Mi cambio no ocurrió de un día para el otro, pero definitivamente cambié. Se nota, no solamente en la balanza porque peso 20 kilos menos, tampoco en la talla de ropa (antes sólo me podía vestir con XL del Cortefiel, ¡ahora me entra el M de Mango!). Hay un cambio interno que he notado: cuando más adelgazo, más me vuelvo una snob con la comida. Más intolerancia tengo a la mala comida, específicamente la comida hecha masivamente, con el único propósito de ganar dinero: me refiero a las grandes empresas productoras de comida, y a las cadenas de comida chatarra.
Que mi pan lo haga un panadero, no una factoría
Estas fiestas desayunando en casa de mis suegros vi que, después de haber sido el 25 y 26 de diciembre feriados, con todas las tiendas cerradas, la mañana del 27 para desayunar sólo quedaba en la casa pan de molde. Antes me lo habría comido igual, pero ahora me pareció que un poquito de esfuerzo valía la pena: a pesar de la nieve salí, con frío y en ayunas, a comprar en la panadería del barrio una hogaza de pan con nuez (y de paso llevé una lista de otras cosas que hacían falta).
En el sabor aprecio si el pan lo amasó un panadero con su propia receta y su orgullo personal por hacer un buen producto, o si lo manufacturó una máquina. Además, uno viene en una bolsa de papel muy mona, el otro en una bolsa de plástico de mal gusto.
La misma diferencia está en el chocolate de supermercado, comparado con los bombones del mejor chocolatier de la ciudad.
Desde que empecé a adelgazar no gasto en productos dietéticos ni en gym, pero invierto en comida de calidad. Desde que como lo mejor que puedo, es que empecé a adelgazar. Y no solo los ingredientes y la elaboración son diferentes, hay algo en el packaging también: de una bolsa de plástico sale el tipo de comida que me puede disparar un atracón, mientras que un empaque de calidad, diseño y elegancia me inspira a poner servir en un platito, sacar la foto, y comer a mordisquitos como una lady.
No soy “budget”, soy primera clase
Siguiendo con mi experiencia en estas últimas fiestas, en casa de mis suegros se cena escandalosamente temprano para estándares de España o Argentina por ejemplo, estoy hablando de las 5 de la tarde – es que ya esa hora ya es noche cerrada, para decir en su defensa. Pero se quedan despiertos hasta tarde mirando tele o jugando a las cartas, y por eso en esa casa se picotea mucho, y no necesariamente crudités. Una noche ya me estaba dando hambre unas 3 o 4 horas después de cenar, y vi una bolsa abierta en la cocina, con unas mini crackers de queso. Iba a manotear un puñado cuando vi que la bolsa decía marca “budget”, que significa económica, y pensé: si somos lo que comemos, yo quiero ser primera clase. Me di media vuelta, y me fui a dormir.
¿Cómo te quieres sentir?
Gases, hinchazón, acidez, son algunos de los ejemplos de síntomas que sufro cuando he comido mal y mucho. Pero nunca jamás sentí ningún tipo de indisposición después de una comilona en un restaurante con estrella de Michelin. O después de una comida casera como las que hacía mi abuela, con ingredientes puros. Estoy hablando de ingredientes de verdad, cuál es la lista de ingredientes del pollo? uno solo: “pollo”. O del tomate: “tomate”. A estos llamo ingredientes puros, nada que ver con esos productos que venden en el supermercado, con una lista de ingredientes incomprensibles e impronunciables.
La buena comida se hace en casa, con ingredintes puros, y con amor. O en los mejores restaurantes que puedas pagar. O en esos restaurantes de barrio que sabes que son de calidad y confianza. Nunca más comida chatarra producida en masa.
No son las calorías – es la calidad
Me crié en una casa “tradicional”, donde mi mamá leía la Dieta Médica Scarsdale, y para adelgazar había que comer la menor cantidad de calorías posibles. Hasta que escuché algo que me impactó, una compañerita del colegio me dijo “las calorías no son todas iguales, para tu cuerpo no es lo mismo 100 calorías de una manzana, que tiene vitaminas, que 100 calorías de papitas fritas”. No lo había pensado antes, y me pareció tan simple y tan obvio… y sin embargo todavía hay gente, como mi madre, que dice que los aguacates/paltas, las nueces y las aceitunas hay que evitarlos porque “engordan”. Que cuando digo que desayuno avena Quaker me dice que no lo haga, porque “engorda”, aunque vea que ya bajé 20 kilos desayunando así.
Las calorías no son el enemigo, siempre que vengan de fuentes naturales que nos aportan lo que nuestro organismo necesita, como las aceitunas, las nueces, y el aguacate. Y el chocolate, si es de alto contenido de cacao y rico en antioxidantes.
Hace muchos años que no compro productos “diet”, o “light”, me desilusioné el día que comparé un mousse de chocolate “normal” que tenía 110 kcal, contra la versión “bajas calorías” tenía… ¡90 kcal! La diferencia es mínima, comprendí que no vale la pena pagar de más, ni exponernos a esos componentes artificiales e impronunciables que están en la lista de ingredientes. Hoy día, cuando tengo ganas de comer mousse de chocolate, lo hago en casa y sé lo que le pongo.
Qué no comer
Como no soy nutricionista, no puedo decirte qué comer. Pero después de haber leído por tantos años tantos libros de dietas y ver que recomiendan privarse de distintos grupos alimenticios: los hay que dicen que la grasa es el enemigo, otros que los carbohidratos son el enemigo, otros que hay que comer sólo vegano… y otros hasta dicen vegano crudo, y luego otros que si no comes carne, de dónde viene el hierro, me pregunto ¿quién tendrá la razón? Se contradicen unos a otros. Para no arriesgarme, yo como de todo.
Pero intento comer comida de verdad: evito los productos manufacturados con listas de ingredientes que no se sabe qué son. Y si me inclino por ingredientes, como azucar o harinas, elijo las versiones lo más naturales, es decir lo menos refinadas, posibles.
Elijo comer puro y natural porque amo mi cuerpo, porque quiero sentirme bien y porque somos lo que comemos.
Y además, por puro placer. Comer algo de mala calidad es perder una oportunidad de deleitarnos. García Marquez en El Amor en los Tiempos del Cólera dijo que “uno viene al mundo con los polvos contados”, y no hay que desperdiciarlos. Lo mismo pienso yo cuando me encuentro con pan de molde: uno viene al mundo con los desayunos contados, no me des chatarra, dejame ir a por ese recien horneado pan de nuez.