Revista Cine
Desde los inicios del cine varias productoras encargan a sus directores en nómina películas de prestigio sobre la vida de Jesús, con el ánimo de ser "la" película sobre el tema. Es el caso de las "vidas y pasiones" de Léar y Basile (1897), de Georges Hatot y Louis Lumière (1898), de Méliès (Christ marchant sur les flots, 1900), de Ferdinand Zecca y Lucien Nonguet (1903), de Alice Guy (1906) o de Louis Feuillade (1910). A pesar de sus buenas intenciones y de poner todo lo que la técnica cinematográfica de la época podía, ninguna puede compararse en impacto a la repercusión de Del pesebre a la cruz (From Manger to Cross, 1913) de Sidney Olcott, una película de gran belleza y eficacia que la Kalem Company rueda, para alcanzar un mayor grado de fidelidad que el de sus predecesoras, en Egipto y Palestina. El éxito de esta cinta, que ofrece la mirada protestante de la historia, lleva a la Iglesia católica a patrocinar tres años después una versión que se adhiera más a su perspectiva. La Cines echa mano para ello de Giulio Cesare Antamoro, un director que tenía contratado desde 1910 y que hasta entonces había dirigido comedias de Polidor y diversos melodramas. Más tarde dedicaría películas a las figuras de Francisco de Asís (1926), que veremos en este ciclo, y Antonio de Padua (1931).
La vocación de esta cinta de dar cabida a la iconografía más difundida por la pintura católica aparece desde el primer fotograma, donde la Anunciación está representada con un calco no disimulado de las Anunciaciones, especialmente la Anunciación de Fra Angelico. También se insertan la Cena de Da Vinci y las diversas escenas que rodean a la Crucifixión, la más evidente de ellas la que remite directamente a la Pietà d'Avignon o la de Miguel Ángel, que respeta incluso la posición de los personajes. Esa intención hacen de la película una sucesión de viñetas, más dinámicas que las que podría haber dirigido Zecca para Pathé, pero que llevan a un resultado parecido en cuanto al peso del estilo: éste no recae en el ritmo, ni en la cámara, sino en la composición en cuadro, en la posición casi académica de los personajes (más figuras emplazadas que actores) y en la repercusión de la luz en ellos.
Precisamente la luz preside buena parte del subrayado del filme, tanto por su implicaciones técnico-artísticas como por su función simbólica, para representar la incidencia de lo divino en las cosas. Esa luz impregna escenas como la de Cristo caminando sobre las aguas, la del milagro de Lázaro o, especialmente, toda la parte final de la Resurrección y Ascensión de Cristo. También tienen un gran impacto visual a través del uso de transparencias la revelación a los pastores (con un coro de ángeles apareciéndose a un rebaño y a sus cuidadores), el sueño del emperador Augusto (que le es revelado a través de una estatua suya revivida) y la travesía multitudinaria en el desierto, de gran magnitud épica. Esta última y otros momentos de exteriores fueron rodados al parecer también en paisajes de Palestina y Egipto (aparecen las pirámides y el paseo de esfinges del templo de Karnak). La parte del encuentro entre San Juan Bautista y Cristo tiene algunos momentos que recuerdan al imaginario de L'Inferno, con algunos toques sobrenaturales.
Todas ellas son referencias diversas y cruzadas, pero casi siempre estáticas, en una película en la que se suceden momentos e imágenes casi sin tiempo de emocionarse con ellos. La cinta se plantea como un intento de acumular la representación de los momentos más conocidos de la vida y muerte de Jesús, de esculpir su iconografía en el medio fílmico, pero ello le convierte en un título para ser contemplado, más que para ser vivido, pues ningún pasaje (salvo el de la Pasión)dura lo suficiente más allá de su presentación como para convocar a una emoción. En eso la cinta de Olcott es mucho más eficiente, dentro de los parámetros más o menos estrictos que requiere contar una historia tan conocida como ésta.
Su estreno en noviembre de 1916 constituyó un gran éxito y permaneció en cartel más de un año, algo no muy habitual entonces. Imagínense ahora.