Revista Cultura y Ocio

Cuando el agua se lo llevó todo (Grau, 1921)

Publicado el 18 septiembre 2021 por Aranmb

En la noche del 20 al 21 de septiembre de 1921, las aguas inundaron las calles mosconas, haciendo desaparecer una treintena de casas y causando abundantes daños materiales, así como la pérdida de una vida humana. La oleada de solidaridad no tardaría en desatarse

En la noche del 20 al 21 de septiembre de 1921, se juntó el agua del cielo con la tierra, y de esa unión nació la tragedia. Fue cuando todos dormían, si es que el estruendo de la lluvia golpeando con saña los cristales de las ventanas dejaba a alguien dormir. Por llover, llovió en todo el norte de España; y en Asturias. Y, dentro de Asturias, llovió en Gijón, y en Avilés, y en Oviedo, y en todas partes. Pero en Grau la confluencia de los dos brazos del río Martín, acompañada de la tromba nocturna, generó monstruos. Generó muerte: una, la de Evarista Suárez. Trajo la miseria allá donde ya se conocía bien. Hizo desaparecer casas enteras. Las historias de muchas vidas.

En la noche del 20 al 21 de septiembre de 1921, como les digo, la tragedia cayó sobre Grau. Y lo hizo en el estado líquido de la tormenta, y en el sólido de los cascotes de las casas derrumbándose sobre el suelo. Esta es la historia.

El día en que el agua sepultó Grado - La Nueva España
Las casas siniestradas fueron una treintena.

Más de dos metros de altura

Lo contaron las crónicas. El día 20 de septiembre de 1921 cayó en martes. Esa tarde comenzó a llover como nunca antes se hubiera visto sobre tierra moscona, de tal forma que los dos brazos del río Martín acabaron por desbordarse y unirse, generando con ello una enorme tromba de agua que promovió inundaciones de hasta dos metros. Todo esto ocurrió, o acabó por ocurrir, en el punto álgido del temporal, cuando todos dormían: desde las doce hasta las dos de la madrugada del miércoles negro que acababa de arrancar.

Vistas así las cosas, casi podría calificarse como ‘milagro’ el hecho de que en toda esta historia solo podamos hablar de una baja humana: la de Evarista Suárez, cestera de profesión y desaparecida aquella misma noche, al ser probablemente arrastrada por las aguas que penetraron en su casa, situada en las inmediaciones del Puente de la calle del Progreso, mientras dormía. Estaba sola aquella noche: su marido la había pasado, providencialmente, en Oviedo, a donde había ido a vender productos de su ganadería. Lo que sí hubo mucho fue ganado desaparecido. Testigos oculares vieron bajar por el enfurecido río Martín toda suerte de muebles, de troncos de árboles y también de animales, luctuosamente sorprendidos por el temporal.

Entre tanto, quienes sí permanecieron despiertos o que se despertaron por el temporal salieron a pedir auxilio a los balcones, y a muchos, según cuenta EL COMERCIO del 22 de septiembre, hubo que socorrerles haciendo uso de escaleras y de cuerdas que permitieran sobreponerse a la enorme piscina en la cual se había convertido Grau. Fue, así lo dijimos, una verdadera catástrofe. Que, como siempre, acabó por afectar, sobre todo, a los más pobres.

Treinta casas desaparecidas

Aunque no fueron los únicos. De la treintena de casas que literalmente desaparecieron por la furia de las aguas hace un siglo, al menos tres eran importantes, o así, al menos, las definieron los periódicos: ls de Ramón Álvarez, que tenía en sus bajos un comercio de ultramarinos y paños y un almacén de harinas; la de Armando Rodríguez Longoria, afortunadamente ausente; y el chalé del Tumballobos, es decir, de Valentín Sarasola, del cual, pasando el tiempo, solo nos ha quedado una piedra de las muchas en las que aquella noche se convirtió.

Pero claro. El mayor número de casas destrozadas por el temporal fue el de aquellas elaboradas con una factura más tosca. Más pobre. Se hundieron seis casas propiedad de Hijos de Longoria; otras cuatro de Ramón Rodríguez Cañedo, y el local de la tienda de ultramarinos de Primitivo Fernández. Y más. Muchas familias se quedaron en el más absoluto desamparo. Así lo asegura asegura EL COMERCIO en sus primeras noticias sobre la tragedia, en las que dice que…

Fue tan furiosa la tormenta, que de las dichas 24 casas no ha quedado piedra sobre piedra. Los cimientos fueron llevados por la impetuosa corriente. Donde el desastre adquirió mayores proporciones fue en la calle del Progreso y en el Barrio Nuevo. Este último estaba totalmente constituido por familias humildes.

Cuando el agua se lo llevó todo (Grau, 1921)
EL COMERCIO cubrió las informaciones con abundante carga gráfica.

Aquella noche se calcularon en más de tres millones de pesetas las pérdidas materiales generadas, por no hablar del susto, mayúsculo:

El espectáculo era aterrador. Hubo personas que salieron de sus casas a nado y sobre tablones.

De ahí, la miseria. Decía EL COMERCIO, cuando aún las cosas no estaban del todo claras y todavía se hablaba solo de veinticuatro casas siniestradas, que…

El cuadro es, más que doloroso, aterrador: las aguas arrancaron de cimientos las modestas viviendas; no quedó un muro en pie; y el ajuar, y los enseres y las herramientas, desaparecieron en la turbulencia del río desbordado.

Y ya lo saben. Cuando la realidad choca tanto contra la tragedia, lo único que nos queda… es la solidaridad.

Las ayudas para África que se quedaron

Presidente del Consejo de Ministros: Reunidos Diputación Provincial, representantes en Cortes con motivo de los enormes daños causados por los temporales que han destruido cosechas, interceptando carreteras, destruyendo puentes inundando barrios en distintos puntos, y muy especialmente en Grado, Cornellana y algunos términos del concejo de Salas, y en líneas férreas del Vasco Asturiano, tenemos el pesar de transmitirle a V.E. que, penetrado de la inaplazable necesidad del socorro y de reparación en las vías del Estado, dispondrá en la forma inmediata que demanda la catástrofe, para remediar esta desventura y levantar el espíritu público abatido por esta desgracia.

Así reza la misiva firmada por Melquiades Álvarez, José Manuel Pedregal, el marqués de Teverga, el conde de Mieres, Francisco de Orueta, y Ramón Prieto solicitando auxilio económico inmediato para la villa moscona. Fue emitida enseguida, el 22 de septiembre, pero, como quiera que las cosas de palacio siempre van despacio, la solidaridad llegó primero que la ayuda estatal.

Cuando el agua se lo llevó todo (Grau, 1921)
Estado de las calles de Grau tras el temporal.

Así fue que el mismo 21 de septiembre, cuando aún estaba fresca la tragedia, el propio alcalde moscón, Manuel González Miranda, donó mil pesetas a la causa. Otras mil las dio don Policarpo Herrero; y el marqués de la Vega de Anzo contribuyó con quinientas, así como la importante cantidad que dio Armando de las Alas Pumariño. EL COMERCIO se sumó a la iniciativa, con todos sus entusiasmos, dijimos, contribuyendo con doscientas cincuenta pesetas y publicando en su ejemplar del día 24 el siguiente llamamiento:

Hay que socorrer a esas pobres víctimas, hundidas en la miseria por el reciente temporal. Por exigencias de humanitarismo y por el mutuo apoyo que nos debemos los asturianos, es obligación imperiosa prestar nuestra adhesión a esa empresa tan caritativa y simpática.

Esta, la solidaridad tras la tragedia, es la causa de que hoy Grau sea considerada villa «siempre benéfica». El atributo se lo dio el mismísimo rey, Alfonso XIII, al tiempo que nombró ilustrísimo al ayuntamiento moscón. Y Grau se repuso, claro; como siempre se reponen las personas, o los sitios, de las tragedias: a base de dejar pasar el tiempo, o de dejar morir el dolor. Un dolor especialmente significativo para un grueso listado de familias recuperadas, semanas después de las inundaciones, por la publicación Asturias: Revista gráfica semanal.

Fueron las de Fermina, Marcelina y Ramona Arias; Carolina y Celestina Huerta; Saturnina y Francisco Suárez; Emilia Lazcano; Sebastián Vela; Carmen Alonso; una tal María, a la que apodaban «la calentita»; José Álvarez; Francisco Castañón; Ceferino Martínez; José y Elvira González; Ángel Patiño y la señora viuda de Lazcano. A todas ellas las auxiliarían suscripciones populares, donaciones del Club Gradense, desde Cuba, y también gran parte de lo que días atrás se había recaudado en diversas campañas de apoyo a los soldados que, por aquel entonces, derramaban su sangre en el Rif.

Las tragedias unen. Aquella lo fue sobremanera, y también una de las primeras que encontró acomodo gráfico en la prensa, la cual publicó instantáneas, casi en directo -todo lo que se podía hace un siglo- de los terribles destrozos causados en la villa moscona. Urge que todos contribuyamos, según nuestros recursos, a la reconstrucción moral y material de los hogares destruidos en Grado, dijo, en la revista Asturias, Darío Estrada. Yo, como moscón, me permito hacer un llamamiento a mis paisanos en el sentido indicado. Es hora de probar con hechos el amor que todos sentimos por la tierra distante de nuestros mayores. Que Grado resurja magnificado por nuestro cariño; que vuelva a erguirse altivo, como en los días felices de nuestra niñez o de nuestra mocedad; y que allí donde el huracán dejó torrentes de angustia y de dolor, renazca venturosamente la dicha a que tienen derecho los integrantes de aquella incomparable comunidad moscona. Así se dijo.

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