Revista Cultura y Ocio
Recientemente una jueza ha dictaminado que el músico polaco Frederic Chopín no durmió en la celda número dos de la Cartuja de Valldemossa durante su estancia en Mallorca, en el invierno de 1838-39, en compañía de su pareja, la escritora George Sand. La sentencia determina también que el piano que ocupa la celda tampoco es el que usó el genial artista ya que su fabricación es posterior a la citada fecha.Para evitar más engaños a los miles de turistas que visitan anualmente la celda, la magistrada ordena que se acabe con la "publicidad engañosa" que hasta la fecha ha anunciado el lugar como residencia efímera de Chopín. Ni Chopín ocupó esa celda (parece que se hospedó en la contigua) ni tocó tal piano.Loable actitud la de la jueza, aunque probablemente los turistas seguirán acudiendo (y pagando) para visitar la celda número dos porque los mitos son más fuertes que la realidad y que las sentencias judiciales, por muy documentadas que estén.
Aprovecho para pedir a la justicia internacional que imite a la jueza balear y abra una investigación sobre la casa de Julieta, en Verona, camelo tan rechazable como el de la Cartuja, o sobre la Sábana Santa de Turín, cuya datación muy posterior a la época de Cristo ha quedado sobradamente demostrada por activa y por pasiva, o la famosa lanza de Longinos, esa que ha inspirado tantas fantasías esotéricas.Y ya encaminados por esta senda justiciera de desenmascaramiento de fraudes históricos, no estaría de más que se sometieran al escrutinio de magistrados y fiscales otros casos sonados que arrastran con engaño a un elevado número de personas, a las que se saquea tanto el bolsillo como la credulidad.Pongamos por caso el sepulcro compostelano del Apóstol Santiago, invento medieval sostenido en fábulas sin fundamento pero, eso sí, fabulosa fuente de ingresos para Galicia y la Iglesia. Más creíble que el mito de Santiago es la creencia de que en realidad se trata de la tumba de Prisciliano, el herético obispo decapitado por obra y gracia de la intransigencia religiosa de la época. Sería toda una ironía que los millones de peregrinos que acuden a la supuesta tumba del apóstol, en realidad estuviera rindiendo adoración a los restos de un hereje.
¿Y qué podemos decir del Santo Prepucio? Sí, sí, eso mismo, el del Jesús circuncidado. Se veneró durante mucho tiempo, aunque finalmente la Iglesia, quizá aquejada por el mismo prejuicio que le impide aceptar los preservativos hoy día, retiró el culto al presunto pellejillo cipótico que se guarda en catorce lugares diferentes. ¿Algún juez se atreverá algún día a acabar con estas estafas milenarias?Los fraudes más longevos y masivos son los relacionados con la cristología, pues al apelar a la fe y la devoción religiosa, se desactiva el sentido común de los mortales, en especial de los creyentes. Cualquier rueda de molino entra mucho mejor con la vaselina de la fe. Frente a esto timos, los de Julieta y Chopín son simples travesuras.Los teólogos más ecuánimes reconocen con naturalidad que el Via Crucis, es decir, la ruta que siguió Jesús en Jerusalén camino del Calvario es completamente falsa. Pero se sigue publicitando y generando ingresos sustanciosos. Se sabe que es un camino inventado para engañar a los piadosos peregrinos, peor ni a estos ni a la Iglesia les importa un bledo. Es el mito.El fraude viene de antiguo, como digo, pues fue la madre del emperador Constantino, Helena, hoy santa para los católicos, la que una mañana del siglo IV se lió la manta a la cabeza y se marchó a Jerusalén para localizar los santos lugares. Ni qué decir tiene que los localizó todos. No se le escapó ni uno. El sepulcro de Cristo, el Gólgota, la casa donde se celebró la Última Cena, el portal de Belén, y ¡oh, milagro! las tres cruces en las que murieron Jesús y los dos ladrones. El proceso que siguió para distinguir la Santa Cruz de las otras dos no fue moco de pavo. Se valió de una moribunda que al ser colocada sobre la cruz buena sanó milagrosamente.Santa Elena se trajo la cruz para el Primer Mundo, como era debido, pero con el paso del tiempo se ha ido astillando de tal manera que a día de hoy hay un sinnúmero de lignum crucis repartidos por todo el mundo. Tantos que servirían para reforestar la Amazonia. Así son los milagros.Lo que no está tan claro es cómo ha llegado hasta nuestros días el Santo Prepucio. Esta hazaña parece que no fue obra de la madre del emperador, que no se atrevió a tanto, sino de un ángel en persona (o en espíritu), que le regaló el despojito a San Gregorio Magno. Otros dicen que fue San Juan Evangelista el que se lo regaló a la Magdalena. Eso si que es una regalo de San Valentín. No voy a mencionar la versión de Santa Catalina de Siena...
En fin, que visto lo visto qué poca visión (y qué poca fe) tuvo George W. Bush al no emular al emperador Constantino, su referente histórico más destacado. Si en lugar de los tanques hubiera enviado a Irak a su madre, doña Barbara Bush, para buscar las armas de destrucción masiva quizá hubiera tenido más éxito en sus pesquisas y, sobre todo, no hubiera generado tanta desgracia en el mundo. Claro que lo mismo en lugar de armas de destrucción masiva se hubiera tropezado con el prepucio de Sadam Husein.Pero valía la pena intentarlo.