En América, no hace falta ser un asesino a sueldo para estar solo
Nota: 7
Lo mejor: el reparto. Todos.
Lo peor: una lectura social nada disimulada.
Al
protagonista de esta película le gusta matar suavemente; a distancia,
sin lloros, lamentos, ni grandes dramas. Porque ya es suficientemente
complicado cargarse a un tío como para encima tener que soportar su
mierda o mancharse la camisa de sangre. Esa es la mentalidad del
personaje central de Mátalos Suavemente, Jackie Cogan, cuya sola presencia
inspira respeto y temor en el resto de roles que desfilan por este relato mafioso
gracias a una seguridad en sí mismo envidiable y que, con las facciones
del apolíneo Brad Pitt, representa a la figura del triunfador -que no
héroe- en esta historia. Y es que Killing Them Softly no deja de ser una
alegoría de la deformación del sueño americano. De la transformación del
país de la libertad y las oportunidades, donde el trabajo en equipo y la
importancia de la comunidad cimentaban el pensamiento de la sociedad, en una
solitaria jungla de asfalto capaz de albergar y alimentar a las
criaturas más peligrosas y amorales que hayan existido alguna vez sobre
la faz de la tierra.
Como habréis podido deducir, Cogan es uno de esos animales. Concretamente, el encargado de localizar a los responsables del atraco a un timba de gangsters. En una escena que bien podría formar parte de Uno de los Nuestros o Casino, y que no abundan precisamente en el filme, el realizador y guionista Andrew Dominik nos cuenta como Markie (Ray Liotta), propietario de un local donde se realizan esas partidas ilegales, atraca él mismo su propia timba, lo que le señalaría como el sospechoso número uno en caso de volver a repetirse el suceso. Esa es la idea que pasa por la mente de El Rata, uno de esos mafiosos disfrazados de empresario de clase media, que contrata a dos jóvenes sin demasiado cerebro para dar un golpe al más puro estilo Snatch. Dos muchachos que, sin saberlo, se convierten desde ese momento en las presas de Cogan, elegido por los jefazos para devolver el equilibrio a la situación.
Después de un primer acto alargado en el que nos presentan a los dos inconscientes que detonan el relato (que bien podría conformar una subtrama de cualquier episodio de Breaking Bad), el guión de Dominik sobre la novela de George V. Higgins transcurre sobre la versión más pesimista de la visión tarantiana del mundo del crímen, desmitificadora y cercana, cambiando los diálogos en tiempos
muertos que escupían los personajes de Pulp Fiction por charlas igual de coloquiales, solo que con las miras puestas en reflejar el violento mercado sumergido que se puede encontrar en las calles de Estados Unidos. El mejor ejemplo lo encontramos en una secuencia protagonizada por dos matones cualquiera, que mientras conducen durante una noche lluviosa discuten sobre cómo darle una paliza a uno de sus colegas, aún a sabiendas de que no se lo merece, maldiciendo el "marrón" que supone el encargo. Por supuesto, no dudan en cumplirlo con los ojos cerrados. Al fin y al cabo, es su trabajo. Su pequeña participación en la maquinaria. Sólo negocios.
Mientras que la visión de Dominik de Jesse
James, el protagonista de la celebrada colaboración anterior entre Pitt
y el realizador, estaba cargada de matices y lecturas, e incluso el retrato de su asesino, Robert Ford, era un ejemplo inmejorable de una psique compleja y llena de grises, ése no es el caso de Cogan. El protagonista de Mátalos Suavemente solo es un hombre que se
preocupa por hacer su trabajo lo mejor posible sin torturarse ni
regocijarse por la oscuridad en la que vive sumido. Como el editor de
una revista del corazón que se lucra gracias a la intimidad ajena, el
banquero de ventanilla que recomienda un paquete de inversiones
omitiendo los riesgos o el político que observa las cifras del paro
mientras planea su estrategia electoral, Cogan ni siquiera necesita
justificar su trabajo diciendo eso tan típico de "es lo único que sé hacer". Él no hace peor al mundo. Este ya es malo de por sí, por lo
menos en pleno siglo XXI, y no aprovecharse es de subnormales.
La
ambientación en 2008, durante la recta final de la campaña que convirtió
a Obama en Presidente, es el puntal sobre el que se evidencia toda la
metáfora. Ya sea mediante los carteles que adornan las calles de Louisiana o los discursos cargados de palabras de esperanza y apoyo a las clases trabajadoras en los que la cámara se detiene como
quien no quiere la cosa, Dominik establece una contraposición
extremadamente obvia con la espiral de violencia que se sucede en primer
plano, mostrando el mensaje con demasiada nitidez a ojos del espectador, como si el personaje al que le arranca la vida Cogan en primer plano representara la esperanza de la que habla Obama en la televisión. Solo en la escena final, esa lectura se traslada a los diálogos de los personajes de forma directa, confirmando las intenciones del filme, que no son otras que las de dar un diagnóstico tremendista por encima de las de contar un thriller total. Porque relatos de venganza por un puñado de dólares como éste ocurren todos los días en la América que describe Dominik, dominada por las grandes corporaciones, y en las que hace tiempo que Jimmy dejó de ser el chico de los recados del capo italoamericano de turno para convertirse en un engranaje de la maquinaria más roñosa del capitalismo.
El personaje de Ray Liotta, que está en su salsa, es el último vestigio de esa mafia idealizada que nos mostró Scorsese, ahora relegada a la de mero títere de comités ejecutivos representados por abogados que se encargan del trabajo sucio (como ya vimos en Michael Clayton), a los que pone rostro en esta ocasión el siempre espléndido Richard Jenkins. Todo muy burocrático. Dominik intenta compensar esa ausencia de magia regalándole al personaje de Pitt las escenas visualmente más trabajadas del filme y haciendo hincapié en la idealización del personaje, aunque no consigue tapar el hueco ya que las secuencias terminan convertidas en balones de oxígeno para el espectador, ansioso de un poco de acción entre tanta contemplación y ritmo pausado. La ejecución de la película, de hecho, recuerda a la patria No Habrá Paz Para los Malvados, pero con el agravante de que Pitt, tan ajustado al papel como de costumbre, no disfruta del oxígeno que le permitió Urbizu a José Coronado en beneficio del componente social. Incluso al pobre Mickey (James Gandolfini en formato IMAX), el compañero alcohólico y putero del protagonista sobre el que sí se profundiza en su condición de samurái caído en desgracia, es privado de su momento final de lucimiento en beneficio del mejor resultado del negocio que se traen entre manos.
Es evidente que innovar en un género plagado de clásicos como el que nos ocupa es una misión tremendamente complicada, sólo reservada para aquellos que logran expandir sus horizontes, por ejemplo, hacia las mafias soviéticas en Promesas del Este (David Cronenberg, 2007), o adentrándose en el corazón de la Camorra Napolitana como hizo Gomorra (Matteo Garrone, 2008), y es en la metáfora social que hemos descrito el principal puntal en el que se apoya la cinta para erigirse por encima del resto. Por desgracia, el resultado es una pelicula en la que da la sensación de que el enfásis debería haber estado en la propia historia que nos cuentan, en hacer que sus protagonistas crucen el límite y no en mostrarnos una semana cualquiera de sus vidas. Aún así, y a pesar de no resultar todo lo contundente que pretendía, Mátalos Suavemente consigue sobresalir por encima de la media gracias al innegable oficio de Dominik y al reparto de infalibles que se ha buscado para la ocasión. Incluso puede que el realizador tenga razón al sentenciar que el romanticismo se quedó en el Antiguo Oeste y esto sea lo único que nos queda hoy en día.