La franquicia activa el piloto automático
Nota: 6
Lo mejor: que no enturbia el legado de Damon y Greengrass. Y Edward Norton.
Lo peor: si la historia -alejada desde El Caso Bourne de las novelas de Robert Lludum- nunca fue el fuerte de la saga, imaginaos ahora.
Dentro
de lo difícil que lo tenían para continuar dignamente sin su protagonista original una de las sagas
recientes más queridas por los fans, El
Legado de Bourne no ha salido tan mal. Estamos ante una superproducción
de espías del montón con el aliciente de un universo conocido por el
espectador. Un mundo de mareantes conspiraciones y terroríficas
representaciones de los miembros del gobierno en su persecución a un
pobre hombre que sólo busca que le dejen tranquilo. Este híbrido entre secuela y spin-off
es la versión desinflada de cualquiera de las anteriores películas del
espía desmemoriado: sin el carisma de Bourne con su historia de fondo ni
la pericia de Greengrass tras la cámara, pero con un arco argumental que vuelve a
beber de la fórmula de El Fugitivo y una factura técnica programada en
Windows para replicar los parámetros estéticos de la saga. Vamos, que dentro de lo
que cabe, El Legado de Bourne no puede molestarle a nadie, y eso ya es un logro cuando muchos se temían una violación en toda regla de una franquicia casi sagrada.
Decimos que es una mezcla extraña entre spin-off y continuación, porque a pesar de que Damon solo asoma en una foto de carnet, la historia está directamente relacionada con la trilogía precedente hasta el punto de ambientarse solamente semanas después de que el espía la liara parda en Moscú en El Ultimatum de Bourne. La exposición mediática que sufre Treadstone a consecuencia de la cruzada del agente en la búsqueda de su identidad, ha obligado al gobierno a erradicar el programa, y El Legado nos cuenta la odisea del único agente -sin contar a Jason- que sobrevive a la limpieza, Aaron Cross (un Jeremy Renner con su habitual piloto automático). Para justificar el cambio de personaje, el guión se sirve de otro recurso clásico de la saga como son los flashbacks, que explican el proceso de reclutamiento y formación del programa. Pero al carecer Cross de esa amnesia tan característica de Bourne, esta herramienta acaba resultando bastante cansina por una ausencia de peso narrativo. Primer fallo.
En general, la humanización del personaje es uno de los fracasos de la película. En la trilogía original, el protagonista sufría y sangraba manteniendo
presente el lado humano del héroe a pesar de ser un prodigio en el combate cuerpo a cuerpo. Una faceta terrenal que en El Legado
de Bourne no se atisba salvo en algún momento puntual. Aaron Cross es
'Superlapollaman' y nadie tiene nada que hacer en su contra hasta el punto
de ser capaz de moverse a la velocidad de la luz para eliminar a los
espantajomanes y terminar haciendo una posturita. Para
justificar semejante supremacía, Tony Gilroy, guionista de toda la saga y competente director ocasional (Michael Clayton, Duplicty) que recoge el testigo de Greengrass, ha querido
profundizar en la explicación científica del proyecto Treadstone
reduciendo varias parrafadas a cargo del personaje de Weisz (¡trabajo para los malos pero soy una dulzura!) a la
utilización de dos pastillas: la verde para mejorar el rendimiento
físico y la azul para incrementar el coeficiente intelectual. Y solamente
en ese aspecto es cuando nos encontramos un atisbo de humanidad en un
protagonista que se comporta como un yonqui incapaz de renegar de su
condición de superhombre y volver a la mediocridad de una existencia
rutinaria. Pero vamos, seis minutos de introspección dentro de una
película que sobrepasa las dos horas.
Lo que sí se notan son las
ganas de cohesionar este título dentro de la
saga como una forma de compensar la ausencia de su protagonista original.
Por la función desfilan casi anecdóticamente viejos conocidos de la franquicia como Joan Allen, Albert
Finney, Scott Glenn, David Strathaim o Paddy Considine, y lo cierto es que
cumplen su función de nexo argumental. Pero el problema es precisamente ése,
que no aportan nada más que ese grito al cielo para confirmar que
seguimos en el mismo universo con la misma conspiración y terminan confundiendo al espectador con tanto cambio de localización. Ese aspecto consparanoico se ha visto incrementado para tapar en parte la cruz con la que sale la película de base, y no sólo los miembros de Treadstone, sino que el nuevo equipo de despiadados agentes gubernamentales que persiguen al protagonista tienen más exposición en esta entrega. Es verdad que sus motivaciones se acercan peligrosamente a la maldad sobrenatural e injustificada de los nazis en las películas de Spielberg, pero todo lo que sea darle más planos a Edward Norton, líder del equipo de contención y el único actor de la cinta que parece esforzarse, siempre es una buena idea.
Norton es el villano "intelectual" del filme, que diríamos, y que no le saquen de ahí. Para repartir ya tenemos al personaje de Louis Ozawa Changchien, Lax-3, una especie de proyecto paralelo del gobierno (con ases como éste bajo la manga podemos plantarnos en Bourne 9 sin darnos cuenta) que persigue al protagonista cual Terminator imperturbable. Vamos, un chinaco con mala hostia y de ideas fijas que protagoniza la obligada persecución de la cinta, inferior a cualquier otra vista en la saga, pero por encima de la media del género. En general, Gilroy demuestra una mano competente para las escenas de acción a pesar de esa omnipotencia de Cross que ya hemos comentado. El cineasta no abusa de la cámara en mano y ofrece secuencias más limpias de lo esperado. En ese aspecto, el pirotécnico, que realmente es el que importa en un blockbuster veraniego, la película cumple las expectativas. Aunque no esperéis mantener ninguna de esas escenas en la memoria.
A fin de cuentas, El Legado de Bourne cumple con la promesa de mostrar la magnitud de la conspiración, aunque se enrevese más de lo debido con un exceso de puntos de vista sobre la misma idea, que para colmo no ha variado en las cuatro entregas. Pero en lo que importa, que es el entretenimiento y la coherencia con la trilogía original, la película salva los muebles. Lo que es una lástima es que la necesidad de recordar constantemente que seguimos en la saga Bourne impida que tanto la película, como Aaron Cross, consigan conquistarnos por méritos propios (y eso que la primera parte con el protagonista aislado en las montañas al más puro estilo Infierno Blanco es de le mejor de la cinta). Con esta premisa y si la taquilla responde, la idea es que Legacy suponga el pistoletazo de salida de una nueva trilogía, pero ahora que conocemos hasta el rincón más oscuro de Treadstone, para ver a un tío corriendo y preguntándose cuál es su papel en el mundo, preferimos que ese hombre sea Jason Bourne.