El cine independiente es capaz de extraer una historia que merece la pena contarse de la cotidianidad a la que no son capaces de llegar las grandes producciones. Dibuja personajes más cercanos, más reales, más creíbles, con todos sus defectos aunque sin escatimar algún que otro rasgo positivo, gente de carne y hueso con sentimientos y reacciones con los que pueda identificarse todo hijo de vecino. A primera vista, Vincent McKenna no parece un tipo con el que el público pueda empatizar fácilmente, ¿o tal vez sí?
En la genial presentación del personaje (ocho minutos realmente antológicos) vemos a un sesentón que peina canas, aunque de las largas y finas patillas, la mosca que luce bajo el labio inferior además de la descuidada camiseta sin mangas acompañada por unas roídas bermudas podríamos deducir que, de alguna manera, sigue anclado en el pasado. Escucha música en aquel walkman típico de los ochenta, hace chanzas con el famoso vídeo de ejercicios de Jane Fonda y ve capítulos de Las chicas de oro cuando regresa bebido a casa.
Con anterioridad ha tenido tiempo de robar una manzana, de acudir al banco para que le digan que grifo del crédito está ya cerrado tras acostarse con una prostituta rusa embarazada a la que no puede pagar, de emborracharse en un bar para, posteriormente, cargarse la valla de su casa al aparcar el coche marcha atrás y hasta de machacarse un dedo con el martillo mientras pica hielo para servirse “el último” whisky antes de pegarse un topetazo impresionante contra el suelo de su descuidada cocina. Resultaría tremendamente difícil imaginarse a alguien distinto a Bill Murray encarnando a un tipo así.
Es entonces cuando en la vida de este fulano misántropo y obsceno se cruza su nuevo vecino, un niño, hijo de padres divorciados, que vive con su madre, y del que McKenna ejercerá de improvisado mentor e improbable amigo. Él es quien sacará de este crápula media sonrisa forzada y hasta un poquito de ternura.
Al contrario que este caradura, St. Vincent cuenta con muchas más virtudes que defectos. Su narrativa, la forma de describir personajes y mostrar su día a día recuerda tremendamente al estilo que exhibe Alexander Payne en todos sus trabajos. Incluso la banda sonora de tono cómico-melancólico confiere cierto patetismo a las vivencias del protagonista. Theodore Melphi ha sabido hacer surgir del propio Murray, pero sobre todo de una sorprendente Melissa McCarthy, la vena dramática que lleva dentro todo actor cómico. El resto del reparto, una delicia donde destaca el debutante Jaeden Lieberther, maravilloso compañero de andanzas de este entrañable gruñón furioso con el mundo.
St. Vincent hace llegar al espectador algo que muy pocas películas son capaces de transmitir. Consigue que te rías a carcajadas para después aportar un toque de emoción y cierta melancolía, pero de forma descreída e irónica, como queriéndole quitar hierro al asunto. Y si, además, no te pilla en un buen momento contiene la pócima para, cuanto menos, arreglarte el día.
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St. Vincent
Dirección y guión: Theodore Melphi
Intérpretes: Bill Murray, Jaeden Lieberther, Melissa McCarthy
Música: Theodore Shapiro
Fotografía: John Lindney
Duración: 102 min.
Estados Unidos, 2014