Nota: 5
Lo mejor: consigue asustar un poco.
Lo peor: arrastra un final irregular.
Normalmente el cine de género ya parte con desventaja, y en el caso concreto del cine de terror, no es otra que la estructura rígida y cuadriculada que a menudo asfixia su imaginario. Hoy en día no es fácil proponer algo que se enmarque en este género sin que al espectador le invada una sensación constante de deja vu. Pues no son buenos tiempos para el terror: los sustos fáciles y las tendencias gore mandan. Y ante la temible pregunta de si ya está todo inventado en esta categoría, uno se da cuenta que el espectro es cada vez más limitado y la posibilidad de maniobra se reduce considerablemente.
Partimos del estigma de un género tan sobado que rápidamente se abre paso la reticencia en el espectador más curtido ante los primeros visos de cliché. Porque seamos sinceros, Mamá no está a salvo de los tópicos, pero los maneja con cierta elegancia y demuestra no depender tanto del factor sorpresa para aterrorizar como muchas de sus coetáneas. Así, donde un filme como éste marca la diferencia es en esos detalles sutiles que juegan con el terror psicológico. Una de las mejores escenas del filme es aquella que planta la cámara en el pasillo enfocando parte de la habitación infantil y parte del pasillo. Vemos a Lilly jugar tirando del extremo de una manta. La niña se esfuerza por conseguir la manta entera y presuponemos que del otro extremo de la manta se encuentra su hermana. Seguido, aparece en el pasillo su hermana mayor, y Jessica Chastain poco después haciendo la colada. En la casa solo están las tres. Las imágenes borrosas y los fuera de campo son los mejores recursos de los que se sirve Andrés Muschietti, definiendo un estilo personal que sugiere, no explicita.
Como muchas de sus cintas compañeras de faena, Mamá se caracteriza por un guión irregular (que en función del resultado final, a menudo depende del espectador decidir la medida en que lo pasa por alto o no) y se ajusta sin complejos a la estructura trillada de sustos esporádicos y catarsis final. Catarsis un poco extraña y edulcorada, por cierto. Igualmente – y sin considerar esto un problema - se parte de una premisa fantástica que hay que aceptar, pero en la que llegados a un punto, prácticamente todo en la cinta depende de la eficacia del monstruo que se presenta. Y el triste veredicto es que Mamá suspende en esta categoría. Pues la entidad sobrenatural resulta mucho más eficaz durante la primera parte del filme cuando se opta por sugerir y no mostrarla con el más mínimo detalle. Aún con unos movimientos físicos logrados (obra del intérprete Javier Botet, aquejado del Síndrome de Marfan), el gran fallo es no mantener los niveles previos de sugerencia y explayarse en toda su artificialidad visual, disipándose así su potencial capacidad terrorífica. Lo que por otra parte, saca a colación el eterno debate en estos filmes entre recurrir a las imágenes generadas por ordenador versus los efectos especiales tradicionales.
Un padre de familia asesina a su esposa y secuestra a sus dos hijas. Tras cinco años desaparecidas en el bosque, su tío (Nikolaj Coster Waldau, que interpreta dos papeles) las encuentra y las lleva a vivir a su casa junto con su novia (Jessica Chastain, a lo Alice Glass). Sin embargo, parece que las niñas no son lo único que se han llevado del bosque. Mamá nace de un corto homónimo de 3 minutos dirigido por su mismo director (Andrés Muschietti). Guillermo del Toro, quien en los últimos años se ha dedicado más a la producción de películas ajenas que a dirigir sus propios proyectos, decidió apadrinar al argentino tras ver el cortometraje. Es la marca del Toro la que se ha usado para vender el filme, y a pesar de que sólo produce, el sello reconocible del mexicano se percibe durante toda la película (el acantilado final un poco TimBurtiano, calcado al de Dark Shadows, los insectos, el monstruo, las niñas protagonistas, etc), empañando un poco el estilo de su verdadero director, que ha quedado ligeramente sepultado bajo el imaginario recurrente y machacón de del Toro.