Hace un par de días saltaba la noticia del ingreso médico de la esposa del presidente de Francia, por una supuesta infidelidad de su marido con una actriz. ¿La causa del ingreso? Según indicaba la prensa, los motivos oficiales serían un “shock emocional” y “síntomas de depresión”. Alguno pensará que si todos las víctimas de infidelidad tuvieran que ingresarse, las calles se quedarían vacías. Excesivo o no, lo cierto es que la ruptura de la confianza es una de las experiencias más dolorosas que existen en una relación.
Al engañado/a se le cae encima el mundo. Cuando estamos con una persona, tendemos a establecer un patrón: sabemos qué esperar del otro y qué no esperar. La infidelidad entra dentro de las acciones que nadie espera y que rompen con el patrón para siempre, obligando a quien la sufre a elegir si crear un nuevo patrón o marcharse para siempre.
Las reacciones tras descubrir una infidelidad, suelen ser de dos tipos: o bien, la persona infiel se convierte en la encarnación de todos los males, perversidades y crueldades del universo, o bien la persona engañada se culpabiliza y siente que no fue lo suficientemente guapo, listo, joven, divertido o sexualmente competente. En nuestra sociedad todavía se oyen cosas como “buscó fuera lo que no tenía en casa”. Como dice el refrán: aun encima de cornudo, apaleado.
En definitiva: nos quedamos entre el ¿cómo has podido hacerme esto? y el ¿es que acaso no te daba lo que necesitabas?. Con un ligero toque de con todo lo que yo he hecho por tí y así me lo pagas.
¿Qué ocurre cuando se descubre o confiesa una infidelidad? Decía el psicólogo Antoni Bolinches, de cada tres infidelidades, una se regenera gestionando bien la crisis; otra tercera parte rompe como consecuencia de la infidelidad; y el resto de relaciones se deterioran y acaban rompiendo en un plazo más inmediato porque no acaban de digerir lo que ha ocurrido.
Para los que deciden seguir adelante, es necesario un proceso de reajuste psicológico. Lo más habitual es volcar la rabia en la pareja infiel e interrogarla sobre el acto terrible día tras día, esperando infructuosamente una respuesta que les tranquilice. Respuesta que no existe, porque la única pregunta es ¿perdono o no perdono? y la respuesta no la tiene la otra persona.
¿Qué hacer en estos casos? La opción más sana y conveniente es tomar distancia. Otorgarse un tiempo de separación para poder deglutir el suceso, absorber el impacto y discernir qué es lo que realmente se desea. Muchas parejas continúan juntas por pura dependencia y una infidelidad es, a veces, el catalizador que aparece para cuestionar esa dependencia y descubrir que debajo del apego, ya no quedaba realmente un motivo por el cual seguir adelante.
Darse un plazo personal para asumir y analizar la situación desde fuera de la relación, es un regalo para uno mismo, para permitirse sanar esa herida. Es importante durante este periodo intentar empatizar con el otro, en lugar de condenarle. Pensar en las veces en que pudiste replantearte tu relación, o pensaste que ya no amabas o sentiste algo más por otra persona y recuerda que tu pareja también ha podido sentirse así y llevar más allá ese sentimiento. Saber compadecer, porque el dolor del traicionado no es menor que el dolor de quien se traiciona y se enfrenta con las consecuencias.
Si se retoma la relación, ha de hacerse con la certeza de que tener la confianza más o menos recuperada. De nada sirve vivir en constante terror por si el otro vuelve a las andadas, vigilando sus movimientos y fiscalizando su teléfono móvil o su dirección de e-mail. Se trata de ser protagonista de tu vida, no espectadora de la vida de tu pareja.
Si se opta por la ruptura inmediata sin opción a regreso, también existirán otras consecuencias. Desconfianza, falta de autoestima y posiblemente inseguridad con respecto a las nuevas parejas.
Es importante asumir que la infidelidad siempre es un camino que ha tomado la persona que la cometió. Nadie le pone una pistola en la cabeza, ni existe un imperativo biológico ingobernable que una persona adulta y madura no pueda perfectamente soslayar. Siempre es responsabilidad absoluta de quien la ejecuta. Da igual el control que ejerzamos, las advertencias que lancemos o las amenazas que insinuemos. Cuando una persona es infiel, los motivos que le mueven son estrictamente individuales. En otras palabras: el problema es suyo, no tuyo.
Acepta tu responsabilidad en lo que compete a la relación en sí, pero nunca de la infidelidad de la otra persona. Si estaban aburridos, o eran infelices, o se han enamorado, o son inmaduros, o son picaflores, son perfectamente libres de sincerarse o marcharse. Ni tú tienes la obligación de complacer en todo a nadie para que no se escape y si no te aceptaron tal y como eres, con tus fallos y tus virtudes, tampoco es tu deber tratar de convertirte en otra persona que sí les haga más gracia.
Ante la infidelidad, es difícil mantener la cabeza fría. Las personas ansían explicaciones, porque necesitan entender. No hay mucho que entender. Todos somos humanos y todos fallamos. La cuestión es si somos capaces de perdonar los fallos de los demás como perdonaríamos los propios. ¿Cómo se supera una infidelidad? Comprendiendo…y perdonando.