Revista Sociedad

Cosme

Publicado el 09 noviembre 2021 por Salva Colecha @salcofa

Dicen que Cosme era un buen padre, se levantaba cada mañana para trabajar muy temprano, tanto que sólo podía dar un beso de despedida a sus hijos dormidos y dejar una nota a su mujer junto con el bocadillo que le dejaba encima de la mesa para que se lo llevase al trabajo, ella trabajaba a tiempo parcial, aunque en realidad hacía tantas o más horas que él. Cosme tenía un trabajo en el que no era feliz pero bueno, entre los dos pagaban las facturas, veían crecer a su familia y ayudaban un poco a sus padres que con la pensión no. En la fábrica era Cosme, el arreglatodo, el que siempre sonreía. Todo cambió cuando los nietos del dueño vendieron la planta a una multinacional que no tardó en dejar claro aquello de que los empleados estaban al mismo nivel que las máquinas que manejaban. Se las apañaron para extinguir los contratos de los que llevaban allí media vida y ofrecieron otros prorrogables cada trimestre y según la marcha, eso si, con mucho menos salario ¿Ilegal? Ya, pero es lo que hay, si quieres quejarte ya sabes “a los alemanes” (así acababan todas las discusiones, “quejas a los alemanes”, soltaba el encargado y se marchaba por donde había venido). La vida de Cosme fue cayendo en el infierno cotidiano, vio que ya jamás podría cumplir aquello de ir de vacaciones a Italia con las que soñaba desde niño, cada cual tiene el sueño que quiere. Vio como le rebajaba el sueldo mientras subía todo, que a duras penas pagaba los gastos de los críos y que sus padres se acabarían marchando a un asilo. Se hundió, perdió la sonrisa y las ganas de vivir, perdió el trabajo y a su familia. Dicen que está interno tratando una depresión que lo llevó a pensar que quizás la solución pasaba porque su viuda cobrase el seguro de vida. ¿Conoces a Cosme?


Seguro que habrá alguien que no se alegre de las últimas estadísticas de empleo y de que las cifras del paro continúen bajando, sobre todo los nietos del dueño de la fábrica. Vale que bajan de una manera un tanto sui generis pero bueno, algo es algo. Según las cifras oficiales, cada vez son menos los que pasan los meses sin ingresar nada en casa. Me alegro, de verdad porque si, conozco a Cosme y se que se pasa mal, rematadamente mal cuando se apaga la luz de la habitación, la prole tiene hambre, la nevera está vacía y a la cabeza le da por pensar demasiado.

Las cifras de parados bajan pero hay algo que no cuadra. Si cada vez más personas vuelven al tajo, ¿Cómo es que la cola del economato de Cáritas parece la de las taquillas de un concierto de una estrella del Rock? Si baja tanto el paro, ¿Cómo es que no vuelven las sonrisas a la calle? Algo nos estaremos perdiendo, ¿verdad? Igual va a ser que en las estadísticas no salen algunas cifras que son verdaderamente preocupantes, igual no nos lo enseñan todo. Resulta que igual no ha caído nadie en que por aquí eso de fichar cada mañana no te asegura absolutamente nada y ya empieza a perder la pátina de dignidad que llevaba emparejada. Me explico. Desde que el mundo es mundo trabajar significaba tener algún tipo de beneficio para poder ser más o menos autosuficiente, para sentirse autorrealizado, tener sueños e intentar conseguirlos o hasta para sentirse útil y no acabar siguiendo el camino de Cosme (cada vez más concurrido) en una sociedad en la que si no eres una reencarnación de Mr Wonderful y no eres “una persona de éxito” quedas apartado y ni siquiera te miran en Instagram.

No podemos alegrarnos cuando cada vez más gente anda como vacía, sin alma. Gente que trabaja de sol a sol sin poder ver a su familia porque los precios han subido un 5% mientras sus sueldos cada vez son más canijos. Gente que si intenta pagar el alquiler entonces no come, si opta por comer no puede pagarse ese máster que dicen le dará alguna oportunidad y así, perdonadme que sea cenizo, no se puede soñar en nada, no se puede aspirar a nada y llegamos a pensar que no nos diferenciamos tanto de los esclavos que viajaban en los barcos negreros de África a cualquier plantación de algodón suereña. Ellos también intentaban sobrevivir al nuevo día que se les plantaba delante cada mañana y poco más.

Lo que resulta increíble es que, visto este panorama, en un gobierno de izquierdas se saque de la chistera en un “dicho y hecho”un nuevo impuesto de Plusvaías mientras pasan los meses y nadie haga más que mover la paja de un lado a otro con lo de la “derogación sin derogar” de la legislación laboral esta que permite que vayamos encadenando contratos escritos en el aire, que nos condenan a la inestabilidad en un tiempo en el que pedir un préstamo requiere presentar hasta las escrituras del nicho del bisabuelo. Pero bueno, por aquí parece que los Cosmes no importan demasiado, tampoco a los grandes empresarios que no entienden más que del corto plazo, del pelotazo, de la ganancia rápida, sin pensar en que esos empleados que tienen si se ven mínimamente respetados van a trabajar más y mejor, lo que les reportará más beneficios, pero claro, en estos tiempos del usar y tirar es más eficiente recurrir a la explotación, supongo.


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