Para despedir a un grande, que no es poco
Nota: 6
Lo mejor: su maravillosa pareja protagonista.
Lo peor: le falta chispa y mala baba.
Los que mejor conocían a James Gandolfini, tanto compañeros de trabajo como amigos y familiares, aseguran que el papel que interpretó en Sobran las Palabras fue el que más se acercaba a su auténtica personalidad de entre todos los que encarnó a lo largo de su carrera. Asiduo a los roles de tipo duro gracias a su físico, dicen que el malogrado intérprete era una persona cálida y bondadosa, mucho más tierna y afable de lo que transmitían sus personajes en Los Soprano, Cómo Conquistar Hollywood, The Mexican o Mátalos Suavemente, todos asesinos despiadados aunque no exentos de su corazoncito y mirada triste. Por desgracia, conocer al Gandolfini más terrenal es el único valor añadido de Sobran las Palabras, una pequeña comedia romántica cuya distribución en los cines de nuestro país en lugar de en el mercado doméstico más tiene que ver con la trágica coincidencia de su aparición que con su valor en sí mismo, que no va más allá de una mirada cargada de nostalgia cada vez que la imponente figura del neoyorquino aparece en pantalla.
Las relaciones en la madurez, con la ausencia del romanticismo del que se enamora por primera vez y los prejuicios del que está más escarmentado de lo que le gustaría, es la premisa en torno a la que gira el argumento de Sobran las Palabras, más centrado en la masajista a la que encarna Julia Louis-Dreyfus, Eva, que en el trabajador de videoteca al que da vida Gandolfini, Albert. Tras un encuentro casual y una primera cita pactada bastante a la ligera, ambos comienzan a reencontrarse con sentimientos inesperados y olvidados, pero todo se complica cuando la protagonista descubre que una de sus clientas, la pedante Marianne (Catherine Keener), a la que lleva meses escuchando hablar mal de su ex marido, es en realidad la anterior pareja de Albert. Es decir, una valiosa fuente de información.
Es en el segundo acto cuando entran en juego los prejuicios, la traición y la manipulación, pero a un nivel tan light que difícilmente sirve para generar un conflicto real que sirva de motor al relato. La película navega durante hora y media sin plantear realmente nada más allá de la radiografía de un amor cincuentón, entre dos personajes cercanos y entrañables, sí, pero realmente con poco que contarnos. La realizadora Nicole Holofcener, experta televisiva gracias a la dirección de episodios de Sexo en Nueva York e Iluminada, así como de las comedietas románticas Encuentros en Nueva York y Amigos con Dinero, en ningún momento intenta ser ácida, satírica o incluso brillante, sino que pretende generar la complicidad con el espectador a base de cotidianeidad en la forma de relacionarse que tienen los personajes y en la normalidad de sus diálogos. El problema es que por realista y cercana, se pasa de anodina.
Sin negar que la pareja protagonista resulta de lo más entrañable y simpática, su química pronto se revela como el resultado de dos talentos en perfecta sincronía, pero sin un material de partida que les brinde el lucimiento que merecen. La siempre sonriente protagonista de Seinfeld, Old Christine y Veep (actualmente en HBO), Julia Louis-Drefuss, no lo tenía difícil para superar a la Sarah Jessica Parker o Jennifer Aniston de turno en su misión de sustentar la perspectiva femenina del filme, a pesar de que su personaje no sea más profundo que la housewive desesperada de siempre, con retos por delante tan poco épicos como reunir el valor para pedir que la ayuden a subir una maleta por las escaleras, superar la marcha de su hija a la universidad o soportar a una amiga más cansada de su matrimonio que la Infanta Cristina (una desaprovechadísima Toni Collete).
Pero más allá de sus virtudes y defectos, en Sobran las Palabras sólo hay espacio para un hombre, Gandolfini, por mucho que el enaltecimiento de su trabajo sea resultado de una tragedia. Nada más aparece Albert en pantalla, dejamos de ver al mafioso depresivo y temerario que permanecerá asociado para siempre a su figura para conocer al Gandolfini de andar por casa, el que podría ser el padre, tío o marido de cualquiera de nosotros, con alitosis, algunos kilos de más y la dejadez propia del macho Alfa arcaico y solitario. Por eso, sólo aquellos que tengan una especial admiración por el desaparecido intérprete, así como por ese animal de la comedia que es Dreyfuss, encontraran a esta historia de amor tardío tan justa con la realidad como disfrutable en su manejo de la complicidad.