Nota: 3,5
Lo mejor: que es corta y seguro que anima a alguien a descubrir la original.
Lo peor: que han convertido a uno de los mejores títulos asiáticos del siglo XXI en una película de venganzas de Liam Neeson (y de las malas porque ni siquiera sale Liam Neeson).Si cuando una revisión cinematográfica es hasta potable, sea por ejemplo el caso de la reciente Posesión Infernal, uno no puede evitar preguntarse qué necesidad hay de volver a contar la misma historia, no digamos ya cuando el remake es un sonoro aborto. Antiguamente la excusa pasaba por la deslocalización de los argumentos y la imposibilidad para el gran público de acceder a los mercados minoritarios. Pero en la época de la interconexión, en la que tenemos a un click de distancia -legal e ilegal- cualquier obra rodada en los confines del planeta, la razón última para que la fiebre por los remakes no haya descendido ni un ápice nos revela su auténtica forma, que no es otra que la de suplir carencias creativas y llenar la laguna de la imaginación hollywoodiense, disimulando malamente el secano. El problema llega de entrada, resultado de la condición de clásico del título a mancillar, pero se agrava cuando la nueva versión, normalmente con mayor presupuesto e intérpretes consagrados a su disposición, resulta inferior incluso en un plano tan básico como el estético. De ahí que el fichaje del desarrapado Spike Lee, rey del gueto y la black history, sonara como un auténtico despropósito a la hora de rehacer la obra más célebre del purista Park Chan-Wook, uno de los mejores maquilladores de la muerte y artistas de la violencia que se encuentran actualmente en activo.
Se trata de una estética muy jodida, que nace con la clara intención de homenajear lo máximo posible a la cinta original, fundamentalmente gracias a un torrente de referencias asiáticas y a planos fijos sobre elementos clave de la historia, pero que acaba creando una atmósfera incómoda y malsana en el peor de los sentidos. El mayor exponente de esta falta de tono la encontramos en las vestimentas de los villanos, con un Samuel L. Jackson rescatando el armario ropero de The Spirit y el hasta ahora inmaculado Sharlto Copley (Distrito 9, Europa Report) más pasado que Nicolas Cage en una película de David Lynch. Sólo Elizabeth Olsen (Martha Marcy May Marlene, Luces Rojas) y Michael Imperioli (Los Soprano), como la compañera de aventuras del protagonista y su mejor amigo respectivamente, se salvan del desfile-homenaje a Rocky Horror Picture Show, holgados de sobra en los dos papeles más convencionales del relato.
El que seguro podrá por fin dormir tranquilo es Will Smith, ya que la negativa a protagonizar este remake fue la única buena decisión que tomó el intérprete en 2012, cuando decidió pasar también del rol central en Django Desencadenado y aceptar en su lugar After Earth. Porque no es que Josh Brolin no le ponga ganas a la hora de recoger el testigo de Choi Min-Sik, sino que su transformación física está mucho más conseguida de lo que nos quiere hacer creer la cámara de Lee, incapaz de sacarle el partido que merece durante el encierro forzoso y en su posterior resurrección como vengador sediento de sangre. Ni siquiera en las escenas de acción, donde el porte imperturbable y la mandíbula del protagonista de No Es País Para Viejos deberían funcionar a las mil maravillas, el cineasta consigue aprovecharse de ello. La culpa la volvemos a encontrar en ese empeño por homenajear al clásico, fallando soberanamente a la hora de replicar el plano secuencia del pasillo y no tanto cuando se concede más libertad en el montaje y las coreografías, sin que ninguna alcance la contundencia y crudeza de los "fostiazos" rodados en su día por el director de Stoker si no es apelando al gore mas gratuito.