Jornada intensa la que vivimos ayer en este último festival. Y entre las películas proyectadas, algunas que han sido presentadas por sus respectivos países como sus representantes de cara a los Oscar de Hollywood. Es el caso de Supa Modo (Likarion Wainaina, 2018), que ha sido presentada por Kenia y forma parte de la sección infantil Barnas Søfilm, que mayormente se proyecta en la Cinemateca de Oslo. Esta historia protagonizada por una niña con cáncer que se evade de su cruel realidad imaginándose como una superheroína con poderes especiales, tiene esa cierta mirada naif que suelen tener muchas producciones africanas, pero en este caso juega con positividad la carta de las emociones y de la empatía que produce un pequeño pueblo keniata cuyos habitantes tratan de hacer la vida más fácil a la joven protagonista. Likarion Wainaina es un director keniata que nació en Moscú, y que hace su debut con esta película, y a pesar de la evidente falta de presupuesto y de su condición de debutante, construye una historia que consigue, con herramientas algo sentimentales, tocar la fibra sensible del espectador y en buena medida encuentra el camino adecuado para elaborar un discurso cinematográfico que, no por sencillo y carente de recursos, resulta menos efectivo. A su favor podemos decir que el director no abusa de los resortes sentimentales en exceso, y la última parte de la película encuentra en la mirada optimista un muro de contención narrativo a los peligros de resultar demasiado lacrimógena. Pero, sobre todo, hay siempre en estas producciones africanas una segunda lectura que tiene que ver con la realidad de pobreza y abandono que sufren estos países, y que aquí se hace palpable en la denuncia de la falta de recursos para el tratamiento de enfermedades graves en los niños.
Otra de las películas que se encuentra en la lista de los 87 países que se han presentado a la selección de los Oscar es The great Buddha+ (Hsin-yao Huang, 2017), que representa a Taiwán. Ganadora de numerosos premios en festivales asiáticos y del NETPAC Award en el Festival de Toronto, esta película se construye a partir de una historia aparentemente costumbrista pero que acaba convirtiéndose en un thriller, protagonizada por el guarda de una fábrica de bronce que descubre cómo se produce un hecho delictivo, sin tener la posibilidad de denunciarlo. El debut en la dirección de Hsin-yao Huang es singular, porque juega sus cartas en distintos frentes, tanto narrativos como formales, y ahí encontramos parte de las virtudes pero también de los defectos de la película. Porque hay en su propia construcción un muy evidente intento por elaborar una película de arte y ensayo, con la utilización del blanco y negro en la mayor parte del metraje y el color en escenas determinadas. Y hay que ser bastante generoso como espectador para aceptar ciertas licencias narrativas que acaban siendo fundamentales para el desarrollo de la historia. Lo más interesante, una vez más, es la utilización del recurso del meta-cine para mostrar los entresijos de la propia película, igual que hemos visto en otros títulos como One cut of the dead (Shin'ichirô Ueda, 2017) o Supa Modo (Likarion Wainaina, 2017). Aquí con la intervención del propio director como narrador de parte de la historia, desgranando con sentido del humor algunos resortes escondidos del rodaje.
En cuanto al cine latinoamericano, y teniendo presente esa importante presencia de la mujer en la programación de Film fra Sør, hemos podido ver también Los adioses (Natalia Beristáin, 2017), titulada en el mercado internacional The eternal feminine. Se trata de una película profundamente femenina, tanto en su textura superficial como en su contenido, que reivindica la figura de la escritora Rosario Castellanos, una autora que en el México de los años 50 se enfrentó desde el púlpito y sus conferencias al sometimiento de las mujeres frente a la presencia siempre opresiva del hombre, pero que en su vida privada sufrió precisamente el ahogamiento de una relación difícil con el también escritor Ricardo Guerra, que la encorsetó como esposa y madre, ahogando su condición de mujer trabajadora. La película es un retrato acertado, aunque se nos antoja algo distante, de una figura importante en la reivindicación de la mujer en México, y sobre todo se sostiene en une xcelene trabajo de la actriz Karina Gidi, que le valió el Premio Ariel a la Mejor Actriz, bien secundada por Daniel Giménez Cacho. Quizás le falta, especialmente en su primera hora, una concreción den su propuesta narrativa, que resulta algo caótica, pero remonta el vuelo en una segunda parte, la de la negación personal de la protagonista, que la convierten en un título recomendable.
También hemos visto una película biográfica en el Festival de Estocolmo. En este caso, se trata de la muy esperada Mapplethorpe (Ondi Timoner, 2017), presentada dentro de la Sección American Independents, y que traza un recorrido por uno de los fotógrafos más controvertidos de la década de los sesenta. La directora, Ondi Timoner, es una reconocida realizadora de documentales, ganadora del Gran Premio en Sundance por varios de sus trabajos anteriores, que aquí hace su debut en el género de ficción. Y en este sentido no puede evitar caer en determinados lugares comunes de una biografía que resulta algo anodina para el personaje en el que está basado. Aunque el trabajo interpretativo es correcto, con un esfuerzo notable por parte del actor Matt Smith para indagar en las coherencia interna de Robert Mapplethorpe, lo cierto es que especialmente en el terreno narrativo la película no encuentra el equilibrio adecuado entre la corrección y la fascinación, y el guión más interesado en mostrar la mayor cantidad de información posible que acaba abandonando el desarrollo de sus personajes. Así, momentos como la relación entre Robert Mapplethorpe y Patti Smith en los primeros años de sus carreras acaba siendo superficial y algo caótica. En este sentido, como biografía del artista resulta más interesante el documental Mapplethorpe: Look at the pictures (Fenton Bailey, Randy Barbato, 2016), que esta reciente incursión de ficción.
El Festival de San Sebastián se inauguró con la película argentina El amor menos pensado (Juan Vega, 2018), uno de esos títulos que tiene todos los ingredientes para ser un éxito de taquilla. Y de ello, el estreno casi simultáneo de esa película con Mi obra maestra (Gastón Duprat, 2018) y El ángel (Luis Ortega, 2018) el pasado verano en Argentina consiguió que durante varios fines de semana el porcentaje de cine patrio en los primeros puestos de taquilla alcanzar el 61%, o lo que es lo mismo, 6 de cada diez espectadores argentinos vieron películas de su país frente a los grandes estrenos de Hollywood. El amor menos pensado, que se presenta a Concurso en el Festival Film fra Sør, supone el debut como director de Juan Vega, uno de los jefazos de Patagonik, una de las productoras más importantes de Latinoamérica. Esta comedia romántica se sostiene en un sólido reparto encabezado por Ricardo Darín y Mercedes Morán, y tiene en su ágil guión otro de sus principales alicientes. Es, ante todo, una película eminentemente argentina, repleta de largas secuencias de diálogos entre los personajes, pero con la ventaja de apoyarse en una escritura bien armada, llena de diálogos ingeniosos que hacen que el espectador se enamore inmediatamente de los protagonistas. Y con escenas de comedia antológicas, como el encuentro en un bar con una cita a ciegas. Y habla del amor en la edad madura, de cómo el enamoramiento se convierte en otra cosa, y de cómo a veces las relaciones acaban estancándose por la equivocada pretensión de que sigan siendo tan apasionadas como en la adolescencia. Es una película de construcción perfecta, de comedia precisa y, sobre todo, de actores que se encuentran cómodos en sus personajes. Y sin duda parece que puede ser uno de los títulos destacados del año. Mi obra maestra se estrena el 16 de noviembreEl amor menos pensado se estrena el 30 de noviembre