Revista Cultura y Ocio

Cicatrices de guerra

Publicado el 30 mayo 2019 por Ispamaga @is_ma_ga

De repente el día te aburre y se torna cansado. El año no ha empezado bien, pero estás optimista como siempre. «Hoy tenemos que llevarlo a la consulta médica». Con tus hermanas llevas a tu papá, una vez más, al hospital. Todas con el tiempo encima y las responsabilidades pegadas a los hombros. A tu papá ya se le nota que su cuerpo no es el mismo, ha perdido elasticidad en sus brazos y en las pantorrillas ya aparecen las arrugas. Siempre quiso estar en alguna guerra. Arrastra la erre cuando habla y le cuesta un montón. «De joven quería tener una cicatriz de guerrrrrrra, pero las únicas guerrrrrrras que he tenido han sido con tu madre». Su mirada se vuelve turbia y movible como el mar, a ratos se duerme y modula un concierto de ronquidos que te exaspera. Con el perro humor que tiene, su carirredonda ha perdido fuerza; el volumen de su voz ha bajado tanto que tienes que acercar la oreja para escucharlo pedir algo y, aun así, en esa debilidad, lo hace con voz de superioridad. Su condición médica las ha puesto nerviosas. Piden una silla de ruedas y lo protegen para que no se tropiece con la gente; sin embargo, aunque protegido por ustedes, aun las gobierna. Tu papá tiene el cabello plateado, la frente pequeña, las manos callosas de tanto trabajar, la nariz algo estirada y, además, hubo un tiempo en el que fue gordo; ahora le cuelga la papada».

Piensas que son cosas que nunca te van a pasar, pero te ves en la escena. Andrea, que mira constantemente su reloj, va a hacer cola para sacar un turno; Lucía, aunque se nota cansada por las clases de ayer, se va a la farmacia; Mónica, agotada por sus doce horas de trabajo, camina hasta la ventanilla de estadística. «No quiero ir a esa ventanilla esa señora es amargada», tu hermana no va a la ventanilla de estadística y te toca ir a ti a hacer cola y a soportar a la secretaria de dentadura arqueada que viste un mandil que cubre la totalidad de su cuerpo, pero esta vez te atiende amablemente. Terminan sus consignas y se reúnen una a una en la sala de espera «Ya tengo el turno». «En estadística me hicieron llenar una planilla». «Ya compré las pastillas». El señor de la limpieza las hace cambiar de lugar «Permiso, voy a limpiar», dice mientras cojea. El olor de la humedad del piso se encierra en el ambiente. «Justo a esta hora le dan ganas de limpiar». Se cambian de lugar. Ves a un bebé recién nacido que no para de llorar «Ha de tener dolor de barriga». «Estoy harta de ese niño». «Pobrecito le ha de doler algo». Tú te pones de pie de puro enojo para desahogarte y lees la cartelera: «¡Protege tu vida! El 65% de las adolesentes que resultaron embarazadas NO SABIAN cómo usar CORRECTAMETE METODOS ANTICONCEPTIVOS» «No van a saber…» «Mira a ese doctor, lleva el mandil manchado de sangre». «Qué asco». «Ya, ya, no sean ridículas es un hospital que más esperan».  «Mira a esa señora evangélica, nos está mirando». «No la mires mucho que después se acerca». La señora se les acerca «no es contra espada ni ejército sino con la palabra de Dios», les dice y les entrega un volante que sirve para que tu hermana bote el chicle.

«Qué turno te dieron». «El 5». «¡Qué mierda! tengo que ir a una audiencia a las cuatro». «Yo tengo doble turno hoy». El parlante emite una voz masculina: «Paciente Julio Romero, por favor acercarse al consultorio #3… paciente Julio Romero». «¿Qué estás haciendo?». «Escribo». «Pendejadas que te pones a hacer». Minutos después «Paciente Antonio Martínez, por favor acercarse al consultorio #7…» Llevan a tu padre al consultorio.

«Dr. José Salas 07H00 – 19H00. Cirujano vascular. Consultorio #7». «¿Podemos entrar todas?». «¿Todas son familiares?». «Sí» dicen al unísono y las dejan entrar. «Quítenle la camisa al paciente, por favor». Lo sientan en la camilla y das consignas como siempre: tú, quítale los zapatos; tú, sácale la camisa y recoge las bastas de su pantalón. Escuálido, frágil, fatigado, a su lado tú te sientes viva, te sientes fuerte; él es alto y aún tiene aspecto dominante, pero lo miras lastimoso. Es un esqueleto, inseguro y descalzo sobre un piso que brilla de tanta limpieza. Te mira con miedo. Tus hermanas se hacen señas con los ojos para ver al cirujano que toma el pie de tu papá para examinarlo. «¡Uf! esto se ve muy mal, por favor esperen afuera». El doctor llama a una enfermera, no, dos.

Miras a una pared blanca que tiene una mancha que te causa terror. Se sientan una a lado de la otra en las sillas de metal que están frías y levantan la mirada al techo. «Los hospitales tienen el mismo olor, huelen horrible». Tus hermanas hablan y hablan de cosas banales. Una señora aparece llorando porque se le murió alguien, tú te pones nerviosa y tus hermanas bajan la mirada del techo para ver al piso. El piso ya no es el mismo.

«Dice el doctor que pasen los familiares del paciente Antonio Martínez» Con tus hermanas vas al consultorio. Encuentras a tu padre llorando, tratando torpemente de ponerse la camisa. «¿Qué pasó papi?». «Tengo miedo, el doctor me dijo unas cosas que…». El doctor pone una mano en tu hombro y con la otra te entrega un papel «tenemos que ingresar al paciente»; lo dice como si estuviera acostumbrado a hacer eso. «Sí, pero ¿qué tiene?». Con tedio dice: «Posiblemente le amputaremos el pie». Todas le miran el pie. El doctor las deja solas. Una de tus hermanas, con las manos en los bolsillos, hace como que examina el funcionamiento del aparato para medir la presión arterial, te mira de reojo y no se acerca.

«Esfigmomanómetro de mercurio se llama ese aparato para medir la presión arterial». «¡Ah, no sabía!». «Yo tampoco». «No sean tontas, es un tensiómetro» dice tu padre.  Horas después, finalmente, todas tendrán una cicatriz de guerra.

Anuncios

Volver a la Portada de Logo Paperblog