Hasta hace unos días todo lo que sabía de Copacabana tenía que ver con un bar en la habana y la canción de Barry Manilow. Hace más de un mes una amiga de albergue me recomendó la Isla del Sol en el lago Titicaca, el más alto del mundo, así que cuando me vi en La Paz con una semana y media extra para coger el vuelo a México no lo pensé dos veces e investigué como llegar a Isla del Sol. Desde La Paz se coge un bus que tarda unas 4 horas en llegar a Copacabana incluyendo el cruce del lago Titicaca por San Pedro de Tiquina; el bus por un lado y los pasajeros por otro para que no se hunda el barco. En el norte de Bolivia las mujeres siguen llevando sus fardos de colores con los que transportan de todo, incluyendo niños a la espalda, pero además llevan un sombrero tipo bombín que parece flotar sobre sus cabezas. Estoy en el barco fijándome en la gente que me rodea, todos bolivianos menos un chico y yo. Voy pensado en cómo cambia la manera de vestir de un sitio a otro cuando veo un señor muy mayor subir a la barca y quedarse de pie. Está un poco lejos pero nadie más se mueve así que me pongo de pie para cederle el sitio, justo en el instante en que me pongo de pie y la gente de mi alrededor me mira para saber por qué rayos me estoy moviendo en una barca que se tambalea de tal manera que vamos a ir todos al agua me doy cuenta que ese señor tan mayor es el barquero y que no es una gran idea ofrecerle me asiento. Pero no me siento de golpe como mis rodillas me piden sino que muy dignamente saco el móvil hago una foto y me vuelto a sentar mientras el resto de la barca piensa, y con razón: Putos Turistas.
Cruzamos el lago navegable más alto del mundo, el Titicaca, y volvemos a montarnos en el autobús. Me encanta viajar por Bolivia en bus, los paisajes son increíbles y puedes observar la vida de la gente del país sin molestarles. Odio los turistas que meten la cámara en la boca de los lugareños para sacar una foto exótica. Ya sólo queda una hora para llegar a Copacabana y debo ser la única que pagaría al chofer porque diera un par de vueltas antes de entrar en la ciudad. Cuando el bus para, bajo a regañadientes con los demás, mochila a la espalda y me dirijo a mi alojamiento que ya he visto 50 metros más atrás por la ventanilla. Al bajar me paro un segundo más de lo que señalaría la indiferencia frente a un cartel anunciando billetes y una señora me pregunta: Paz? Puno? Isla del sol? – Isla del Sol respondo. Empieza a hablar, pregunto el precio, 25 bolivianos (3.35 euros) ida para dormir allí, 30b ida y vuelta. -Tienes alojamiento para hoy? -Sí, me quedo en Copacabana -Donde? -Hostal Wendy algo… Me indica rápidamente donde está, me explica el color de las paredes y me asegura que en Isla del Sol hay alojamiento del mismo estilo muy barato. Le doy las gracias, le digo que voy a descargar la mochila y ya volveré. Me ha caído bien pero ambas sabemos que si encuentro algo más barato no volveré. -Estaré aquí hasta las 9 de la noche. -Eso es muy tarde- Respondo mientras me alejo pensando que a esas horas suelo estar en la habitación preparando el día siguiente e intentando hacer funcionar el wifi. Poco sabía lo que me esperaba esa noche.
En el hotel Wendy no sé que me espera una tele con cable que no funciona, wifi que no funciona, desayuno incluido y una habitación con vistas al lago por 30€, uno de los sitios más caros que he pagado hasta ahora por noche pero no había mucho más donde escoger. No caigo que una habitación con vistas significa subir a un tercer piso sin ascensor a una altura de 4000msnm hasta que llego jadeando, con el corazón a mil y me tiro sobre mi cama respirando por la boca. Uno de los problemas de la altura, además que no poder contar con tu habitual resistencia y lo que te parece un “esto no es nada” se convierte en un “voy a morir”, es que pasas de estar bien a quedarte sin oxígeno sin darte cuenta porque el cuerpo no absorbe la cantidad de oxígeno acostumbrada. Mi consejo es que no intentéis subir tres tramos de escaleras del tirón por muy fácil que parezca. Aprovecho y me doy una ducha caliente que sabe a gloria, tomo el sol con la ventana abierta y caliento las bambas que buena falta les hacía después de la humedad de La Paz. Me obligo a moverme del sol y visitar la ciudad que apenas tardo una hora en recorrer. Abarrotado de vendedores hay un paseo de costa, la plaza de la iglesia y el mercado (6 mandarinas por 60cts de euro). Abarrotado de vendedores de tours y billetes está la calle de buses donde otra mujer me ve mirando y me pregunta si quiero billete. Me ofrece el mismo precio que la anterior. Finalmente medio solitario en un lateral de la ciudad está el cerro Calvario. Lo recorro todo menos el cerro porque todavía pienso en los tres pisos y las vistas de mi habitación. El sol empieza a ponerse mientras paseo por la costa así que doy media vuelta y me fijo que los chiringuitos de comida tienen todos un minibidón con agua caliente y jabón para lavarse las manos. Sin el sol hace bastante frío así que me siento a tomar un té y calentarme las manos, calculo que cuando salga de aquí iré a hablar con alguna de las vendedoras de billetes para Isla del Sol y que me cuenten mejor como está el alojamiento por ahí. Luego tendré tiempo a cenar una trucha típica de la zona y me sobrará para ponerme al día con el blog. Sobre esa hora me dirijo hacia la calle de los autobuses.
Tengo problemas para reconocer las caras, siempre me ha pasado y aunque a veces lo he achacado a la miopía hace tiempo que descubrí que no es verdad. Viendo una peli puedo confundir a “las dos rubias” treinta veces. Aunque tú y yo hayamos tenido una conversación super intensa y haya intentado memorizar tu cara es muy probable que no te reconozca si te veo dos días más tarde. Dos personas me pueden parecer idénticas simplemente porque tienen el pelo rizado o la nariz de determinada forma. Necesito más tiempo que el resto de personas para relacionar una cara con una persona. No es nada personal y es un problema cuando trabajas en una cafetería y tus clientes te piden “lo habitual” mientras tú piensas “quien rayos eres?!”. Aun así por algún motivo me he empeñado en buscar a la primera mujer que me explicó donde encontrar mi alojamiento. Para ello he usado la táctica “reconóceme tu porque yo no lo voy a hacer” consistente en sacar la cabeza por diferentes locales y esperar a ser reconocida. A la segunda es la vencida. Hay una mujer tras el mostrador y un niño a su lado viendo la tele. La mujer me saluda con un “¿Ya te has acomodado?” y sé que estoy en el lugar correcto. Son las 18:45. ¿Cómo acabo ayudando a la mujer a cerrar la tienda a las 21:15, intercambiando datos y dando un abrazo de 5 minutos? Tan fácil como decirle que trabajaba de informática mientras ella habla de cualquier cosa para rellenar el silencio mientras rellena el billete sólo ida para Isla del Sol. De pronto deja de escribir, me mira y me pregunta si lo digo en serio. Me rio y me reafirmo esperando los típicos comentarios de “un mundo de hombres”, “como te sientes siempre rodeada de hombres”, “como te tratan los hombres” bla,bla,bla. Pero en lugar de eso me empieza a explicar sur problemas con el hardware del ordenador. Los programas son una cosa, suelen ser problemas de virus junto a un mal uso y poco se puede hacer aparte de formatear. Pero hardware… Me encanta! El tiempo que tarda ella en agacharse a mostrarme el problema es el tiempo que tardo yo en quitarme la mochila de la espalda y remangarme. Tiene dos problemas, abro la torre para mirarlos. El primero es fácil, el único informático de la zona que según me cuenta pasa una vez cada tres meses y no es ni informático se olvidó conectar un cable. El segundo problema es más difícil, no puedo hacer mucho con el material que tengo: un cuchillo, un poco de cola blanca para madera y un rollo de celo. La envío “al centro” a comprar pegamento tipo superglue. El niño de 6 o 7 años se da cuenta un rato después que estamos solos y me pregunta dónde está su mamá, le digo que se ha ido a buscar pegamento y me responde con un “Ah!”. Aparecen dos guiris preguntando precios y les digo los que sé. Ya se han ido cuando la mujer vuelve con el pegamento. Más o menos consigo mantener el puerto USB en su sitio pero no consigo atornillarlo del lado que no está roto. Le pido al niño que me eche una mano y le acabo dando una clase rápida de hardware y prometiéndole que le ayudaría a pasar una pantalla difícil del juego “Planta vs Zombies”. Mientras su madre nos ilumina con el mi móvil. Cuando acabo, él pone las tapas de la torre y lo enciende. Funciona todo! Llegan un par de guiris más preguntando precios para ir a Uyuni, no están seguros de llegar a tiempo a los tours así que la mujer, a sabiendas que yo ya he estado, me mete en la conversación y les ayudo a decidir. Por su lado el niño ya ha arrancado el juego y me urge para que le pase de nivel. Me quedo hablando con ellos, hablando con la mujer, explicándole cosas de mis viajes mientras ella me habla de su marido y los guiris que pasan por ahí. Reímos un rato y me regala el billete a la Isla del Sol. Cambiamos direcciones de contacto y me hace prometerle que volveré. Me hará un precio especial para ir a Puno porque el conductor es su marido, reímos más.
Ese es el tipo de conexión que me encanta de Bolivia, no soy un billete andante, ni una inútil que ha venido a dejar su dinero. Llego a mi alojamiento más tarde de las once de la noche y me arrepiento un poco de haber cogido el primer barco de la mañana cuando veo que lo tengo todo desperdigado por la habitación.
Despertador a las 7:70 para desayunar y coger el barco de las 8:30 que en tres horas me llevará a la parte norte de la isla del sol. La isla más grande del lago con 14km2 de superficie, en la época inca la isla era un santuario con un templo con vírgenes dedicadas al dios Sol. Actualmente está poblada por indígenas de origen quechua y aymara, dedicados a la agricultura, el turismo, artesanía y el pastoreo. Y todavía quedan muchos restos incas como las ruinas arqueológicas de la Chincana (laberinto de paredes de piedra), el Templo del Sol, la Roca Sagrada y la Mesa de las Ceremonias.
Pongo un pie en el barco y me doy cuenta que hoy sí voy a necesitar las pastillas del mareo que tengo al fondo de la mochila y no voy a poder coger. Meto a toda prisas la mochila dentro del barco, cojo el mp3, las gafas de sol y subo a la parte superior a que me dé el aire. Me siento en el lado más cercano no muy convencida de no soltar la primera papilla antes de soltar amarras y un chico se gira para preguntarme el nombre cuando se interrumpe a sí mismo y grita un -Hombreeeee pero si yo a ti te conozco!!!. “Cagada pastoret” piensa mi cabeza. Ni sé quien es ni me apetece hablar con nadie. Le saludo tan efusivamente como puedo y caigo de donde me conoce cuando pregunta por el ordenador de la mujer de la agencia de viajes. Al final su charla consigue despistarme del mareo y se lo agradezco. Son un grupo de tres chicos y una chica de diferentes partes de España que han venido a pasar tres meses recorriendo Sudamérica. Los cuatro llevan entre ocho y tres años viviendo en Dinamarca. Así que, por supuesto, durante un momento del viaje empezamos a hablar con mucha emoción de fuet, boquerones en vinagre, colacao, horchata, paella, cocido, calçots y un repaso completo a la gastronomía española bajo la mirada de un par de colombianos, una francesa, dos danesas y una brasileña. Se nota que es temporada baja porque exceptuando la pareja de colombianos todos los del barco llevamos varios meses viajando. Sobre las 11:30 llegamos a la zona norte de la isla.
Todo el mundo ha dejado el equipaje en Copacabana y se han traído una pequeña mochila para hacer trekking por la isla. Varios se vuelven esa misma tarde, el resto tienen pensado cruzar la isla de norte a sur y quedarse una noche para ver la salida y la puesta del sol. Mi idea es buscar alojamiento en la zona norte de la isla, ver la zona y al día siguiente madrugar para hacer la ruta con todas mis pertenencias a la espalda. La mayoría de la gente del barco coge un guía que les explica un poco la historia de los incas y les llevará hasta la zona sur cruzando la isla por el medio. Yo prefiero pasar del guía e ir a mi ritmo por la ruta del mar. No he dejado nada en Copacabana así que calculo que llevo unos 20kilos a 4000msnm subiendo y bajando caminitos entre rocas muy cerca del mar. Me lo tomo con mucha calma, tomo fotos de todo, me paro a beber agua, a mirar el paisaje, a dejar pasar a los burritos o las ovejitas que se cruzan por mi camino.
El paisaje es espectacular así que tardo casi tres horas en hacer tres kilómetros, obviamente llego descansadísima a Challapampa. Un pueblito de 50 casas mal contadas donde tengo que preguntar varias veces para que alguien me abra una de las casas que pone “alojamiento”. Ya que en realidad, es la parte superior de la casa de una familia a la que han puesto una ducha, un lavabo y un candado en la puerta. La habitación tiene vistas al lago y agua “caliente” por 50 bolivianos (algo menos de 7euros) por noche aunque lo podría haber bajado a 30 regateando. Mi idea sigue siendo despertarme al día siguiente temprano y recorrer con toda la tranquilidad del mundo los 8 kilómetros que me faltan y coger el último bote de vuelta a Copacabana. Pero cuando ya he dejado mis cosas en la habitación y estoy tranquilamente sentada tomando el sol, escuchando el mar, los pájaros y las vacas mugiendo veo acercarse a lo lejos un chico. Es Carlo, un italiano que vino para estar dos noches y ya lleva cinco. Lo que me hace pensar que no tengo ninguna prisa y decido que al menos un par de noches sí me voy a quedar. Me quedo cuando la mayoría de turistas ya se han ido. Y cuando cae el sol la gente empieza a volver del campo y se reúnen en pequeños grupos frente a algunas casas, no hay luz por las calles así que me alegro que sean pocas, en el cielo se ve claramente la luna, la vía láctea y muchas estrellas que no sé reconocer, poco a poco se dejan de escuchar los animales y el ruido del oleaje se hace más claro. A las 7 de la tarde voy en busca de cena y por 25bolivianos (3euros) una sopa y una deliciosa trucha a la romana con arroz y verduras acaban en mi estómago. Los habitantes de la isla parecen tener serios problemas para hablar el castellano, lo entienden pero claramente no es su primer idioma, siendo este el quechua y aymara, así que no tienen ningún interés en juntarse con los extranjeros que vienen y se van constantemente. A las 21h ya no hay vida en el pueblo. La habitación está llena de mosquitos que me molesto en matar antes de meterme en la cama, a medida que oscurece se dejan de escuchar los animales de los establos de los lados y por la mañana me despierta el mugido de las vacas y el sol entrando por el plástico que hace de cortina.
Me despierto temprano para ir a recorrer la isla, teóricamente son 8 kilómetros de norte a sur y se pueden hacer en dos horas. Digo teóricamente porque Challapampa no está en la ruta principal, la ruta sagrada de la eternidad del sol, de 8km que pasa por el medio de la isla sino que recorre la costa, algunos trozos del camino no son más que un sendero al lado del precipicio, la ruta pasa al lado del cerro Khea Koilu, el cerro Chequesani a 4075msnm y sólo la ida hasta el sur se convierten en 4 horas de caminata. En una de las paradas que hago para no ahogarme un hombre me ve a lo lejos y me saluda con la mano, tenemos una conversación a gritos y se alegra que no tenga prisa, se queja que los turistas pasan corriendo por ahí sin apreciar demasiado lo que ven. Al entrar a la isla he tenido que pagar 15 bolivianos (2euros) por entrar en la comunidad Challa, ahora tengo que pagar otros 5b (65 céntimos) por entrar en la comunidad Yumani. De paso que pago pregunto si hay barcos que vayan de la parte sur al norte de la isla y como mucho me temo me confirman que sólo si alquilo un barco privado. La parte sur de la isla está llena de tiendas de artesanía, alojamientos, restaurantes y en uno incluso ofrecen 30 minutos de internet a precio de oro. Sólo me queda dar la vuelta y seguir caminando por las increíbles vistas que ofrece la isla bien lejos de la modernidad europea. Miro el mapa varias veces y veo un camino que cruza por el medio de la isla y se desvía hacía Challapampa, me pregunto por qué no lo he visto al salir del pueblo y los sigo. El camino por el centro de la isla pasa por el cerro Palla Khasa a 4065msnm intento no pararme demasiado para que no se me haga oscuro pero sigo teniendo un paso de tortuga. Cuando llego al desvío hacía Challapampa veo que es un camino de piedras que acaba desapareciendo entre las piedras, miro a mi alrededor y no hay nada más que piedra lisa, ningún camino marcado, ni siquiera la forma de un camino erosionado por el uso. Intento seguir el cauce de un río pero mi GPS me marca que me estoy desviando demasiado, vuelvo a las rocas y empiezo a preocuparme, no me da tiempo a volver atrás sobre mis pasos sin que se haga de noche, es una alternativa porque llevo luz pero no me acaba de agradar. Me aventuro un poco más entre las rocas no muy convencida y sabiendo que no voy a poder hacer ese camino a oscuras aunque tenga la lámpara más potente en la mano, que no es el caso. No muy lejos de mi veo un grupo de cerdos que tranquilamente bajan por las rocas, miro mis pies y está lleno de pequeñas cagadas de cerdos y cabras, no así en los laterales así que sigo el rastro de cagadas hasta que alcanzo a los cerdos y me pongo detrás de ellos. Me guían hasta el pueblo aunque no les hace demasiada gracia que hacia el final les adelante. Entre la altitud, los desniveles y las horas de caminata con el sol de cara llego completamente exhausta. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para subir los escalones que me llevan a mi habitación y sólo después de una hora consigo juntar fuerzas para bajar a cenar. Apenas son las 20h pero con el ocaso a las 18h y sin nada que hacer por la noche sólo queda un sitio abierto para cenar. El sitio me ha encantado, es el perfecto sitio para descansar, tomar el sol, bañarse en el agua fría del Titicaca, vivir la naturaleza y hacer un poco de turismo histórico en las ruinas.
Al día siguiente cojo un barco a las 8 de la mañana hacia Copacabana para intentar llegar a Perú. En el barco sólo una niña y yo estamos en la parte superior muriéndonos de frío, me pide que le enseñe a tomar fotos con mi móvil y el trayecto se pasa rápido. Al llegar de vuelta a Copacabana me meto directa en un bar a tomar algo caliente y voy en busca de Cecilia. Le compro un billete hasta Puno, el conductor es su marido, la visita a las islas flotantes de los Uros y el billete de bus hasta Cusco. Su marido se lleva mi mochila al autobús mientras yo voy en busca de algo para comer, cuando vuelvo la veo ocupada con alguien, no quiero molestarla así que me saludo a su marido y voy directa hacia el autobús. A los pocos minutos el bus arranca, avanza unos metros y se para, abre la puerta y suben Cecilia y Julio Cesar, nos damos abrazos de despedida bajo la mirada del resto del bus lleno de guiris que está flipando.