mi y a otros muchos y muchas.
Así que la certeza de estos destellos que me deslumbran se convierte en promesa de lo que pudo ser. Nunca seré cocinero, nunca venderé vino, nunca podré escribir para una masa que realmente crea que lo que se dice es lo mejor para ellos, nunca seré más de lo que soy. No
Quisiera saber con certeza que es lo que soy, más allá de lo evidente. Y después, por fin, actuar como tal.