Revista Historia

Constantino Phaulkon (2)

Por Tiburciosamsa

En el otoño de 1685 llegó a Ayuthaya una embajada de Luis XIV. La dirigía el Caballero de Chaumont y tenía como adjunto al Abad de Choisy. Uno de sus miembros era el jesuita Padre Tachard, que entendía tanto de rosarios como de conspiraciones. Los objetivos de la embajada eran impresionar al Rey Narai con una muestra del poderío de Francia, convertirle al cristianismo y conseguir unas condiciones comerciales favorables. Aunque cueste creerlo, los franceses se tomaban los tres objetivos con la misma seriedad. Lo de la conversión no era una mera excusa para defender sus intereses económicos.

Phaulkon entendió pronto cómo podía utilizar la embajada para sus propios fines y se deshizo en atenciones con sus componentes. Procuró que todos los contactos entre la embajada y el Rey tuviesen que pasar por él. Debía asegurarse que él era el único intermediario y, además, garantizar que la embajada triunfase. Durante la primera audiencia que el Rey Narai concedió al Caballero de Chaumont, hizo lo mismo que el religioso Jorge Da Mota había hecho algo más de un siglo antes: tradujo el mensaje de Luis XIV y las palabras del Caballero de Chaumont como le apeteció. En concreto suavizó hasta el punto de casi eliminarla, la intimación de Luis XIV al Rey Narai para que se convirtiera al cristianismo, "la santa religión en la que uno tiene conocimiento del Dios verdadero", según escribió en su carta Luis XIV. Más tarde Phaulkon explicó al Abad de Choisy que las posibilidades de que el Rey Narai se convirtiera al cristianismo eran las mismas de que se dejase machacar un huevecillo con un martillo. Phaulkon, muy hábil, explicó que Narai se sentía atraído por el cristianismo, pero que la conversión no sería adecuada políticamente, al no haber una faccióncristiana en la corte. Existía el riesgo de que a su muerte, su sucesor deshiciera todo y quienes se hubieran convertido fueran carne de leones (o tablado para elefantes, ya que estamos en Siam). Resulta interesante que Phaulkon y el Abad de Choisy convinieran que lo mejor era transmitir a Luis XIV que había esperanzas de que Narai se convirtiera, aunque en última instancia Dios es el Señor de todas las cosas. Phaulkon no quería que Luis XIV se desentendiera de Siam; necesitaba conservar la carta francesa. El Abad de Choisy, por su parte, no quería que se supiera que la embajada había fracasado en su objetivo principal, que era el de la conversión.

Con su habilidad, Phaulkon no sólo consiguió dorarles la píldora a los franceses para que aceptasen sin mucho dolor que la conversión del Rey Narai no sería para mañana. Más importante para sus planes de garantizar su propia seguridad cuando Narai muriese, Phaulkon manipuló al Caballero de Chaumont de tal manera que éste terminó hablándole al Rey Narai de la posibilidad de un tratado de asistencia ofensivo y defensivo entre Francia y Siam. Phaulkon incluso sugirió a los franceses la posibilidad de que construyeran un fuerte en Bangkok, que les permitiría controlar el tráfico desde y hacia la capital de Ayuthaya. La idea se la vendió a los franceses como una manera de proteger a Siam de un posible ataque holandés desde Batavia. Y es que una de las tretas de Phaulkon era exagerar la amenaza de los holandeses para que el Rey Narai y los franceses acabasen dándole lo que quería: una guarnición francesa en Siam, que le protegiese el día que el Rey ya no estuviese. Nunca un servicio de guardaespaldas habrá costado más en la Historia.

Para que nada faltase en sus conspiraciones, Phaulkon se metió en el bolsillo al jesuita Padre Tachard, que encabezaba a los jesuitas que iban con la embajada y cuyo destino final era China. Tachard era un hombre que combinaba la piedad fanática con el gusto por las conspiraciones y una personalidad retorcida. Phaulkon convenció a Tachard de que la conversión de Siam no era imposible, pero a condición de que se enviasen soldados. Tachard, que debía de estar al corriente de las técnicas evangelizadoras de los conquistadores españoles en América, picó el anzuelo. Al regreso de la embajada a Francia, Tachard movería sus influencias para asegurarse de que Phaulkon tuviera sus soldados evangelizadores.

Entre finales de 1686 y comienzos de 1687 se preparó la segunda embajada de Francia a Siam, aunque dado el ánimo agresivo de Luis XIV no tengo claro si el nombre de embajada es el más adecuado. El embajador sería Simon de La Loubère, al que asistiría Claude Ceberet. Sus instrucciones insistían en la conversión de los siameses a la Fe verdadera y le pedían que recabara información sobre Siam, sobre quiénes eran sus enemigos, su forma de gobierno, sus fuerzas militares... Un punto clave de sus instrucciones era que lograran que el Rey de Siam cediera a Francia las plazas de Bangkok y Mergui. Adviértase la prepotencia europea. ¿Cómo habríamos reaccionado si una embajada del Rey de Siam nos hubiera llegado diciendo: "Que os convirtáis todos al budismo y me cedáis Cádiz, que tiene un pescadito muy rico." Por si acaso el Rey dudaba en ceder las plazas, con la embajada iba el general Desfargues con seiscientos hombres, cuyas instrucciones afirmaban que poseía medios suficientes para "emprenderlo todo y sembrar el terror en todas las partes de las Indias". Sí, y ya puestos conquistar Australia. Para el éxito de la empresa se contaba con Phaulkon, aunque en sus cartas Luis XIV lo trataba poco más o menos como un mayordomo que debía asegurarse de que el agua de la bañera de los franceses estuviese en su punto. Aunque no descuidó pasarle un poquito la mano por el lomo: la embajada llevaba para Phaulkon la Orden de San Miguel, cartas de naturalización como francés, el derecho a llevar tres flores de lis en su escudo, el título de conde para su hijo y la donación de unas tierras que rentaban 3.000 libras.

La embajada de La Loubère llegó a Siam en septiembre de 1687, un año y nueve meses después de que la embajada del Caballero de Chaumont hubiera dejado el reino. En el intérim la posición de Phaulkon se había vuelto más precaria. Exteriormente seguía gozando de los mismos poderes que antes o incluso de más. Pero todo su poder se basaba en la confianza que le tenía el Rey Narai, que estaba cada día más senil y más débil. Los enemigos de Phaulkon en la Corte, que eran muchos, ya estaban afilando los cuchillos. Un indicio fue la matanza de comerciantes ingleses en Mergui en julio de 1687. Hay que reconocer que los ingleses se lo habían buscado y habían jugado confuego, pero más allá de eso, la matanza puso en evidencia la existencia de sentimientos antioccidentales en el país, muy distintos de la política que defendía el Rey. Otro indicio de que ocurrían muchas más cosas de las que parecían fue la rebelión de los makasareses que vivían en Ayuthaya en julio de 1686. La rebelión fue aplastada y los makasareses masacrados con algún esfuerzo. Pero los nobles siameses que discretamente habían atizado la rebelión quedaron impunes y en el anonimato. Se vivía ya un ambiente de fin de reinado.

Todo quedaba en saber quién sucedería a Narai y a qué velocidad se revertiríansus políticas pro-occidentales, que eran universalmente detestadas.

La embajada empezó bajo los peores auspicios. Las relaciones entre La Loubère y Tachard eran pésimas. Tachard se creía el auténtico embajador y negociaba con Phaulkon pasando de La Loubère. Las tropas llegaron en mal estado de salud. Muchos habían muerto durante el viaje y más murieron al llegar al estuario del Chao Phraya. De los 600 hombres que iban a sembrar el terror en las Indias, quedaban menos de 500. Y, finalmente, inmediatamente se produjeron desavenencias entre los franceses y los siameses a propósito de la cesión de Bangkok. Los siameses veían con toda razón dicha cesión como una entrega de soberanía que pondría en peligro la seguridad del reino. Más o menos como si fuesen los chinos y les dijesen a los norteamericanos: "Entregadnos el Pentágono y de paso dadnos el teléfono de Angeline Jolie". Pero Phaulkon estaba determinado a entregar Bangkok a los franceses. Para él la presencia francesa en Bangkok garantizaría la única seguridad que de verdad le importaba, la de su propio pellejo. Phaulkon se salió con la suya y Narai consintió en la cesión. Sus enemigos siameses añadieron una nota más en el largo memorial de agravios que tenían contra él. Y sus "amigos" franceses, salvo el intrigante de Tachard, no quedaron mucho más contentos: Phaulkon logró que firmaran un convenio en virtud del cual las tropas francesas quedaban a las órdenes de Phaulkon. Para rematar la jugada, Phaulkon se convirtió en asociado de la Compañía de las Indias Orientales. En diciembre se firmó un tratado comercial, donde los franceses obtuvieron condiciones mejoradas. Phaulkon podía permitirse el lujo de ser generoso con una Compañía en la que ahora tenía una participación de 300.000 libras y el derecho a un dividendo del 10% sobre los beneficios. Al servil Tachard le satisfizo con algunas concesiones para la Compañía de Jesús y promesas del tipo de que en Siam levantarían una iglesia que dejaría chiquita al Vaticano, que hicieron pensar al jesuita que la conversión de Siam estaba al alcance de la mano.

Parecía que Phaulkon había conseguido la protección que necesitaba para el día que faltase el Rey Narai. Sin embargo, su posición seguía siendo muy precaria. Un francés de la embajada la definió de la siguiente manera: "Obligado a complacer a un déspota, cuyo favor había obtenido, y manteniendo bajo control a una facción de mandarines secretamente envidiosos de su influencia, rodeado de extranjeros a los que tenía que satisfacer y contener al mismo tiempo, maniobró hábilmente entre religiones encontradas, intereses rivales y odios implacables y sólo triunfó mediante una habilidad y perfidia prodigiosas para mantener una autoridad precaria y una posición privilegiada ya incierta."


A partir de comienzos de 1688 los acontecimientos se precipitaron. El 11 de enero murió el hijo mayor de Phaulkon. Su muerte afectó mucho al favorito. Aparte del dolor normal de padre, vio en ella un aviso del cielo de que su buena fortuna se estaba terminando. Empezaron a circular profecías que apuntaban a que alguien poderoso estaba a punto de caer. Las profecías apuntaban directamente al Rey Narai e indirectamente a su favorito. Es bastante probable que Phetracha, que detentaba el importante puesto de superintendente de los elefantes, estuviera detrás de esas profecías y que fuese ayudado por los monjes budistas que veían con muy poca simpatía el filooccidentalismo del Rey. En febrero la salud del Rey empeoró y Phetracha empezó a maniobrar y a atizar los sentimientos xenófobos de los siameses cada vez con mayor descaro.

Phaulkon empezó a ponerse nervioso y concibió un plan tan audaz como estúpido: que el general Desfarges fuese con un destacamento de 100 soldados a Lopburi, donde estaba el Rey, y detuviese a Phetracha. Es cierto que los franceses estaban mejor entrenados que los siameses y es probable que hubiesen conseguido detener a Phetracha. Que hubiesen salido con vida rodeados como estaban de un reino hostil es otro cantar. Desfarges se desplazó a Ayuthaya, sólo para volver inmediatamente después a Bangkok. No están claros sus motivos. Siendo un hombre dubitativo y cobarde, lo más probable es que se acojonara y decidiera abandonar a Phaulkon a su suerte. Los movimientos de Desfarges inquietaron a Phetracha, que entendió que con Phaulkon uno no debía nunca confiarse y aceleró los preparativos de su golpe de estado.

El 10 de mayo, sintiendo que su fin se acercaba, el Rey Narai convocó su consejo y designó a su hija Yothathep regente del reino y la colocó bajo la tutela de Phaulkon, Phetracha y Phra Phi, hijo de un cortesano al que Narai había cogido afecto. Phra Phi destacaba más por sus buenos modales y su amabilidad que por su inteligencia. La situación me recuerda un poco a la de Alejandro Magno en su lecho de muerte. Alejandro Magno no quiso designar un claro sucesor y el resultado fueron la división de su imperio y décadas de guerras. Narai no quiso tomar partido entre las distintas facciones y haciéndoles compartir el poder garantizó que su sucesión fuese sangrienta.

Aquí viene un punto difícil de explicar. La situación se estaba caldeando y Phaulkon sabía que Phetracha estaba preparando su jugada. Varios misioneros franceses le aconsejaron que cogiese a su familia y buscase refugio con la guarnición francesa en Bangkok. Es probable que, con Narai todavía vivo, Phetracha no se hubiese atrevido a detenerle. Sin embargo, Phaulkon optó por quedarse en Ayuthaya. ¿Por qué? ¿Acaso pensaba que Narai se recuperaría y que de una manera o de otra saldría del paso con su poder intacto? Cuesta creer en un fallo de calculo tan grande. Tal vez pensase que prefería jugarse el todo por el todo, aunque fuese a la desesperada, y seguir siendo el señor de Siam a apostar por lo seguro y tener una vida cómoda y gris con los franceses. También es posible que en su ánimo pesasen un cierto fatalismo ypesimismo, que venía arrastrando desde la muerte de su hijo. Tal vez, viendo como se derrumbaba por momentos todo lo que le había llevado una década en conseguir, se resignase a lo inevitable.

Phaulkon fue detenido por órdenes de Phetracha el 18 de mayo. Sus últimas semanas transcurrieron entre torturas horribles. Phetracha ordenó que se le colgara del cuello la cabeza del ingenuo Phra Phi, que nunca fue rival ni para él ni para Phaulkon. Cuando un sirviente enviado por su mujer fue a verle, Phaulkon se cubrió la cara con un paño. A saber qué degradaciones querría ocultar. El 5 de junio finalmente fue ejecutado.

Phaulkon fue un canalla, pero un canalla con mucho ingenio. Leyendo su historia y comparándola con la de otros aventureros europeos, sorprende todo el poder que amasó y la de tiempo que se mantuvo en el macho. Al final eso sólo contribuyó a hacer más dura la caída.


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