Música tétrica. Un rótulo nos golpea sin tiempo a reaccionar. “Durante la dictadura en Argentina, de 1976 a 1983, una de las formas de exterminio más brutales consistía en secuestrar y lanzar a los disidentes desde aviones hacia el mar. Estas prácticas se conocían como vuelos de la muerte”. La mente cinéfila rebobina rápidamente y enfoca hacia Garaje Olimpo, la escalofriante crónica fílmica, cruda y sin concesiones, de la oscura trastienda del régimen de Videla. Pero lo que parece centrar el argumento tan solo forma parte del no poco importante contexto en el que se va a desarrollar una trama mucho más próxima a ese cine negro rural con aroma a los hermanos Coen o a relatos como El cartero siempre llama dos veces.
En 1977 un piloto de la Marina Argentina, tras desobedecer una orden, se ve obligado a huir para sobrevivir convirtiéndose en un desertor. Se refugia en un pueblecito dejado de Dios, en mitad de ninguna parte, donde espera pasar desapercibido, pero su presencia llama la atención del corrupto comisario local, un fulano violento y falto de escrúpulos.
El porteño Sebastián Borensztein (Un cuento chino) realiza un exquisito ejercicio de film noir construido siguiendo las constantes del género a partir de la creación de una atmósfera muy trabajada que sumerge al espectador en la narración paulatinamente, administrando los puntos de interés de forma creciente y sorprendiendo con cada giro argumental. El realizador juega con todos los elementos a su alcance articulándolos de modo que queden perfectamente engarzados.
El punto de partida, un guión de exactitud milimétrica, trufado de esos detalles que parecen difuminados al azar y que cobran sentido y cincelan en piedra una historia redonda que funciona como un reloj de cuco. En torno a él, los tres personajes principales: el aviador, Ricardo Darín, sobrio, magnífico; el comisario, Óscar Martínez, completamente despreciable y mezquino, genial; y la mujer del dueño de la gasolinera, Inma Cuesta, maravillosa y totalmente creíble con su acento argentino, sus pasionales encuentros furtivos con el forastero activan uno de los varios motores de la trama. Tras ellos, una galería de secundarios perfectamente dibujados. Ni estos, ni aquellos se libran de esconder algún que otro secreto.
La música del gran Federico Jusid (El secreto de sus ojos) se suma al conjunto, jugando con las guitarras pero sin renunciar a una instrumentación más profunda para realizar un recorrido tonal que fluye desde la tensión a lo romántico pasando por lo dramático sin dejar de mantener esa sensación de continuo suspense. Aunque la contribución de Rodrigo Pulpeiro, gracias a una fotografía que cuida los encuadres hasta el punto de completar cada secuencia aportándole subtexto, resulta excepcional. Utiliza el paisaje, la vegetación, la topografía, como elementos narrativos. Esas carreteras en perspectiva que se pierden en el infinito o el rojo de los faros traseros de un coche refulgentes en la oscuridad otorgan una apabullante personalidad a la factura visual de una cinta que dignifica un género que sigue sin perder un ápice de su eterno atractivo.
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Capitán Kóblic
Dirección: Sebastián Borensztein
Guión: Sebastián Borensztein y Alejandro Ocón
Intérpretes: Ricardo Darín, Óscar Martínez, Inma Cuesta
Fotografía: Rodrigo Pulpeiro
Música: Federico Jusid
Duración: 92 min.
Argentina, 2016