Revista Vino
Pero hay otra imagen más poderosa todavía en Roma (sobre todo) que habla de las cuatro estaciones. Es la que simboliza cada una de ellas en un personaje distinto, vestido de manera particular e identificado sólo con el fruto más característico de esa estación: el invierno es un abrigado cazador con su presa; la primavera es un niño con una cesta de flores; el verano es un segador con sus mieses; el otoño es un vendimiador con la uva. Dediqué unos años a estudiar dónde y cómo esta manifestación de las cuatro estaciones se producía en la cultura romana: textos, mosaicos, pinturas, frescos, arquitectura. Y llegué a la conclusión de que el ámbito de la vida en que esta poderosa y abundante iconografía podía verse mejor era, qué paradoja, el de la muerte... Inscripciones funerarias, textos filosóficos que hablan de la muerte, frescos conservados en tumbas y, por supuesto, sarcófagos como el que veis en la fotografía. Llamaba especialmente la atención que aquellos sarcófagos en que más aparecían las cuatro estaciones eran los dedicados a niños.