No faltan pues las mujeres fuertes, valientes, independientes, que eligen su camino libremente, las mujeres preparadas, con cierta cultura, como Dorotea, gran lectora y actriz, que opta por vivir sola e interpreta el papel de la princesa Micomicona. O el caso de Marcela, la pastora que no quiere someterse a ningún hombre, que pelea por sus derechos y prefiere vivir sola y libre por los montes: “Yo nací libre, y para vivir libre escogí la soledad de los campos”. Según todo esto, Cervantes muestra una concepción de la mujer que se aparta de los cánones de sumisión y obediencia de la época cuando nos ofrece casos como el de Dorotea y Marcela, dos mujeres independientes que han elegido el ser libres y no estar sujetas a la tutela del marido. No es el concepto de mujer que tenían otros escritores del Siglo de Oro, como Calderón de la Barca, Lope de Vega o Tirso de Molina, mucho más tradicionales y machistas. En esto, como en otras muchas cosas, Cervantes era un adelantado a su tiempo. Tal vez el entorno familiar en el que se crió el escritor tuvo algo que ver en todo esto. En efecto, su madre, Leonor de Cortinas, era una mujer fuerte y sensata, segura de sí misma y con las cosas muy claras, mientras su padre era de carácter más débil y mediocre y con frecuente tendencia a convertirse en víctima de los acontecimientos. Vivió el autor además rodeado de mujeres: su madre, la abuela paterna, una tía, sus hermanas. Su madre además sabía leer y era aficionada a la lectura, por lo que seguramente influyó en los incipientes gustos literarios del escritor alcalaíno. Aunque de origen campesino, también era aficionada a la lectura la propia mujer del escritor, Catalina de Salazar.
El concepto pues que tenía Cervantes de las mujeres no era el que comúnmente se aceptaba en su época como válido.