Un remake casi a la altura con auténticos vampiros
Nota: 6
Lo Mejor: Mantiene intactos los tópicos del género vampiresco (cruces, ajos,...).Lo Peor: Es algo lentita al principio.
Tendemos a dedicar una repulsión mayúscula cada vez que un remake nuevo, sediento de dinero fácil e impulsado por la falta de imaginación en el seno de la mayor fábrica de cine, emana de las entrañas de Hollywood. Pues bien, aunque Noche de Miedo podría haber resultado una bazofia más, como veníamos temiendo desde los primeros adelantos que nos llegaban de esta producción, finalmente, ha pasado a ser una de esas excepciones que, por extraño que parezca, no ha terminado en un truñaco de los gordos, sino que se deja ver gustosamente y supone un grato entretenimiento de lectura fácil.
No voy a negar que la versión original de 1985 tenía mucho más de ese rollo encantador de la época en la que el cine de género mezclaba con garbo y con estilo el terror con la comedia, sobre todo para nostálgicos como una servidora; sin embargo, el intento de Craig Gillespie, un novatillo con suerte, no ha sido tan nefasto. El chico, que acaparó las miradas y recibió multitud de alabanzas por su exitosa comedieta Lars y una chica de verdad, liderada por Ryan Gosling, parece que no termina de lograr la confianza de los tiburones del mercado cinematográfico y, aunque ha intentado meterle mano al proyecto de la adaptación para la gran pantalla de la novela Orgullo, Prejuicio y Zombies, no consigue el sí quiero definitivo. Afortunadamente, la jugada de remakear un clásico del cine de terror de los 80 no le ha salido nada mal al tipo y puede que ello le ayude a sumar puntos en la carrera hacia la silla de director de las producciones más ambiciosas.
Para los que no hayan visto la original, Noche de Miedo contaba la historia de Charley Brewster, el típico adolescente con las hormonas más revolucionadas que un espermatozoide antes de salir de un huevo, que comienza a sospechar que su nuevo vecino, Jerry, es un vampiro. A su aventura se unirán su chati y Peter Vincent, una especie de Iker Jiménez a la americana presentador de un programa de terror.
Gillespie no se ha molestado en cambiar demasiados detalles en torno al argumento, sino que se ha limitado a modernizar el contexto y adaptar la historia a lo que se destila hoy dia. Ya no es el protagonista (Anton Yelchin) el descubridor de la verdadera identidad de su vecino chupasangre (Colin Farrel), sino que es su colega friki (Christopher Mintz-Plasse) el primero que se percata del tema y avisa a Charley, con el que mantiene una relación distante desde que este último se ha pasado al grupo de los guays por comenzar un romance con la 'popu' del 'insti' (Imogen Poots).
Cabe destacar el carismático carácter con el que se dota al temible personaje de Farrell, un tío frío sobrado de ironía que acostumbra a tener su alimento bien fresquito encerrando a sus víctimas en unas cámaras secretas tras el armario. Vamos, uno de esos malos elegante, atractivo, sin escrúpulos y cabroncete mezcla Hannibal Lecter y Bardem en No es País para Viejos (no hay más que ver el guiño del cartel de la película), que mola y a la vez acojona un rato. La verdad es que a Farrell, en contra de todo pronóstico, no se le ve nada mal en los colmillos de su personaje y tampoco da la sensación de que haya convertido el film en su vehículo de un lucimiento gratuito, como presuponíamos en los trailers. David Tennant compone la tilde más cómica del tinglado junto al siempre irrisorio Mintz-Plasse (Supersalidos, Kick Ass), representando a un Peter Vincent que también sufre esa transformación a los tiempos contemporáneos. Esta vez es un famosete showman de Las Vegas que se autoproclama como un auténtico cazavampiros en sociedad cuando en realidad no es más que un despojo humano maleducado y nenaza, cuya estética además recuerda de manera escalofriante a Mario Vaquerizo.
Lo más agradecido del film, sin duda, es que deja de lado el tono crepusculero con el que tratan de invadirnos las producciones actuales centradas en vampiros. Gillespie se permite incluso alguna coñita al respecto y recupera los tópicos pertenecientes al mundillo, tales como los ajos, las cruces, el agua bendita y todas esas cositas que desde tiempos inmemoriales se han relacionado con dichos seres, dejando patente y bien clarito que los vampiros arden al sol y NO brillan como si fueran las jodidas hadas mágicas de los dientes. El director tampoco se anda con chiquitas a la hora de mostrar escenas sangrientas que tienden al gore, con una factura técnica muy digna que renueva y da la espectacularidad que Holland no pudo dar a la suya en los 80. Gillespie también refleja una preocupacion por las trasformaciones de los vampiros, suficientemente cuidadas y monstruosas. Atentos a la banda sonora, cortesía del que puso las notas a Iron Man o Juego de Tronos, Ramin Djawadi. Todo un acierto.
En Noche de Miedo no asistiremos a una obra maestra, evidentemente. Sin embargo, nunca viene mal un poco de entretenimiento sin pretensiones. Al final, no es más que una copia actualizada de lo que vimos en la del 85, sólo que peca de cierta lentitud durante la primera parte del metraje. No será éste el caso en el que digamos que un remake ha superado a su predecesora, pero lo que sí que ha superado son las expectativas, que eran nulas, sirviendo como juguete palomitero. Estaría bien apartar los prejuicios e hincar el diente a la película, porque un remake al año, no hace daño.