El mini-micro recital que Cindy Lauper improvisó el viernes 4 en nuestro aeropuerto Jorge Newbery le dio un toque pintoresco a un fin de semana largo de carnaval que la mayoría de los porteños aprovecha como prolongación vacacional. Miles de internautas vieron el video que ilustra este post y que muestra a la cantante concentrada en entonar a capella “Girls just wanna have fun” sin darles demasiado calce a los curiosos que la rodean, miran, corean, aplauden.
Cindy tiene cara de canto-para-no-insultar-a-nadie-por-el-retraso-de-mi-vuelo. Sin dudas, el estribillo de “Las chicas sólo quieren divertirse” suena irónico en un contexto de tediosa y prolongada espera.
A Lauper no se le mueve un pelo mientras reproduce los versos archi-conocidos. Mejor dicho, no se le mueven el velo negro ni los anteojos esfumados (comentado sea de paso, las uñas celestes la convierten en otra extravagante viuda de Roque Enroll).
Aferrada a un micrófono de escritorio, la solista cabecea de izquierda a derecha y vice versa. La actitud aniñada contrasta con el dominio profesional de la voz: respiración, entonación, dicción.
Descubrí a Cindy Lauper a mediados de los ’80 cuando vi el videoclip de la canción/película Girls just wanna have fun. Para mis 12 años en ese entonces, no había demasiadas diferencias entre ella, Sheena Easton (con su “Strut“), Pat Benatar (cómo me gustaban “Love is a battle field” y “We belong“), Laura Branigan (“Spanish Eddie“) y una tal Madonna (que promocionaba su “Like a virgin” en los canales de Venecia, acosada por un hombre-león).
Hasta que escuché “True colors“… Ahí Cindy superó a sus colegas por ser la única capaz de hablarle a una adolescente sobre los colores verdaderos, y sobre el coraje necesario para enfrentar el mundo adulto.
Sin embargo, después de ese hit, Lauper desapareció de la radio y la televisión masivas. Siempre imaginé que Madonna la había fagocitado. A ella como a tantas otras colegas que podían hacerle sombra o quitarle algo de la atención que, cada vez más, le prestaba la gran industria discográfica.
Probablemente la chica material consideró que Cindy era la rival más peligrosa. Se habrá preocupado tiempo después cuando los medios anunciaron una suerte de regreso a partir de “I drove all night“, que luego Céline Dion se encargó de detrozar con los típicos agudos post-Titanic.
En circunstancias similares a las del viernes 4, Maria Louise Ciccone se habría recluido con sus guardaespaldas en la sala de espera VIP del aeropuerto. Por un lado, el protocolo monárquico le habría impedido mezclarse con los súbditos. Por el otro, la reina del pop no se habría animado a cantar a capella en una sala desprovista de la parafernalia que exigen sus shows.
Según tituló ayer InfoBAE, el mini-micro recital en Aeroparque “hizo furor en las redes sociales“. Seguro somos muchos quienes celebramos lo evidente: que Cindy Lauper no fue fagocitada, ni por la industria discográfica, ni por su mayor monstruo, la ahora envidiosa Madonna.