Revista Cine
La Biblia inspira la superproducción más improbable jamás realizada
Nota: 7
Lo mejor: descubrir el lado más oscuro de Noé y el "flashback" de la creación.Lo peor: algunas decisiones artísticas bastante cuestionables.
Una vez vista Noé es fácil deducir a qué viene tanta polémica y encendidas opiniones en ambos bandos, ya que a pesar de que la ultima película del siempre complejo Darren Aronofskynos llegue bajo el título de uno de los personajes bíblicos más reconocibles, el parecido de esta historia con la que narra el Antiguo Testamento es más o menos el mismo que el de Dragonball Evolution con el manga de Akira Toriyama. Vaya por delante que sólo una mente estrecha considerará que las libertades artísticas que se ha tomado el también guionista –junto a Ari Handel- enturbian por si mismas el sobrecogedor resultado final, en lugar de distinguir aquellas más gratuitas o discutibles de otras que contribuyen a transformar la historia de Noé y su familia en un gran drama shakesperiano. La película tiene de ambas, pero las segundas prevalecen como si Aronofsky ejerciera de un demiurgo tan cruel como fiel, capaz de mantener la promesa de no abandonar a todo aquel que asuma sus reglas.
Ya desde el prologo de la cinta, ambientado en la infancia del personaje protagonista, la película nos descubre que el único elemento propicio para el despiste es su título. Aronofsky opta de base por construir un universo tan propio como extraño, en el que tanto la climatología, como la flora y fauna parecen más propias de un planeta lejano o de un futuro apocalíptico muy alejados de una Tierra de hace miles de años. No sólo el firmamento es visible a la luz del día, sino que gigantes y magos campan a sus anchas por un territorio sorprendente, cuya exploración se convierte en todo un aliciente para el espectador. Noah, por tanto, no es por supuesto la adaptación de uno de los pasajes más populares del libro más vendido de la historia; tampoco una fábula sobre un desastre mitológico convertido en punto de inflexión para una civilización pasada, sino el juicio metafórico de un cineasta tan contemporáneo como Aronofsky a lo que la humanidad ha demostrado hasta ahora. La presencia onírica de soldados modernos en una de las visiones del protagonista es el mejor reflejo de ello, descubriéndonos que la utilización de un personaje llamado Noé y de un arca de madera son sólo dos elementos reconocibles de los que se ha servido el cineasta para condenarnos a todos.
Noé, descendiente directo del lado bueno del binomio Caín/Abel y antepasado de Máximo Décimo Meridio, es un señor que se mantiene bien nutrido a pesar de que su familia vive prácticamente en la hambruna de un yermo, a buen seguro por tratarse de "el elegido” por el creador para configurar el mundo que sobrevivirá al diluvio. Semejante tarea provoca que a veces actúe como un buen hombre y que otras no; o que dé la impresión de tener las ideas bastante claras, eso sí, cuando no son la confusión y la duda las que le dominan. Como habréis podido deducir, lo que nos ha querido transmitir Aronofsky es que Noé es un tipo complicado. No sólo descansa bajo sus hombros la responsabilidad de elegir a los que se salvarán del desastre, construir un arca faraónica, luchar contra los salvajes que quieren apoderarse de ella o evitar que a su mujer (Jennifer Connelly) se la lleve el viento, sino que la cinta se atreve a ir muchísimo más allá en su afán por retratar la psicología del héroe, planteando dilemas frente a sus narices de una crueldad y oscuridad inusitadas en la adaptación de un libro hecho para adoctrinar principalmente a infantes. En ese respeto a su propia verdad y naturaleza reside el éxito de Noé por encima del desastre, en el que hubiese caído de forma inevitable de haber contado con su potencia visual como única arma.
Y es que uno de sus problemas es precisamente que la cinta necesita reivindicarse por momentos como una superproducción al uso, no sólo en sus planos más apocalípticos y espectaculares, sino de forma especialmente dolorosa en unas batallas que pegan menos que Aaron Paul en la estúpida adaptación de un videojuego. No seremos nosotros los que nos quejemos de contar con ese gran tapado que es Ray Winstone (Sexy Beast, Beowulf) en representación de los bajos instintos que necesitan ser purgados, con forma del rey expulsado de Poniente, Tubal-Caín, pero sí cabe lamentar la decisión de apilar a centenares de soldados sin duchar a las puertas del Arca como si se tratara del asalto al Abismo de Helm. No sólo personajes como el de Anthony Hopkins acaban lastrados por una mirada a lo místico que se va de las manos, sino que otros, como el vástago al que encarna Logan Lerman (Percy Jackson) y la nuera con el rostro de Emma Watson, se ven arrastrados por los derroteros argumentales que resultan de ese tono caprichoso.
Y luego están Los Vigilantes. En el momento que atraviesa la industria, obsesionada por destripar sus títulos con teasers, tráilers del avance, tráilers completos y hasta escenas enteras como parte de sus campañas promocionales, parece casi un milagro que la de Noé haya salvado la que es la primera gran sorpresa de la película (y si no la has visto, quizás quieras dejar de leer en este punto). Se trata de unas figuras imponentes que, a pesar de contar con una trama de fondo reconocible y bien traída, sirven como irremediable comodín para la historia a la hora de construir el arca y defender a sus ocupantes. Su aspecto y aptitudes de batalla bien podrían recordar a un cruce entre los Ents de El Señor de Los Anillos y el gigante de piedra de La Historia Interminable, pero su plasmación visual no termina por cuajar del todo. Se nota que Aronofsky ha tomado como referente las obras del gran Ray Harryhausen (el mítico técnico de efectos especiales de Jasón y los Argonautas o Furia de Titanes, la del 81), pero en su empeño se ha olvidado de contextualizar a sus homenajes, que dan demasiado el cante entre grandes grupos de animales digitales e imponentes golpes de agua, por mucho que su principal representante, Samyaza, cuente con las cuerdas vocales de Nick Nolte.
Noé, como el relato del primer genocidio que es, no puede evitar ser una película que va de la luz a la oscuridad tan rápido como de la anarquía al fascismo, pero tras siglos escuchando una versión edulcorada de la historia, nadie le obligaba a ser tan cruel. Ha sido una decisión consciente que, pese al rechazo de muchos, aporta todo el sentido al último ejercicio de un creador que ya intentó buscar a Diós gracias a la lógica aplastante de las matemáticas en su primer largometraje, Pí. Probablemente sea por esa cruda realidad, capaz de dinamitar toda fantasía y que caracteriza la obra del realizador que nos regaló El Luchador y Cisne Negro, que la cinta protagonizada por Russell Crowe se hace demasiado ajena y extraña como para identificarla con el pasaje bíblico. No así para los fans de su filmografía, que ya pueden considerar a The Fountain no como un experimento fallido, sino como la prueba beta para este momento. Estamos ante un proyecto que comenzó para su máximo responsable como una redacción escolar y que, con el paso de los años, evolucionó a la forma de novela gráfica (nuevamente junto a Handel), hasta que el éxito de la cinta que le valió el Oscar a Natalie Portman permitió que un estudio le brindara 125 millones de dólares para fabricar la primera gran superproducción de su carrera; la visión de un soñador al que llamaban loco y que acabó demostrando llevar la razón desde el principio.
Nota: 7
Lo mejor: descubrir el lado más oscuro de Noé y el "flashback" de la creación.Lo peor: algunas decisiones artísticas bastante cuestionables.
Una vez vista Noé es fácil deducir a qué viene tanta polémica y encendidas opiniones en ambos bandos, ya que a pesar de que la ultima película del siempre complejo Darren Aronofskynos llegue bajo el título de uno de los personajes bíblicos más reconocibles, el parecido de esta historia con la que narra el Antiguo Testamento es más o menos el mismo que el de Dragonball Evolution con el manga de Akira Toriyama. Vaya por delante que sólo una mente estrecha considerará que las libertades artísticas que se ha tomado el también guionista –junto a Ari Handel- enturbian por si mismas el sobrecogedor resultado final, en lugar de distinguir aquellas más gratuitas o discutibles de otras que contribuyen a transformar la historia de Noé y su familia en un gran drama shakesperiano. La película tiene de ambas, pero las segundas prevalecen como si Aronofsky ejerciera de un demiurgo tan cruel como fiel, capaz de mantener la promesa de no abandonar a todo aquel que asuma sus reglas.
Ya desde el prologo de la cinta, ambientado en la infancia del personaje protagonista, la película nos descubre que el único elemento propicio para el despiste es su título. Aronofsky opta de base por construir un universo tan propio como extraño, en el que tanto la climatología, como la flora y fauna parecen más propias de un planeta lejano o de un futuro apocalíptico muy alejados de una Tierra de hace miles de años. No sólo el firmamento es visible a la luz del día, sino que gigantes y magos campan a sus anchas por un territorio sorprendente, cuya exploración se convierte en todo un aliciente para el espectador. Noah, por tanto, no es por supuesto la adaptación de uno de los pasajes más populares del libro más vendido de la historia; tampoco una fábula sobre un desastre mitológico convertido en punto de inflexión para una civilización pasada, sino el juicio metafórico de un cineasta tan contemporáneo como Aronofsky a lo que la humanidad ha demostrado hasta ahora. La presencia onírica de soldados modernos en una de las visiones del protagonista es el mejor reflejo de ello, descubriéndonos que la utilización de un personaje llamado Noé y de un arca de madera son sólo dos elementos reconocibles de los que se ha servido el cineasta para condenarnos a todos.
Noé, descendiente directo del lado bueno del binomio Caín/Abel y antepasado de Máximo Décimo Meridio, es un señor que se mantiene bien nutrido a pesar de que su familia vive prácticamente en la hambruna de un yermo, a buen seguro por tratarse de "el elegido” por el creador para configurar el mundo que sobrevivirá al diluvio. Semejante tarea provoca que a veces actúe como un buen hombre y que otras no; o que dé la impresión de tener las ideas bastante claras, eso sí, cuando no son la confusión y la duda las que le dominan. Como habréis podido deducir, lo que nos ha querido transmitir Aronofsky es que Noé es un tipo complicado. No sólo descansa bajo sus hombros la responsabilidad de elegir a los que se salvarán del desastre, construir un arca faraónica, luchar contra los salvajes que quieren apoderarse de ella o evitar que a su mujer (Jennifer Connelly) se la lleve el viento, sino que la cinta se atreve a ir muchísimo más allá en su afán por retratar la psicología del héroe, planteando dilemas frente a sus narices de una crueldad y oscuridad inusitadas en la adaptación de un libro hecho para adoctrinar principalmente a infantes. En ese respeto a su propia verdad y naturaleza reside el éxito de Noé por encima del desastre, en el que hubiese caído de forma inevitable de haber contado con su potencia visual como única arma.
Y es que uno de sus problemas es precisamente que la cinta necesita reivindicarse por momentos como una superproducción al uso, no sólo en sus planos más apocalípticos y espectaculares, sino de forma especialmente dolorosa en unas batallas que pegan menos que Aaron Paul en la estúpida adaptación de un videojuego. No seremos nosotros los que nos quejemos de contar con ese gran tapado que es Ray Winstone (Sexy Beast, Beowulf) en representación de los bajos instintos que necesitan ser purgados, con forma del rey expulsado de Poniente, Tubal-Caín, pero sí cabe lamentar la decisión de apilar a centenares de soldados sin duchar a las puertas del Arca como si se tratara del asalto al Abismo de Helm. No sólo personajes como el de Anthony Hopkins acaban lastrados por una mirada a lo místico que se va de las manos, sino que otros, como el vástago al que encarna Logan Lerman (Percy Jackson) y la nuera con el rostro de Emma Watson, se ven arrastrados por los derroteros argumentales que resultan de ese tono caprichoso.
Y luego están Los Vigilantes. En el momento que atraviesa la industria, obsesionada por destripar sus títulos con teasers, tráilers del avance, tráilers completos y hasta escenas enteras como parte de sus campañas promocionales, parece casi un milagro que la de Noé haya salvado la que es la primera gran sorpresa de la película (y si no la has visto, quizás quieras dejar de leer en este punto). Se trata de unas figuras imponentes que, a pesar de contar con una trama de fondo reconocible y bien traída, sirven como irremediable comodín para la historia a la hora de construir el arca y defender a sus ocupantes. Su aspecto y aptitudes de batalla bien podrían recordar a un cruce entre los Ents de El Señor de Los Anillos y el gigante de piedra de La Historia Interminable, pero su plasmación visual no termina por cuajar del todo. Se nota que Aronofsky ha tomado como referente las obras del gran Ray Harryhausen (el mítico técnico de efectos especiales de Jasón y los Argonautas o Furia de Titanes, la del 81), pero en su empeño se ha olvidado de contextualizar a sus homenajes, que dan demasiado el cante entre grandes grupos de animales digitales e imponentes golpes de agua, por mucho que su principal representante, Samyaza, cuente con las cuerdas vocales de Nick Nolte.
Noé, como el relato del primer genocidio que es, no puede evitar ser una película que va de la luz a la oscuridad tan rápido como de la anarquía al fascismo, pero tras siglos escuchando una versión edulcorada de la historia, nadie le obligaba a ser tan cruel. Ha sido una decisión consciente que, pese al rechazo de muchos, aporta todo el sentido al último ejercicio de un creador que ya intentó buscar a Diós gracias a la lógica aplastante de las matemáticas en su primer largometraje, Pí. Probablemente sea por esa cruda realidad, capaz de dinamitar toda fantasía y que caracteriza la obra del realizador que nos regaló El Luchador y Cisne Negro, que la cinta protagonizada por Russell Crowe se hace demasiado ajena y extraña como para identificarla con el pasaje bíblico. No así para los fans de su filmografía, que ya pueden considerar a The Fountain no como un experimento fallido, sino como la prueba beta para este momento. Estamos ante un proyecto que comenzó para su máximo responsable como una redacción escolar y que, con el paso de los años, evolucionó a la forma de novela gráfica (nuevamente junto a Handel), hasta que el éxito de la cinta que le valió el Oscar a Natalie Portman permitió que un estudio le brindara 125 millones de dólares para fabricar la primera gran superproducción de su carrera; la visión de un soñador al que llamaban loco y que acabó demostrando llevar la razón desde el principio.