Revista Cultura y Ocio
Puede parecer algo trivial y normal, pero no lo es. Sin duda se trata de una de las actividades más temidas por muchos varones. Irse de compras con las chicas puede ser toda una odisea y, aunque seguramente sea una osadía hacerlo, (siempre había querido juntar esas dos palabras tan chulas en una misma frase) estoy dispuesto a sacar a la luz todos esos detalles que, entre temerosos susurros, compartimos los hombres entre nosotros.
Muchos me conocéis y sabéis que no soy el típico chico que se niega a ir de compras con una mujer. No me disgusta acompañarlas a alguna tienda si me lo piden y tengo bastante paciencia para saber que el proceso puede tener una duración prolongada en el tiempo. Al fin y al cabo, nosotros podemos estar horas y horas dándole que te pego a los videojuegos o viendo deportes y ellas aguantan estoicamente a nuestro lado ¿no? De hecho, incluso a veces sé que hacerlo puede tener ciertas ventajas y que puede presentarse alguna oportunidad más que interesante, aunque no siempre sepa aprovecharlas como es debido. Así que, aunque todo el proceso de la compra me siga pareciendo algo misterioso y complejo, suelo estar medianamente bien dispuesto para intentar formar parte de él.
Pero en ocasiones uno se ve superado. En cualquier momento puedes encontrarte en una situación de la que no se sabe salir. Vienen sin avisar, en medio de lo que parecía que iba a ser un día muy plácido. Cabe destacar que, en mi caso, mi papel suele ser algo meramente testimonial. Soy el comprador consorte, vaya. Llevo de vez en cuando las bolsas, asiento con una sonrisa cuando algo me gusta y mi importancia en todo el proceso es, en el fondo, mínima y se limita a dar apoyo moral y compañía. No me pidáis más: en el fondo sólo soy capaz de distinguir entre tres o cuatro colores y no de forma muy efectiva y eso debería ser suficiente para que cualquiera de mis juicios de valor sobre moda fuera automáticamente descartados. La imagen de aquí abajo es bastante explicativa sobre mi problema y eso que faltan por listar los blancos y marrones.
En fin, ¿que quién querría que un completo inútil como yo tomara cualquier tipo de protagonismo en la elección de ropa? Alguien cegada por el amor, sin duda, o alguien incapaz de aceptar que mis manifiestas incapacidades para esta tarea. El problema es que el amor a veces mata.
Pongamos por ejemplo, y esto no quiere decir que me haya pasado algo semejante ni mucho menos, que te llega un aviso de alerta para esta tarde. Toca ir de compras. Estos avisos son inesperados y fulminantes. Son decisiones ya tomadas en las que poco puedes hacer. En este caso, podría ser para buscar unos vaqueros rotos, que al parecer se han puesto muy moda este año. Bueno, también se han puesto de moda una especie de cangrejeras extrañas, pero prefiero no hablar de ellas. -Pues yo te rompo alguno de los que tienes y ya está -dices cuando te proponen ir a comprarlos. -¿Qué dices? ¡Ni loca, vamos! Además, cuando el año que viene ya no estén de moda ya no me los volvería a poner y habría perdido unos pantalones. -Pues si no se van a llevar en unos meses ¿para qué los quieres?-Pues porque no tengo nada que ponerme ahora si no me los compro.-¡Pero si tienes decenas de pantalones!-Ya. Pero están todos superantiguos y ya me aburren un poco, la verdad.-Si están todos viejos o no te gustan, ¿qué más te da que te rompa unos, entonces?-¡Si hombre! ¡No seas pesado! Además, los que tengo no son para romper.
Como podéis ver, este tipo de intercambios dialécticos pueden entrar en un bucle interminable del que nunca saldrás vencedor, así que conviene claudicar rápidamente y aceptar acompañarla. Aunque no sepas muy bien dónde te estás metiendo. Pensad que la alternativa es siempre peor y dolorosa, muy dolorosa.
Uno de los destinos más habituales en una encantadora sesión de consumismo es uno de esos grandes centros comerciales "ya que las tiendas que hay tienen más cosas". Nada más cruzar las puertas, hay que tener en cuenta que comienza una de las aventuras más apasionantes y misteriosas del mundo de las compras: el itinerario que se va a realizar en su interior.
Cuando por fin, tras varias horas de camino, se llega a la tienda que era el objetivo principal, toca realizar un recorrido similar pero por sus estanterías hasta que por fin os encontráis con la mesa donde están expuestos los pantalones, curiosamente justo al lado de la entrada. Expuestos en dos decenas de pilas, en varios tonos y formas, su sola visión consigue que a cualquiera le entre el tembleque. Unas cuantas dudas y muchos pantalones desdoblados después, acabas con cuatro o cinco pares sobre los brazos, más alguna que otra blusa que se ha recolectado por el camino hacia los vestidores.
Dentro de los probadores toca esperar pacientemente tras la cortina, mientras ella se cambia y se va probando todo.-¿Cuáles te gustan más? ¿Estos o los primeros? -te preguntará, nada más probarse los quintos vaqueros.-No sé. Son bastante parecidos ¿no? -Son los mismos, pero otra talla -te puede ayudar ella, alzando una ceja.-Ah. Pues estos me gustan más...-Sí ¿verdad? ¿Pero no me hacen algo más culona?-Claro que no. Qué tonterías dices.-No sé, es que los segundos me gustaba el color, pero los bolsillos no me convencen. Y estos no están lo suficientemente rotos.-Pues quédate con los terceros, que eran del mismo color.-Es que esos estaban demasiado rotos.
Tras muchos dimes y diretes y con los segundos y cuartos pantalones en la mano, os encamináis a la caja, donde os aguarda una larga fila de clientas cargadas de ropa. Cuando esteis a punto de llegar a la caja, ella se dará la vuelta y te mirará con sus grandes y preciosos ojos. -Oye, que me lo he pensado mejor. ¿Me puedes ir a buscar una talla más pequeña de estos? Es que me sentaban mejor.-Claro, claro -y te encaminas corriendo al lugar donde estaban los pantalones, donde te peleas con dos chicas más y escarbas en la enorme montaña de ropa que se ha ido formando tratando de localizar lo que te han pedido. Cuando por fin lo haces, sales corriendo de nuevo hacia las cajas.-Uy. Estos no, mira, están raros aquí, como sucios. ¿Me puedes buscar otros?-Em. Claro... -y vuelta al barro, pero dándote prisa que está a punto de llegar el turno de pagar. Cuando vuelves, exhausto, sudoroso y seguramente herido por alguna rival que trataba de arrebatarte los vaqueros, ella te mira, sonriendo culpable.-Que me lo he pensado mejor y creo que me quedo al final con estos.-Vale.Unas horas después de haber salido de casa, te derrumbas en el sofá. No sabes muy bien qué ha ocurrido, pero has vuelto con seis bolsas, una de ellas llena de chucherías y estás completamente agotado. Ella se ha lanzado al cuarto a probarse todo lo comprado y a los pocos minutos aparece con los pantalones en la mano.-¡Están rotos!-Claro, de eso se trata ¿no? -dices tú.-¡No, hombre! Mira, ¡tiene una de las trabillas sueltas! Mañana tendremos que volver y cambiarlo.Porque las compras no terminan nunca tras haber pagado por primera vez. Siguen un ciclo más eterno que el de la vida, si te descuidas. Tengo una compañera de trabajo, por ejemplo que hace tres años se gastó 45 € en una tienda y lleva desde entonces comprando y cambiando cosas: es el dinero más reciclado de la historia. Eso sí, después hay que reconocer que les suele quedar estupendamente.
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